Extra: En el castillo negro

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Este iba a ser el primer capítulo pero decidí dejarlo como un extra. ¡Que lo disfruten!

Nada como la noche para infiltrarse en un lugar donde nadie es bienvenido...

En las afueras del Castillo Negro, como apodaban la fortaleza de Asturian por su aspecto tan lúgubre, los guardias en lo más alto de las murallas vigilaban el perímetro para alertar de algún posible intruso, cosa que nunca iba más allá porque ninguna persona se atrevía en siquiera acercarse, antes caería muerta con tres flechas en la cabeza.

La noche marchaba en calma, demasiada calma que perturbaba André, a quien le asignaron la misión de entrar a la fortaleza. Aquella joven vestida de cueros negros, con una capa del mismo color cuyo albornoz cubría a la perfección su rostro, observaba la fortaleza lejana, desde lo más alto de un gigantesco árbol, oculto entre el espeso bosque.

—¡¿Por qué no has entrado de una buena vez?! —reclamó alguien desde el suelo, a quien reconoció enseguida. Era el príncipe Drek.

Oculto por una capa negra y gracias a su fornida contextura lucía intimidante. Vestido igual de cueros abrigadores, se camuflaba con la noche, soportando el calor de esas tierras.

Ella lo ignoró, siguió atenta contando las rondas de los guardias que vigilan; al no inmutarse en responder, Drek resopló furioso. Subió el árbol con gran destreza, llegando pronto a su lado.

—Deberías estar en el campamento —le indicó ella de forma neutral, cuando su insufrible vigía se sentó sobre la gruesa rama del árbol en donde se hallaba de pie, observando la lejanía.

—Sólo vine para cerciorarme que no te equivoques como siempre —alegó, viéndola por el rabillo del ojo.

A comparación, era pequeña a su lado, más baja y delgada. En cambio él; su musculoso porte y considerable estatura lo convertían en el perfecto protector.

—¿Están seguros que están aquí? Es extraño que tanto tiempo cubriéndote la espalda, no me diera cuenta de ellos —expresó con la vista aun fija en el horizonte.

—No lo sé, eso deberías averiguarlo ya —espetó con arrebato, cruzándose de brazos, contemplando nada más la perpetua oscuridad del bosque ya que no poseía la aguda visión de la chica a su diestra—. ¿Qué estás esperando?

—El momento oportuno —respondió esta vez mirándolo de soslayo. Él también la observó.

La luna hizo acto de presencia en lo más alto del cielo, los escasos rayos iluminaron la delgada figura de la joven. La luz irradió su blanca piel, el destello azul de su ojo izquierdo cautivó por un segundo a su acompañante.

Detalló la mirada penetrante de aquel hombre, sus ojos esmeraldas hicieron mella en su interior, pero a pesar de ello logró fulminar ese gesto austero con una cálida sonrisa. Él evadió esa mueca, se puso de pie enseguida sobre la gruesa rama, dejando desconcertada a la joven.

—Apúrate entonces —siseó con arrogancia. Dio un salto al vacío sin previo aviso, cayendo al suelo produciendo un golpe seco.

Sin demora ella también saltó al vacío, cayó frente a él, percibiendo la oscuridad en la que se sumergía su rostro a causa de la capucha que lo cubría.

Lo evadió, no se despidió, no dijo nada, sólo pasó de él como siempre. Empezó a correr en dirección a las murallas del castillo; no miró atrás, no se fijó si esos ojos verdes, tan llenos de ira, la siguieron.

Corrió, sintiendo el cálido viento, su piel se perló por la apresurada carrera. El aire de libertad llenaba sus pulmones, aire que tal vez sería la última vez que recibiría. Frenó en seco al llegar a las limitaciones del bosque, cerca de la muralla, debía ser muy cautelosa si quería pasar desapercibida.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora