Capítulo 32

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Respira, Natalie, no te ahogues con tu propia saliva, no quieres conocer a tus posibles suegros como una uva morada, ¿verdad?

Miro al frente, a pesar de que quiero disfrutar del camino, no puedo hacerlo pues siento mis piernas temblorosas y mi corazón acelerado. Nunca he ido a la casa de Shawn, ni siquiera sé dónde vive, espero que no en un cementerio porque me daría mucho miedo comer sobre las tumbas.

Veinte minutos después se adentra a una colonia bastante amigable, no es nada fuera de lo común, casi temía que fuera un millonario o qué sé yo. Estaciona la motocicleta afuera de una casa de color beige, en el jardín hay arbolitos y una maceta con una estaca que dice «welcome».

Recorremos el camino a la entrada en silencio, entierro mis uñas en las palmas de mis manos, creo que tengo que ir a orinar. Oh, maldita vejiga llena, por favor no me hagas esto ahora. No puedo hacer del uno en la casa de los padres de mi crush.

—Oye, tranquila, estás temblando. —Él toma mi mano y me da un jaloncito para detenerme. Da un paso hacia mí y me sonríe—. Todo estará bien, ¿de acuerdo?

—¿Q-qué debo decir? ¿Hay algo que no deba hacer? —pregunto, llena de pánico, me siento como una palomita de maíz explotando en el microondas. Levanto mi mano y empiezo a enumerar—. Definitivamente tengo que tener cuidado al comer o creerán que no tengo modales, mamá decía que comía como pollito cuando era pequeña y tenía que limpiar el mantel una y otra vez porque yo lanzaba la comida; no debo decir mis estupideces de unicornios o pensarán que soy una chiflada que sigue jugando con las muñecas; mucho menos debo hablar de los ceros de matemáticas, ¡oh, Dios! ¡Los ceros de matemáticas! Van a pensar que soy una mala influencia que te está llevando por el camino de la perdición de los alumnos reprobados e irresponsables que no hacen sus tareas en casa, pueden odiarme porque los dos terminaremos en los parques aventándoles granos a las palomas.

La risotada de Shawn me hace sacudir la cabeza para concentrarme, lo enfoco, todavía perturbada, sin entender qué es lo que le parece tan gracioso.

—Esos son muchos pensamientos juntos, Nat —dice cuando logra recomponerse, da un paso hacia mí, me envuelve en un abrazo, obligándome a enterrar mi nariz en su cuello. Huele bien, así que no me quejo, por el contrario, me quedo quieta pues de verdad estoy nerviosa y él me calma—. Me da gusto que tengas el problema de la comida porque así fue como te conocí, me aventaste un caldo. Me gustarías incluso si tuvieras un cero tatuado en la frente y montaras un caballo de colores. No necesitas ser otra persona porque esta es la chica que a mí me gusta, ellos no están conformes con nada, preciosa, ni siquiera les agrado yo, no te esmeres porque no vale la pena.

—Gracias —susurro.

Nos separamos cuando alguien carraspea, él se echa hacia atrás y acuna mi mano con la suya. Caminamos hacia la entrada, levanto la vista muy despacio, me encuentro con los ojos escrutadores del señor Price, el mismo que conocí el día de la competencia de atletismo. Es alto e imponente, como un gran gorila enojado golpeando su pecho, me amedrenta su ceño fruncido.

Miradas azucaradas © ✔️ (AA #1) [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora