Extra: En el castillo negro

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Analizó la situación; agudizó su visión, prestando atención a los soldados en lo más alto y bajo del muro. Llegó justo a tiempo; cambiaban de turno, contando con limitados minutos para inmiscuirse.

Corrió hacia la muralla aprovechando que un guardia iba solo. El tipo caminaba con desgana, sin prestar atención a su alrededor, hasta que sintió un fuerte golpe en la nuca que lo dejó inconsciente.

André lo arrastró hacia el bosque, lo despojó de su armadura para colocársela; le quedaba un poco grande pero se las apañó para ajustarla. Finalizando, se despejó el rostro, dejando a la vista su rubia cabellera corta que destellaba un poco gracias a la luz de la inclemente luna. Se colocó el casco que complementaba la armadura y rápido fue hacia a las puertas hechas de grueso roble, que estaban a punto de cerrar.

Caminó detrás de un grupo de soldados por lo que al momento de cruzar en medio de los vigilantes que protegían el acceso, no la revisaron y así con gran alivio, ingresó a Asturian.

La ciudadela que rodeaba el castillo era enorme, de calles impecable, casas sofisticadas que brindaban una imagen elegante a la ciudad dando la impresión de ser un reino con clase donde la gente no padecía de hambruna o enfermedades.

Estos hogares se dividían entre sí por los grandes cultivos y el ganado, a parte de los caminos empedrados que dividían los espacios entre ellas. Las luces amarillentas en su interior, producía un toque cálido al ambiente, a pesar de que al fondo, al costado sureste, se alzaba el tétrico Castillo Negro.

El grupo de guardias con los que estaba, se dirigían a la gendarmería donde adiestraban a los hombres que protegían esas tierras. Ésta se encontraba del otro extremo, lejos del castillo, era una de las edificaciones más grandes aparte de las caballerizas y la herrería.

Se desvió del grupo, valiéndose de la oscuridad y la poca importancia de su presencia. Precavida se alejó, perdiéndose entre las viviendas. Se quitó la armadura, volviendo a sus ropas negras. Atravesaba las calles con cuidado de que su presencia no fuera notoria. Miraba en todas direcciones, asomaba la cabeza por las ventanas de las casas buscando a alguien en específico, era por eso que estaba en ese lugar, arriesgando su cuello.

Agotada, con la desesperación nublándole las ideas al no hallar a esa persona, fue investigar en el lugar menos pensado; el castillo de Asturian.

Atravesó toda la ciudad, arribando a las limitaciones de unos cultivos que rodeaban la fortaleza que se extendía adentrándose a un espeso bosque; no conocía con exactitud sus proporciones, pero era la más impresionante que había visto. Perdió la concentración al contemplar hasta dónde se extendía el castillo, entre los árboles tras él.

El lugar era muy vigilado. A cada cuatro metros del perímetro había un guardia. Era difícil adentrarse, pero no imposible.

Se emocionó por el reto que conllevaba ingresar sin ser descubierta, planeó su ruta de entrada y escape una y otra vez, repasando alternativas y obstáculos. Fue a un granero cercano donde los bultos de paja apiñados alrededor, formaron la perfecta ruta de escondite para que fuera directo al castillo. Camuflada entre la penumbra, caminó cautelosa, rodeando sigilosa para al final ingresar por la puerta entreabierta. Se sumió de nuevo en la oscuridad aunque algo la inquietó de inmediato.

Escuchó una respiración acompasada, pensando que era una animal dormitando, pero sus pies que se movían arrastrándose por el suelo, adaptándose a la superficie, tocaron un mullido bulto.

Se quedó quieta un momento, esperando que aquella cosa se despertara, pero no fue así, no hubo reacción alguna. Sus ojos se adaptaron, las antorchas que iluminaban afuera, alumbraron el interior de ese espacio gracias a que la luz se filtraba por en medio de los espacios de la madera de la edificación.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora