8. Es ese aroma

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  • Dedicado a Sharon Bernal
                                    

—¿Cómo sigue?

—Pues está mejor, pero es algo difícil revertir el efecto del veneno, a duras penas he podido sacar la mitad de su cuerpo. Podré sacar la mayoría, pero quedará con secuelas.

—¿Qué lo mordió?

—Un hombre lobo.

—Lo que no me explico es por qué André que fue brutalmente atacada, ahora está en pie y bien, en cambio Drek...

—¿Yo qué? —El oír su nombre lo hizo recobrar en algo el sentido.

La luz que entraba por la ventana lo encegueció por un segundo, para luego contemplar a su lado la figura borrosa de un hombre robusto de pelo blanquecino, quien supuso era Cornelius, y a otro, de cabello gris, esbelto, quien identificó como Igor.

En una habitación, en una cama doble cubierta de sábanas negras y cobertores en seda de color vino, reposaba el príncipe de Wanhander, recuperándose de su ataque. El sitio estaba lleno de repisas con libros y estantes de armas; le gustaba entrenar a veces a solas en su habitación, era el único espacio en el que se sentía cómodo, aunque no del todo.

Se sentó en la cama despacio, le dolía moverse aunque fuera un centímetro.

—¿Estás bien, muchacho? —preguntó Cornelius, posándole la mano en la frente, sintiendo su elevada temperatura. A Drek un breve mareo le nubló la vista, por poco tendiéndolo de nuevo en su lecho.

—¡Hey! Será mejor que te recuestes, no te sobre esfuerces —indicó Igor, tratando de reclinar el cuerpo rígido del príncipe en la cama, pero él se negaba.

—Estoy bien —espetó, altanero, empujándolo sin mucha energía—. ¿Cómo que André, está... —Sus sentidos se agudizaron de golpe. Su vista se aclaró; advertía con detalle cada mueble, cada ventana, cada libro regado en la mesa al centro del cuarto.

—¿Qué pasa, Drek? —indagó Igor cuyos ojos azules lo escrutaban con inquietud.

Lo ignoró, siguió viendo incrédulo hacia la ventana, cómo aquel paisaje de las torres y la muralla se encontraban a centímetros de sus ojos. Sus oídos captaban el inaudible aleteo de las aves que se posaban sobre la torre que estaba a lo lejos. Se levantó de un salto de la cama, arrimándose con torpeza a la ventana.

—Tranquilo, muchacho —expresó Cornelius con preocupación por su actuar tan distraído.

Drek estaba consternado, se sentía cansado pero su cuerpo demostraba lo contrario. Se miró las manos, sentía que podía correr, saltar, golpear, hasta matar de ser necesario.

Respiró hondo; su cuerpo de inmediato se puso rígido, sintiendo sed, mucha, su garganta se secó, un aroma destacaba de todos los que inhaló. Olió árboles a metros de allí, la fruta que éstos daban, el pasto fresco y el rocío sobre las hojas, incluso la comida que preparaban en las cocinas, pero una fragancia captó su atención, una que hacía que sus sentidos se pusieran al cien, una que si pudiera tenerla en sus manos la devoraría para calmar su ímpetu.

—¿Lo, sienten? —balbuceó entre respiros, cada vez más profundos.

—¿Sentir qué? —cuestionó Igor. Cornelius y él lo contemplaban con extrañeza.

—Ese, aroma. —Cada que espiraba sentía más y más sed, más ganas de morder. Aunque fuera descabellado tenía ganas de comerse lo que emanaba ese olor.

Su cuerpo se activó, listo para emprender carrera; giró hacia sus acompañantes quienes se sobresaltaron por su cambiar tan repentino. Era usual que estuviera enojado todo el tiempo pero en ese momento juraron que hasta creció un par de centímetros, a parte de su irascible semblante.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora