11. La Escalada [Prt. I]

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Sentado en su cama, apreciando el sol asomarse por la ventana, Tom le hallaba sentido a todos los acontecimientos que vivió en los últimos dos días. En parte, como cualquiera, era feliz de no servir más como un plebeyo, pero por otro lado, no le agradaba la idea de pelear por algo de lo cual no tenía la más clara idea. Mirando el dosel que cubría su lecho, se cuestionaba si cumpliría con la tarea, si sería difícil, si le costaría la vida, no era algo que aceptara de la noche a la mañana.

Mientras meditaba tocaron a la puerta, acto que lo hizo sobresaltar.

—¿Se puede pasar? —La suave voz de André lo sacó aturdimiento.

—Sí, pasa —avisó, levantándose de un salto.

La puerta se abrió, dejando entrar a una chica de corto cabello rubio, vestida de camisa holgada, pantalón y descalza. Su sonrisa era tan generosa que no pudo evitar corresponderle de la misma manera. No entendía cómo lo lograba, pero le quitaba todo el miedo en su interior. La examinó; al parecer era costumbre en ella vestir como hombre y hasta el peinado la hacía aparentar ser uno, pero su rostro y cuerpo se encargaban de darle un toque de feminidad.

—¿Por qué vistes como...

—¿Chico? Es más cómodo —comentó con total naturalidad; de antemano sabía los pensamientos de Thomas—. ¿Me imaginarías manejando arco y flechas, espadas y sables con vestido? Sería incómodo.

—Es verdad —admitió, apenado, rascándose la cabeza.

—Bueno, ponte algo cómodo, iremos a entrenar.

El joven de rizados cabellos bostezó, estirándose en su lugar, pero justo en ese momento le rugió la panza; su estómago le clamaba sustento.

—¿Y el desayuno? —preguntó, reprimiendo otro bostezo.

—Tendrás que ganártelo —informó ella, viéndolo de reojo, esbozando una media sonrisa. Con eso supo que no sería nada fácil obtenerlo.

André se retiró de la habitación cerrando la puerta a su paso, por lo que se apresuró a checar el baúl ubicado a los pies de la cama, si había un atuendo apropiado. Encontró una camisa y pantalón, parecidos a los que llevaba ella, se los puso tan rápido como pudo y salió. Encontró a la chica sentada al frente, en el vano de la ventana admirando el esplendoroso día. Al escuchar el chirrido de la puerta, dando un salto, se paró frente al muchacho y con un ademan le solicitó:

—Sígueme.

—¿Qué haremos? —Ella no contestó.

Anduvieron hasta llegar al fondo de aquel pasillo, hacia una gran puerta de madera en color azabache. Antes de que la abriera, André se giró hacía Thomas.

—Recuerda que todo es nuevo para ti. —Le leía la mente, debía por lo menos advertirle lo que le esperaba—, así que acostumbrate porque esto y muchas cosas raras vendrán de aquí en adelante para ti; Guardián.

El chico frunció el ceño, confundido, pero su expresión cambió cuando André abrió la rústica puerta, dándole una muestra de lo que se refería.

—¿Cómo es posible? —expresó, maravillado por el extraordinario, amplio y boscoso sitio que se alzaba detrás del acceso.

—La puerta es una intersección permanente —informó su acompañante mientras atravesaba el umbral, viendo divertida su expresión—. Este es un campo de entrenamiento, imitación de uno de las tierras Mindreas. Está construido sobre las montañas acá en Nalber. Es donde entrenamos muchos de nosotros; le decimos La Escalada por el terreno a la derecha.

Era un amplió coliseo, con la excepción de que no habían graderías. En lugar de ello, poseía un terreno escalado donde florecían árboles y cultivos de los cuales emanaban frutos y legumbres. Alrededor había diferentes tipos de árboles, una amplia diversidad de ellos.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora