40. Limbo

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Luego de articular aquellas palabras André se desmayó, cayendo ante Alexander quien la recibió en brazos. Perplejo por lo que ella dijo, se quedó unos cuantos segundos con la vista perdida en la nada, tratando de comprender.

—Pero si el Intérprete soy yo —vociferó por lo bajo, recordando los indicios, lo que los mayores aseguraban con respecto a que él o Natalie eran el posible Intérprete.

Rápido descubrió su pecho con una mano, contemplando aparte de todas las cicatrices sufridas por las torturas, una marca en especial en forma de R en su pectoral derecho. Al tocarla tuvo una corazonada, como si algo le faltara, una necesidad que deseaba llenar pero la cuestión era saber por qué.

No era el único perdido en sus sugestiones; Drek meditó en cómo ese nuevo hallazgo lo afectaba puesto que su destino al estar al lado de ella se perdería. Aunque, por otra parte, una pizca de anhelo crecía con furor. Su ansiedad aumentó, quería ser quien la tuviera en brazos en ese instante, pero su orgullo le dio compostura. Inhaló profundo para calmar su ímpetu; grave error. El aroma que ahora André despedía era más intenso, más exquisito; sus músculos se tensaron, cruzó los brazos, abrazándose a sí mismo para dominar ese deseo de arrancarla de las manos de Alexander y poseerla ahí mismo. Aguantó la respiración pero no por mucho, al aspirar se sentía más desesperado y aunque no lo demostraba, Radamanto a su lado lo sospechaba.

—Toma —le indicó el nemuritor, extendiéndole un collar con un dije de una piedrecilla hueca que en su interior contenía un líquido dorado, fluido—, es extracto de ambrosía, nos ayuda a soportar el aroma de un supremo.

—No necesito de eso —declaró en voz ronca, viéndolo despectivo.

—Muchacho, deja el orgullo y haz caso —insistió; agitó el collar frente al príncipe quien se lo arrebató para colgárselo al cuello.

El aroma de André ya no lo martirizaba, pero eso no restaba sus sentimientos hacia ella. Aún tenía ansiedad, algo que sabía que sólo ella calmaría. Se acuclilló a la altura de Alexander; sus ojos esmeraldas con un destello de preocupación se posaron en los párpados cerrados de la joven que descansaba en brazos de otro hombre; estiró la mano para acariciarle el rostro.

—¡Hey! No la toques —amenazó Alexander al percatarse que pretendía tocarla.

Ignorando el comentario, el príncipe se acercó más. Con el reverso de la mano rozó el mentón de André, su tersa piel le erizaba hasta las ideas. Ella destilaba un aire de tranquilidad, a la vez de temor, como si estar a su lado fuera una maldición y una bendición al mismo tiempo. Pensó en lo que se convirtió; ahora todos los papeles se invertían, ¿pero ella era el Intérprete en realidad?

—Te dije que no la tocaras —sentenció Alex, enfadado, alejándola de su alcance.

—¿Qué? ¿Acaso eres su dueño? —preguntó, sarcástico, reparando fijo en los mieles ojos de aquel guerrero que si pudieran, despedirían fuego.

—Después de todo lo que ha pasado, ¿crees que tienes derecho siquiera a verla? —recalcó, siendo acusador.

—¿A qué viene eso? —consultó el príncipe, frunciendo el ceño.

—No te hagas el idiota. —Alexander acercó más a André para sí, endureciendo el semblante—. Por tu culpa ella está en esta situación.

—¿Por mi culpa? —exaltó fingiendo sorpresa—, yo no fui quien entró a un castillo sin explicar las verdaderas razones, si ella me hubiera dicho, esto no hubiese pasado.

—Sí que eres imbécil —soltó Alexander, rodando los ojos—. Tú nunca le creíste nada; te advirtió de Cornelius pero nunca le hiciste caso, y ahora sabiendo quién es y que todo gira a su alrededor te preocupas por ella.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora