17. Tamara

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—¿No eres algo joven para beber?

A pesar del sol veraniego, en la aldea de Talanco, ubicada muy al norte de la provincia de Grant Nalber, no se sentía mucho calor ni tampoco un frío abrumador. Eran pocas las personas que habitaban allí, no frecuentaban mucho los forasteros ya que esas tierras fronterizas con la gélida provincia de Borsgav, eran vigiladas por una especie de soldados en particular.

—Sí, lo soy —le respondió aquella mujer al tabernero, mostrando una sonrisa macabra; el rojizo de sus ojos provocó que el hombre se inquietara por un segundo. Una persona en su sano juicio saldría corriendo al toparse con aquella mujer siniestra con ojos de sangre, pero en vez de eso, el señor se dignó a dejarle la garrafa de vino que había pedido.

El crepúsculo se sumergía por las blanquecinas montañas, llenando de matices rojos, violetas y naranjas el cielo. La dama de cabello tan negro como la noche que se avecinaba, esperaba a alguien en aquella taberna que se fue llenando por soldados y habitantes de la zona, que iban a calmar el frío con licor luego de su jornada laboral.

—Mi dulce Tamara. —Alguien se acercó a la mesa donde ella estaba catando el vino. Aquel hombre cubría su rostro con el albornoz de una capa que lo cubría de pies a cabeza; se sentó en la silla sobrante frente a la de la mujer. Era dos tallas más grande que ella por lo que los presentes no pudieron evitar contemplarlo con asombro y cierto temor.

—Radamanto; habiendo tanto soldado te mandaste solo —chantó la aludida, sonriendo con cierta picardía—. Aun no me olvidas.

—Cómo hacerlo si casi fuiste mía —endosó él mientras se recostaba en su asiento, cruzándose de brazos—. Te sienta bien la inmortalidad.

Tamara sonrió en breve, paseando la mirada hacia una pareja de campesinos, jóvenes amantes que se mandaban gestos y caricias.

—Te escucho, no hay tiempo que perder —indicó, volviendo a fijarse en Radamanto.

—Tan directa como siempre. —Rio entre dientes—. No hay afán o ¿sí?... Por cierto, ¿cómo está Patrick? —Ahora quien se burló fue Tamara.

—Está más que bien si eso te preocupa —respondió—, inclusive te manda saludos. —De repente, el hombre se enderezó, mandando un resoplo por lo que había dicho. Se acercó a la mesa posando los brazos sobre ésta.

—Dile al cretino que me los dé en persona. —Su tono de voz se agravó siendo amenazante pero sin perder el carisma.

—Rada, no empecemos con lo mismo de siempre —protestó ella, torciendo los ojos.

—No me digas Rada entonces. —La voz se le opacó. El silencio entre los dos se hizo incómodo a pesar del ruido que producían quienes estaban a su alrededor—. Las sospechas son ciertas —afirmó de repente, olvidando la discusión.

—¿Lo dices por lo que pasó en la cripta o en esa aldea? —Tamara arqueó una ceja, en un gesto indagador.

—En ambas —aclaró el misterioso sujeto con una mueca de obviedad aunque no le viera el rostro por la capucha que le cubría.

—Son muy crueles al ponerlos a prueba de esa manera —rezongó la joven, mientras tomaba la garrafa de vino—. ¿Quién fue el del chiste?

—No fue mi idea, ni siquiera estaba enterado, pero supe que, quien hizo esa gracia fue Vladdar. Igual no les pasó nada, inclusive andan misionando y esta vez portando la insignia de La Rebelión.

—¿Y saben quién los atacó? —cuestionó, siendo precavida al hablar.

—No, eso es lo de menos por ahora —informó como si fuera poco relevante.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora