Extra: En el castillo negro

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Cuando su vista se aclaró, contempló a una chica, unos años mayor que ella, delgada, de piel clara, de pelo caoba. Dormía entre la paja regada en el suelo, de forma tal que sus manos se posaban a los lados, a la altura de su rostro, flexionados los brazos. Estaba profunda, parecía un roble ya que la trató de despertar y no lo logró.

Se concentró de nuevo en su misión, se asomó por el filo de la puerta para salir; estando a punto de hacerlo escuchó a aquella chica hablar.

—¿Tom?

Se sobresaltó. Con lentitud se giró; para su fortuna, sólo hablaba dormida.

—Thomas Rugert, ven. —Volvió a balbucear. La espía se le acercó de nuevo, acuclillándose a su altura.

Por muy insignificante que pareciera, ese nombre que pronunció era de vital importancia en su búsqueda. La analizó de pies a cabeza, el cabello, la ropa, la piel y fue allí, en su mano derecha que vio una cicatriz hecha al parecer con acero incandescente, igual a una marca de esclavo.

Encontró lo que buscaba, su misión concluyó, debía informar su hallazgo y aunque en el fondo sentía que no era del todo verídico, prefirió irse para dar las noticias.

Salió tal como entró al granero. Recorrió el trayecto que escogió antes para acercarse al castillo. Ahora la pregunta era cómo salir. La única salida viable eran las puertas principales de la fortaleza, no había de otra. De resto todo el castillo estaba resguardado y si esperaba al próximo cambio de turno sería tarde.

Decidió arriesgarse, fue a la callejuela donde dejó la armadura, se la puso para ir sin dudar hacia las puertas de la fortaleza. Al llegar se detuvo; el hombre al que le quitó la indumentaria discutía en la entrada con un par de guardias. Trató de devolverse pero el tipo la divisó.

—¡Allí está! —exclamó, exaltado, señalándola.

Los arqueros en lo más alto de la muralla, apuntaron en su dirección. Trató de calmarse aunque por dentro se reprendió porque el reto se volvió más complicado; quiso ser lo más cautelosa posible, no arruinar la misión, tampoco causar problemas en Asturian.

—No sé de qué hablan, sólo llegué tarde a mi turno —mintió, fingiendo una voz grave; fue lo que primero se le vino a la mente para evitar que docenas de flechas la atravesaran. Se aproximó con cautela esperando que los guardias bajaran los arcos.

—Entonces usted es el impostor —sentenció uno de los guardias señalando al semidesnudo hombre que rabió al notarla tan confiada.

—¡¿Están ciegos?! —protestó el soldado estafado—. Dense cuenta de su armadura. Ella continuó sin prestarle atención, escuchando cómo los guardias discutían con él—. ¡Dense cuenta, solo mírenlo! ¡La armadura le queda colgando!

Ella siguió; al estar en el umbral, el filo de una espada en su cuello la detuvo.

—Nunca le había visto soldado —declaró el vigilante que le apuntaba con el arma. Lo analizó, deteniéndose en sus penetrantes ojos negros que se asomaban a través de la careta del yelmo.

—Siempre he estado en sus filas, señor, es difícil entre cientos de soldados recordar un rostro, ¿no cree? —repuso, fingiendo de nuevo una voz grave.

—Les digo que es un espía, me golpeó y me quitó mi armadura...

—No sé de qué habla ese sujeto. Si me permite, señor, tengo que ir a mi puesto —habló, captando la atención del guardia quien le apuntaba la espada esta vez en su costado.

—¿Sabes qué es lo más interesante de ti, soldado? —La mirada del guardia cambió, clavando el arma unos centímetros en su piel; la había descubierto—. Que nunca olvidaría unos ojos como los tuyos.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora