Introducción

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En su sueño, Leo estaba de pie frente a un pronunciado risco, desde allí podía observar un océano tan limpio y basto que parecía un gigantesco espejo; podía sentir la brisa marina y los rayos del sol sobre su piel; de alguna manera le hizo recordar al hogar de Calipso. Una voz lo llamó a sus espaldas:

Eh, guapo, es hora de irnos —.

Claro, hermosa —. Su boca se movió sin pensarlo y su cuerpo comenzó a moverse sin que él lo quisiera. Un escalofrío lo recorrió, no entendía qué estaba ocurriendo.

Giró por completo, delante de él solo había una silueta, una chica, pero no podía verla realmente. Deseo que se tratara de Calipso, aunque algo en su interior le decía que no era ella.

Su cuerpo caminó hacia la sombra y la abrazó con ternura; Leo podía sentir la calidez de esa cosa entre sus brazos; su corazón se sentía en paz y la ansiedad comenzaba a desaparecer.

Te amo — dijo sin pensar, como si fuese una frase cotidiana.

Y yo a ti — le respondió la sombra con esa voz desconocida y aun así familiar. — Te amo... —. Lo último no pudo escucharlo, había dicho un nombre, Leo estaba seguro, pero era como si alguien le hubiera puesto mute a la televisión, solo vio unos labios moverse.

El sueño terminó de golpe, con una luz tan brillante que lo segó por completo, cosa extraña dado que estaba dormido y ya tenía los ojos cerrados.

Leo se incorporó agitado, el corazón le latía con fuerza y podía sentir todo su cuerpo temblar. Se levantó de la cama con cuidado y caminó hacia el pequeño lavamanos que había instalado, se miró en el espejo que colgaba encima y lavó su rostro perlado de sudor.

¿Qué fue eso? — se preguntó.

Habían pasado algunos años ya, seguía sin descanso buscando a Calipso y aunque últimamente había creído poder soñar con ella, el sueño de antes era totalmente distinto a cualquiera que hubiera tenido antes. 

Por lo menos una vez (Leo Valdez)Where stories live. Discover now