Misteriosamente, mi apetito se ha ido, eso quiere decir que tenerlo cerca ha quemado mis neuronas.

Llego a casa a las tres de la tarde, apenas entro, el olor a pasta roja se cuela en mi nariz y yo babeo. Mis tripas rugen, piden un poco.

Los gritos e mis hermanos me hacen rodar los ojos, los dos se encuentran en la sala peleando por el control remoto. Me tienta la idea de ir a molestarlos, pero prefiero ir a la cocina.

Soy una chica débil, la comida es mi talón... y mi codo, mi estómago y mi corazón.

—¿Cómo te fue hoy, cariño? —pregunta mamá tan pronto entro en su campo de visión.

Está frente a la estufa moviendo un cucharon en el recipiente. Lleva puesto el delantal que Frank, Cecile y yo le regalamos el día de las madres, tiene nuestras manos pintadas en el vientre.

Me encojo de hombros para restarle importancia, pero frunce el ceño. ¡Uy! ¡Doña Lauren Sherlock a bordo, señoras y señores!

Mi madre es un caso especial. Somos parecidas físicamente, tiene cabello miel y unos grandes ojos marrones, como los míos. Además de ser intuitiva, es suspicaz.

—¿Qué ocurrió? —cuestiona.

Yo tomo cuatro vasos del lavavajillas y los pongo en la encimera para llenarlos de jugo de naranja.

—Nada importante, solo arrojé mi sopa con olor desagradable en la ropa de Shawn, me quede medio tartamuda al tenerlo en frente. Y ¿cómo olvidarlo? Reprobaré matemáticas. —Escucho que suelta una risita, yo resoplo un tanto divertida. Si tengo algo bueno a mi alrededor, eso sería mi madre.

Es genial saber que ella estará ahí para escuchar cada cosa quiera compartir, aunque sea lo más absurdo o lo más doloroso.

—No podría vivir con tu mala suerte, Nat.

—Qué buena madre eres, burlándote de las desgracias de tu hija —digo mientras sirvo la última gota de jugo en el último vaso.

—¡Niños, a comer! —exclama mi progenitora.

Una estampida llega hasta mis oídos, lo cual es curioso pues solo son cuatro pies los que se acercan.

—¡Hazte a un lado, vomito de mono! —Ahogo una carcajada al escuchar el grito de Frank, quien empuja a Cecile para poder entrar primero al cuarto.

—¡Si yo soy vómito, tú eres mierda! —Termino carcajeándome. Mamá me da una mirada de reproche.

—Cecile Abigail, ¿qué son esas palabras? —Mi hermana entra primero y se deja caer en su silla favorita.

Es alta y flacucha, más rubia y pálida que yo, tiene quince años y está pasando por su periodo de ser una adolescente rebelde. Se pinta las uñas de negro al igual que los labios, se pone gorros de lana y deja que el cabello le cubra la cara. Dice que tiene alma dark.

—Mamá, ¿Qué es mierda? —pregunta Frank con fingida inocencia y gestos divertidos, es el típico niño con rostro angelical y cerebro maquiavélico. Me lo imagino como un pequeño y molesto Oompa Loompa.

—Mierda es lo que te sacas cuando te hurgas la nariz. —Cecile sigue hablando—. Así que tu lado de la mesa está llena de mierda.

—¡Cecile! ¡Frank! ¡Basta! —Me quedo quieta, mirando de un lado a otro como si fuera una guerra. Le apostaría a Cecile si pudiera, pero no creo que a mamá le agrade la idea.

—¡Yo no tengo mierda en la nariz! —grita mi hermano, furioso.

¿Recuerdan los Oompa Loompas? Es un pequeño troll rojo y enojado.

—¡Es suficiente! El próximo que diga la palabra mierda, se quedará sin postre el fin de semana.

Quiero decirle que ella lo dijo, sin embargo, prefiero quedarme callada.

Sirve un montón de pasta en los platos, me hace agua la boca. Posteriormente se sienta frente a mí. Empezamos a comer en silencio. Mi madre se aclara la garganta, cuando veo su semblante sé que no me va a gustar lo que va a decir.

—Tu padre llamó, quiere saber si irás el viernes a comer con él.

Su simple mención me altera, me enfurece, me dan ganas de romper todo lo que tengo cerca. Me agrada la idea de convertirme en Hulk y destruir cosas.

—La próxima vez que llame, dile que con él no voy a ir ni a la esquina y que puede irse a la m...

—¡Natalie! —Interrumpe—. Nicholas sigue siendo tu padre, ya pasaron seis meses y no lo has visto ni una sola vez.

Está enojada y estoy haciendo que se enfade más. No sé para qué lo menciona y lo defiende si siempre acabamos discutiendo. Puedo ser un algodón de azúcar, pero es tema saca mi lado violento.

—¿Ya lo perdonaste? —cuestiono, irritada.

—Es diferente, eres su hija.

Ya me conozco ese sermón de memoria, así que pasaré esta vez.

—Y tú eras su mujer, dejó bien claro que no la pasaba bien con nosotros. —Me pongo de pie de un salto. Frank está callado mirando su plato y Cecile evita mirarme—. No me pidas que actúe como si nada, no soy hipócrita.

Salgo de la cocina hecha un caos y me encierro en mi habitación. Ahogo un suspiro en mi almohada. Amaba a papá, era su princesa, adoraba cuando salíamos a jugar con nuestras bicicletas los días nublados. Me gustaba que no se riera de las cosas graciosas que e pasaban porque a veces no es divertido, y él entendía.

Por eso me decepcionó cuando decidió irse sin despedirse, sin preguntarme cómo me sentía.

Este día no podría ir peor.

* * *

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