42. Infiltrados [Prt. II]

1.7K 231 44
                                    

Dragna estiró las manos hacia el frente para entrelazar sus dedos y luego hacerlos tronar al igual que su cuello que giró para traquear sus huesos. Más relajada corrió en dirección a Adrián que la esperaba de brazos cruzados. Zaradon se quedó quieto, aguardando a que su ayuda fuera oportuna.

La reina llegó frente al conde pero paró en seco a escasos centímetros. Enarcó una ceja, observándolo de pies a cabeza, esperando algo más que solo una sonrisa de su parte pero no, seguía inmóvil, sin la más mínima intención de defenderse.

—Estás muy confiado, me insulta que me subestimes —alegó con severidad, posando sus manos de largas uñas negras en su delgada cadera.

—No vales mi tiempo y mi intención no es matarte sino callarte la boca, además, no suelo golpear a las mujeres —comentó el vampiro un tanto altanero.

—Gracias por tratarme como tal pero, yo no tendré compasión contigo —declaró, señalándole por un breve momento el pecho.

—¿Estás segura? —arqueó más la ceja, viéndola con cierta satisfacción.

—Muy segura —respondió de la misma manera.

Adrián mandó la cabeza hacia atrás riendo alocado; Dragna, resentida, deslizó rápido las manos hacia su cuello y lo apretó con fuerza. El conde ante su agarre, mandó sus filosas uñas salientes hacia los hombros de la reina, clavándoselas en la carne, haciéndola chillar, pero su grito fue gutural, dando la impresión de que desgarró sus cuerdas vocales.

La reina clavó sus ojos en los de Adrián, ahorcándolo más, queriendo que de su nívea piel brotara sangre. Sus delicadas manos se tornaron de un color negro hasta el codo, cubriéndose de escamas; su cuello también tomó el mismo aspecto, envolviendo la piel hasta los hombros.

Adrián no pudo seguir aferrándola; sintió un fuerte ardor igual que estar bajo el sol, la carne de sus dedos se hizo polvo poco a poco. Fastidiado, retiró las manos, sacudiéndolas para limpiar la sangre que emanó de su hiriente agarre.

—El calor corporal de un drago puede aumentar igual que el mismo que produce el sol, eso depende de la edad y poder del drago —declaró la reina, agitando sus manos manchadas de un líquido espeso y rojizo—. ¿Aún piensas seguir subestimándome?

Adrián sonrió de media boca; era un reto, un verdadero reto. Sólo conocía el combate cuerpo a cuerpo, era una bestia, nunca usó un arma o algo igual para mantener distancia con su enemigo, prefería untarse las manos, sentir la calidez de la carne desgarrarse.

—Repito, no vales mi tiempo —reprochó, arrugando la nariz en gesto despectivo.

Se acercó a gran velocidad a Dragna quien sabía que no se acercaría mucho por lo que optó por los ataques a distancia, algo que a los dragones se les daba muy bien. Abrió la boca en amplitud mostrando sus dientes filosos iguales a los de un reptil; del interior de su garganta emergió una llamarada que escupió hacia Adrián quien trató de evadirla pero le fue difícil.

Se alejó de nuevo, sus ropas se quemaron, su piel quedó en carne viva, expuesta; se concentró, para curar sus heridas. Si seguía así la energía pronto se le acabaría y tendría que comerse a alguien para reponerse pero, ¿a quién? A Cornelius tal vez si es que pudiera acercársele.

Dragna rio a la distancia por esa bochornosa situación; limitó al conde, rebajándolo a lamerse las heridas, hacía mucho que no se divertía.

Ya curado, Adrián tomó una enorme bocanada de aire, se aproximó más rápido que otras veces, sin darle tiempo a la reina de escupir fuego. Estando justo a su lado, sin remordimiento de que fuera una mujer, la golpeó en el estómago con el empeine del pie, una patada recta que formaba un ángulo de noventa grados con la otra pierna fija al suelo. Pero no acabó allí su ataque; antes de que el cuerpo de la reina fuera hacia atrás, se acercó indetectable, y con la misma pierna la pateó bajo la barbilla con el talón, fracturando su mandíbula; esto la elevó por el aire. Para rematar, con ambas manos la volvió a golpear en el estómago, enterrándole las largas uñas en el vientre; para alivio y deleite, la piel de la reina en esa zona era normal por lo que aprovechó para desgarrarle las entrañas. Dragna gruñó de cólera por los golpes, luego de la inesperada embestida cayó al suelo, arrastrándose varios metros por la arena, cubriéndose de ella, casi llegando a los pies del rey Zaradon.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora