-Capítulo 31: "Hogar,agrio hogar"-

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—Sí.

—Pues bien. Te felicito, estás oficialmente curado —se levantó de su asiento y le tendió una mano.

La expresión de Fran era de desconcierto.

¿En serio? ¿Curado?

¿Las ganas de morir se "curaban"?

A pesar de su desacuerdo con las palabras escogidas por la persona que se encontraba frente a él, no dudó en devolverle el apretón y correr a su armario para recoger sus pertenencias.

—Tu madre te espera en recepción —exclamó. Antes de salir por completo, se volteó —: Si necesitas algo, puedes llamar a mi celular. Lo tienes, ¿verdad?

Franco asintió.

—No importa el día ni la hora —la mirada de la doctora reflejaba sinceridad.

El chico repitió el gesto.

Creyó ver que le guiñaba un ojo amistosamente, pero no le dio importancia.

Quería llegar a casa y comenzar el plan: recomponer su vida. O lo que quedaba de ella.

~

El bolso rebotó contra el piso de madera del gran recibidor.

Al fin.

— ¿Cómo te sientes, Fran? —preguntó su madre.

—Genial, mamá. Ya pasó, ya me curé. Puedes dejar de preguntar.

—No lo haré, hijo. Lo que más quiero es que estés bien.

—Y lo estaré, cuando dejes de preguntar.

La aspereza en su voz era notable; no pensaba disimular.

— ¡Fran! —un gritó lo expulsó de su mente. Nico corría hacia él con los brazos extendidos.

Una sonrisa apareció en sus labios. Lo recibió y lo alzó en el aire.

—Hola, enano.

—Te extrañé mucho. ¿Te fue bien en tu viaje?

— ¿Viaje? —murmuró Franco, confundido.

—Mamá me dijo que se había largado tu ida a Cancún.

En ese momento, un flash llegó a su mente: esa noche había buscado a su hermano, pero no estaba. Debía haber esperado que su madre no le dijese la verdad.

Nunca lo hacía.

—Ahora también volverá papá, ¿cierto?

La intense mirada azul se posó sobre la mujer que le había dado la vida.

—Luego hablaremos de eso, Nico. ¿Por qué no vas a tu cuarto un rato? Yo voy enseguida —habló Fran, con los dientes ligeramente apretados.

Cuando el niño se hubo retirado, comenzó la discusión.

— ¿Ma? ¿Puedes explicarme por qué le dijiste a Nicolás que ese hombre volvería?

—Porque es su padre —murmuró esta —. Él necesita un padre.

Yo también lo necesitaba.

No te preocupaste por mí.

—No debes mentirle.

—Tiene ocho años —se defendió Clara.

¡Y yo tengo 16! No soy tan grande como crees.

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