2. ¡¿Que soy el Intérprete?!

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  • Dedicado a Sharon Bernal
                                    

Los encapuchados quedaron más confundidos que antes; analizando los rostros de todos no encontraron a quien buscaban.

Ya con poca paciencia, el hombre del bastón le apuntó al rey.

—¿La princesa se llamaba Natalie?

El rey lo miró confundido al igual que su hija. Los invitados se miraban embrollados unos a otros tratando de comprender, pero pocos plebeyos observaron con horror a la mencionada quien estaba tan nerviosa que empezó a temblar. El oír su nombre de boca de un tipo tan extraño e intimidante le hizo temer, incluso se imaginó siendo torturada o peor, asesinada.

—¡¿Ella se llamaba Natalie?! ¡¿Ella fue adoptada?!—exclamó de nuevo, alzando su bastón frente al rey.

—¡Claro que no! —gritó Bartolomé, alterado.

—¡Es de la servidumbre! —gritó una mujer de aquel grupo de encapuchados.

De inmediato los intrusos inspeccionaron a todos los sirvientes; el hombre del bastón preguntó:

—¡Natalie Retriever y Thomas Rugert! ¡¿Están aquí?!

Ahora los nervios se pasaron a Tom; no sólo temía por la vida de su amiga sino también por la suya. Estaba tan pálido que parecía muerto, no sentía ni sus pies.

—¡El chico está al pie de la escalera! —exclamó alguien, captando la atención de algunos.

Un hombre bajaba por las largas escaleras donde antes hizo su aparición la princesa Evereth; descendía lento, siendo elegante, terminando de acaparar las miradas. Portaba una capa negra que apenas arrastraba el suelo; al contrario de sus compañeros, revelaba su rostro con seguridad. Sus ojos azules denotaban cierta amabilidad de si, igual su sonrisa; tenía unos cincuenta años, los aparentaba por algunas canas que se asomaban en su cabello, a parte de su expresivo rostro a causa de sus arrugas. Natalie lo reconoció de inmediato; con razón esa actitud extraña en el mercado del puerto Coven cuando tropezó con él.

Tom se asustó tanto que casi se cayó de la impresión, cosa que no pasó porque tres de los intrusos lo tomaron por la espalda. Los nervios eran tantos que empezó a tiritar; lo examinaron de pies a cabeza, detallando sus ojos aguamarina, mirando menudamente cada rizo de su cabello. Al terminar se vieron unos a otros, afirmando en aprobación.

—¿Dónde está la muchacha? —preguntó el hombre del bastón al desconcertado Tom quien se quedó con la lengua pegada al paladar.

—¡La muchacha está atrás de ustedes! —habló el hombre de ojos azules, terminando de bajar las escaleras, señalando a la aludida.

Todos los extraños se fijaron en la muchacha quien pasó saliva y empezó a sudar frío. Cerró los ojos asustada, esperando que le hicieran lo que le hicieran.

Tres mujeres se aproximaron a ella; soltándole el bollo de pelo, le miraron su lacia cabellera caoba, analizándola de pies a cabeza como hicieron los otros con Tom. Una de ellas la tomó de las muñecas, hasta que notó en el reverso de su mano derecha, un poco más abajo de su pulgar, una cicatriz de una quemadura en forma de R. Natalie todo el tiempo tuvo los párpados cerrados, sólo abrió un ojo para curiosear qué le hacían.

—¡La última esperanza! —exclamó aquella mujer después de analizar la cicatriz. Puso los brazos en alto, sosteniendo la mano de la muchacha.

"¿Última esperanza?", pensó la chica algo cohibida.

Los diez extraños junto con Tom fueron ante ella; le tomaron de la mano, detallando una y otra vez aquella cicatriz en su piel. Se regocijaron por haberla encontrado, pero aquella jovencita sin saber de qué hablaban, sólo se preguntaba cómo una marca de esclavitud significaba su última esperanza.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora