20. El restablecimiento de Seret

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Instinto de supervivencia humana: huir ante el peligro. Instinto de un alma heroica: Sin importar las consecuencias, cargarse al diablo si es necesario, sentidos que pusieron a prueba a dos escuadrones rodeados de bestias sedientas de sangre. Betfor dirigiendo a seis jóvenes soldados y el príncipe de Grant Nalber a otros cinco, luchando sin descanso contra licántropos furiosos de que les arruinaran la paz que encontraron en esa desolada aldea.

Lucy y Drek se encargaban de limpiar los restos mortales con su afinidad de fuego, además de ser los que más destacaban a la hora de matar. Thomas por otra parte, detectaba los inmortales al acecho, algo difícil en un momento donde su vida pendía de un hilo. Ser telépata animal no era sencillo, vigilar docenas de bestias para nada lo era.

Lo más arduo de la labor, fue procurar que los dos escuadrones no fueran atacados. Eran pocos, fuertes, precisos, salían bien librados, ni el calor del inclemente sol ni el cansancio acumulado era impedimento para acabar con la última huella de aquella plaga de inmortales.

Pero no todo eran cosas a favor. La luz del día se fue opacando con el paso de las horas la cual aprovecharon al máximo, obligando a los vampiros a salir de sus madrigueras, quemando las casas abandonadas, pero no fue suficiente pues muchas de estas criaturas se las arreglaron para esconderse bajo la sombra de los frondosos árboles, esperando la noche para dar el golpe.

—¡Drek! —gritó Betfor a lo lejos mientras golpeaba con su bastón a un licántropo que se abalanzó, tirándolo bocarriba, blanco fácil para Kinano quien lo remató, degollándolo con sus dagas.

El mencionado vio de reojo al viejo, luego de quitarse un par de hombres lobo de encima con tan solo agarrarlos del cuello por el aire, desnucándolos.

—¿Cómo es que sobrevivieron la anterior vez a la horda? —preguntó, como si se tratara de una plática casual.

Drek se tensó, incluso se distrajo justo en el momento en que una de esas bestias se lanzó desde lo más alto de un árbol; fueron segundos en el que la ira le invadió el cuerpo. Recordó la persona que para muchos era insignificante, pero que para él era la causante de muchas emociones, de ese odio que sentía en ese instante.

Esos segundos en los que el fuego tomó parte en su interior, tan cálido y sagaz que encendió no sólo su cuerpo, sino también su ser, destructivo e imparable, en ese preciso instante se percató del ataque de la criatura, obligándolo a volver a la realidad; empuñó su arco colgado a su espalda y le lanzó tres flechas simultáneas, haciendo que éste cayera al suelo antes de acercársele.

—Me prendí en fuego y maté a los que se cruzaron en mi camino —respondió en voz ronca, mientras seguía aniquilando a los infrahumanos, tirando saetas.

—Escuché que André fue quien te provocó para que lo hicieras, inteligente de su parte —comentó el anciano mientras golpeaba a unas bestias, dislocándoles la quijada.

No tenía la culpa de que le mencionara lo sucedido, pero el sólo hecho de que se lo recordara, puso al príncipe demasiado ansioso y furibundo.

—Fue un acto de cobardía ya que yo hice todo el trabajo —arrogó, con un dejo de hastío.

—¡Vienen demasiados! —enunció Tom a lo lejos mientras lanzaba flechas, apuntándoles sin éxito a algunas bestias cercanas. No siguieron hablando ya que un grupo grande de esos inmortales se aproximaba.

Comenzaron a agotarse, se turnaban sólo para tomar agua si acaso, las bestias hambrientas no daban tregua.

—Muchacho, ¿hace cuánto mandaste al Quellon para que avisara por el otro grupo? —preguntó el veterano de guerra, luego de matar a unos cinco monstruos con su bastón partido en dos.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora