12. Del origen de los elementalistas

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—André —habló Tom, recuperando el aliento—; ¿te puedo preguntar algo?

—Adelante. —La mencionada lo vio con detenimiento, se puso seria, algo que sus otros acompañantes notaron.

—¿Por qué ese nombre? Es algo...

—Raro, lo sé. —Sonrió a medias—. Cuando las guerras comenzaron, mi familia murió, no tengo memoria de ellos; eran campesinos según me contó Cornelius. Cuando me encontraron, la única palabra que podía articular fue André, por eso mi nombre es ese.

—Y, ¿cómo supiste de tus dones?

—Fue Cornelius quien me ayudó a descubrirlos. No tenía certeza de ellos, sólo sabía que escuchaba muchas voces de la nada, ahí fue cuando me explicaron que eran los pensamientos de otras personas —manifestó, con cierta amargura. Tocar su pasado no le gustaba pues era melancólico llegar a ese punto en su vida, sin tener recuerdo de nada.

—Y Yong; ¿cómo llegaste acá? —Tom percibió la incomodidad que reflejaba ella al responder por lo que decidió dirigir la conversación a otra persona.

—Pues yo, como notaste, soy de oriente —indicó el nombrado, señalando sus ojos rasgados—. Vine porque mi padre quiso que me entrenara con los mejores cuando descubrí que tenía dones; manejo el aire —presumió. Thomas notó que su ropa ondeaba por una ráfaga de viento que Yong mismo producía.

—Es extraño —declaró Tom confundido.

—¿Qué cosa? —preguntó el otro hombre, Erdor, mientras tomaba vino.

—Los elementos; me dijo Igor que venían del libro pero, ¿cómo es posible?

Erdor y Yong se enfocaron en André, Thomas curioso también lo hizo. Ella comía distraída; hasta que se percató del silencio entendió el mensaje, así que dejó de comer y se aclaró la garganta.

—Bueno; ¿conocen la historia de los cuatro guardianes?

—Mi papá me la contaba de niño —comentó Yong, sonriendo como tonto. Tom y Erdor lo miraron frunciendo el ceño—. ¿Qué no se las contaron? —Ambos negaron con la cabeza.

—Bueno... —habló André—. En cada lugar es diferente la versión de la historia, pero todas llegan al mismo punto...

«Hace mucho tiempo, cuando la tierra no tenía orden alguno, cuentan que cuatro hermanos; dos hombres y dos mujeres, luego de huir de una horrible catástrofe que costó la vida de su familia, de caminar días y días, y de llegar a un desolado e inhabitable desierto, habiendo perdido la cordura y la esperanza de salir con vida de ese sitio, sus alucinaciones se hicieron reales.

Encontraron un oasis en medio del desierto, con un manantial puro, palmeras tan verdes que devolvían la ilusión a esos cuatro hermanos que en ese instante gozaron y celebraron que su vida no hubiera acabado ese día en que la tierra se llevó a los suyo. Pero su felicidad fue perturbada por una hermosa mujer de la cual los dos chicos se enamoraron perdidamente.»

—La que mi papá me contó, era diferente —interrumpió Yong, mirando inquisitivo a André.

—Silencio —lo reprendió Erdor, dándole un golpe en la cabeza.

—Como dije, la historia varía...

«Se decía que era una mujer de cabellos dorados que destellaban con esplendor la luz del sol, que poseía unas inclementes alas blancas y dejaba notar su desnudez con total elegancia, mujer que entre sus manos cargaba un pesado libro el cual leía con gran pasión.

Al percatarse a los cuatro extraños, mágicamente se vistió de un manto blanco, fabricado por sus propias alas las cuales la cubrieron de pies a cabeza y desaparecieron al vestirla. Les preguntó cómo habían llegado a ese lugar y al escuchar su triste historia se compadeció de ellos y decidió cuidarlos e instruirlos para que se defendieran por sí mismos en un futuro.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora