-Capítulo 37: "¿Otro adiós?"-

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Una mano invisible estrujó su corazón.

¿Qué sería de su vida sin Al y Felipe?

Guido estaba tan ensimismado con Pau que ya casi no le dirigía la palabra, por lo que no contaba; Marian y él no habían terminado en buenos términos, sin mencionar que ella ahora se juntaba con Ema; Benjamín vivía en su propio universo paralelo; y Martín se encontraba siguiendo el corto plan de cinco pasos que le había planteado el de los anteojos para conquistar a Juli.

Lo sabía porque los había llamado. A cada uno de ellos.

Nadie había contestado.

Necesitaba a sus amigos por un momento; quería que riesen y alguno dijese alguna idiotez que los hiciese sentirse vivos de nuevo; querría que estuviesen todos juntos, sentados en las escaleras de la escuela, exentos de todo sufrimiento.

Empero no era así.

No lo sería más. Y Fran, en su interior, lo sabía.

Frenó en seco y se sentó en un banco. Habían cambiado su molesto yeso por una bota ortopédica que era aún más incómoda.

Entonces sucedió algo que no quería: su cabeza empezó a susurrarle al oído.

Alma va a marcharse.

Vas a quedarte más solo de lo que estás, Fran.

Sin poder soportarlo, volvió a ponerse en marcha.

El moverse lo ayudaba, a pesar de que –al no seguir usando muletas– su pie dolía horrores al hacerlo.

Se dirigió a su lugar habitual, en el que pasaba su tiempo mientras su mamá creía que estaba en la casa de alguno de los chicos.

Pues ellos no están saliendo, ma. No conmigo, al menos.

Se colocó en su posición de siempre, con los pies colgando, y prendió otro cigarrillo.

En ese instante un bote pasó por el agua, captando su atención. De inmediato, pensó cuánto tardaría en ahogarse si se tirase desde allí. Levantó la vista y, observando un edificio, pensó cuánto tardaría en estrellarse contra el suelo si saltase desde la terraza.

Pensó si alguien lloraría por él.

Claro que no.

Nadie es irreemplazable, Franco.

Mucho menos tú.

Se estaba haciendo un experto en no prestarle atención a su voz interna.

Aunque no era nada positivo, porque ahora todo se estaba trasladando a su persona.

Ya no pensaba en morir como algo lejano; lo veía en cada esquina por la que doblaba; ya no pensaba que Alma no lo quería; lo sabía. Y de pensarlo a vivirlo hay un gran dolor de distancia.

~

Estaba por acostarse a dormir cuando el timbre sonó.

Su madre había salido y a él ya ni siquiera le importaba a donde.

Con un pantalón de pijama, una remera blanca, su usual campera deportiva y descalzo, abrió la puerta.

Creía que su capacidad de sorpresa se había extinto, no obstante, ni en un millón de años se esperaba encontrar a la persona que estaba del otro lado: Lara.

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