9. El consejo de las Once Provincias Místicas [Prt. I]

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  • Dedicado a Sharon Bernal
                                    

La noche abatió las tierras de Grant Nalber. La fortaleza de Wanhander estaba más que asegurada, tanto afuera de las impenetrables murallas, como adentro del castillo. Las calles de la ciudad amurallada permanecían en constante guardia, el toque de queda se dio en esa ocasión, había solo soldados movilizándose, vigilando cada centímetro.

Era algo de esperarse, la llegada de diez de los once miembros al consejo de Las Once Provincias Místicas provocaba en la fortaleza un estado de cautela y sigilo. No era cualquiera el que llegaba a esas tierras, eran diez reyes, soberanos de naciones, condados y principados igual de grandes que Wanhander, reyes que resguardaban en sus tierras a los últimos vestigios de las criaturas sobrevivientes de La Guerra del Origen.

Mientras cenaban, Natalie y Thomas abordaron a André con un sinfín de preguntas que con parsimonia contestaba, hasta las más insignificantes y tontas, aunque había otras de las que no se atrevía a dar respuesta.

—¿Por qué esos hombres lobo nos atacaron en plena luz del día? ¿No se supone que necesitan la luz de luna para transformarse? —preguntó Tom, otra de sus tantas dudas. André, mostrando una acogedora sonrisa le respondió.

—Es porque al ser mordidos por primera vez, los más vulnerables, no pueden revertir el efecto de la metamorfosis, luego de eso les es difícil volver a ser humanos.

Habían acabado de cenar, un manjar delicioso que los dejó más que satisfechos. Llegaba el gran momento, algo que no le gustaba en parte a André puesto que al ser el miembro más joven del consejo en ser participe, estaba segura de que la tomarían como la más ineficaz. Suspiró hondo, vio esta vez con severidad a los dos muchachos quienes satisfechos se estiraban en su asiento, agradecidos por el festín.

—Ya es tiempo, debemos ir al consejo. —El comunicado hizo que ambos se pusieran nerviosos. Les sonrió como siempre, demostrándoles que no tenían nada que temer.

Salieron del castillo, pasando por el prado donde se podía ver las nueve torres de vigilancia lejos de la muralla poniendo la curiosidad al tope.

—Esas torres, ¿no deberían estar cerca de la muralla? —preguntó Natalie, confundida.

—Son una especie de protección adicional, sólo sé que El Primer Intérprete Reconocido las puso ahí por algo. —La joven de rubia cabellera se detuvo a medio camino—. Bueno, antes que nada, estén tranquilos, son solo diez reyes que quieren saber de ustedes.

—¿Ya habías estado antes en un consejo? —cuestionó Tom.

—No —respondió, retomando el camino.

—¿Cómo sabes qué hablaran ahí? —preguntó el chico, no estaba del todo convencido de ir sabiendo que sería tal vez la comidilla para aquellos soberanos.

—Solo lo sé —respondió ella, encogiéndose de hombros sin molestarse a verlo.

Arribaron a la torre más lejana, al costado oeste. Entrando en ella se toparon con unas escaleras en espiral, que subían y también bajaban. André se dispuso a descender, sus acompañantes cautelosos la siguieron.

Bajaron tantos escalones que creyeron que nunca iban a llegar, hasta que un muro de piedra finalizó su descenso. André posó la mano derecha sobre la superficie, haciendo que de inmediato se abriera como una puerta, dando acceso a un pasillo largo, sencillo, iluminado apenas con antorchas, que se extendía hasta una enorme puerta, de diez metros de alto por seis de ancho, de color negro labrada en piedra, adornada con figuras de hojas, labrados de escritos en diferentes idiomas y en medio, una estrella de oro de once puntas curvadas.

Repitiendo el proceso, André colocó la mano derecha en el centro de aquella gran estrella. La puerta produjo un traqueo, como si dos rocas hubieran chocado. Ésta se abrió en dos, permitiendo el paso. Ante la vista expectante de Natalie y Tom, se mostró un amplio salón, parecido al del castillo, solo que éste era lúgubre. Había una mesa redonda posicionada a la mitad, la cual se encontraba hueca en su centro, rodeada de alrededor de treinta sillas de las cuales destacaban once de ellas por su amplio y adornado espaldar. El recinto era iluminado con antorchas, aunque los rincones se sumían en perpetua oscuridad.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora