Fuego.

59 8 98
                                    

Fuego.

Degel seguía lamiendo el pecho de Kardia, que gemía llevando una de sus manos a sus labios, restregando sus propias piernas entre sí, observando a su copo de nieve, la forma en que se movía sobre su cuerpo.

-No... no silencies tus gemidos...

Siempre era delicado y amable, pero en ese momento, sonaba un poco más agresivo, observando a Kardia con una idea en mente, sosteniendo sus muñecas, haciendo que fueran cubiertas por un bloque de hielo.

-Quiero escucharte...

Kardia asintió, arqueando la espalda cuando Degel llevó una mano a su hombría, rodeándola con ella, acariciándole con demasiada fuerza, un poco agresivo, sus ojos lilas, con un toque azulado.

-¿Te gusta?

Preguntó en su oído, haciéndole jadear y gemir un poco más fuerte, encogiéndose en la cama unos centímetros, para de nuevo estirar sus piernas, mirándole fijamente, disfrutando de aquellas caricias, recordando una ocasión en la que finge usar su uña como una navaja, como si estuviera forzando a ser poseído por él.

-Degel... Degel... por favor...

Susurro ansioso de sentir más caricias, llevando una de sus piernas a la misma entrepierna de su amante, quien gimió, mirando con una expresión depredadora, que solo él conocía y lo sabía bien.

-Quiero ser tuyo...

Pronunció en el oído de su amante, quien por alguna razón que no alcanzaba a comprender pensaba que no le gustaría ser poseído por él, tal vez porque era un omega o sería un omega.

En su familia, lo poco que supo de ellos era que le enseñaron que debía seguir algunos papeles, que debía ser delicado, que no debía molestarse, sabía bailar, cantar y tocar algunos instrumentos, o por lo menos, algunas notas.

Así que supuso que Degel fue educado de esa forma para obedecer a su alfa, de una forma absurda, porque no debían obedecerse mutuamente, solo darse lo que deseaban cada uno de ellos.

Y lo único que tenía que pasar era que conociera a un salvaje de cabello rizado que le hacía romper las reglas del santuario, al que debía proteger de su propio cuerpo, porque su corazón podía dejar de latir a causa de su maldita enfermedad.

Kardia lamió el oído de Degel, lamiendo su cuello, mordiendo poco después, apenas una marca delicada, donde todos podrán verlo, haciendo que se enojara su copo de nieve, sosteniéndolo del cuello con una de sus manos, llevando la otra a su piel.

-He sido muy malo... Degel... porque no me das una lección...

Degel nego eso, tener sexo con el no era un castigo y no deseaba lastimar a su hermoso escorpion, a quien comenzo a acariciar de nuevo, lamiendo su hombria con delicadeza, primero la punta, despues a lo largo, llevando sus manos a sus testiculos, moviendolos entre sus manos como si fueran unas pelotas.

-¿Esto te gusta?

Volvió a preguntarle, como si sus gemidos no fueran lo suficiente claros, así que destruyendo el cubo de hielo en sus muñecas lo quebró, liberándose de esas posibles cadenas, besando a Degel con fuerza, apartándose de pronto, para buscar un frasco, el que el usaba con su copo de nieve, con una expresión algo tétrica para cualquier otro, sensual para el príncipe de hielo.

-Hazlo... quiero sentirlo... quiero saber lo que sientes cuando yo te hago mio...

Degel sostuvo el frasco en su mano sin saber que hacer, a punto de decirle que no deseaba eso, que no quería poseerlo, eso no era correcto, los omegas reciben, los alfas daban, pero cuando Kardia le ayudó a abrir el frasco, besando su mejilla, su cuello, se estremeció ligeramente.

El Cáliz de Hera.Onde histórias criam vida. Descubra agora