Celos.

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Celos.

Kasa estaba cansado, a pesar de haber logrado dormir con ayuda de Asmita de Virgo, que era un hombre muy extraño, un omega con el poder de un dios, pero la gentileza de un santo, a quien agradecía su ayuda, así como su preocupación por su persona.

Ese día era especialmente caluroso para un general marino que estaba acostumbrado al frío de los elementos, ya que custodiaba el pilar del Océano Antártico, sus dominios estaban cubiertos de hielo blanco.

Así que el clima del Santuario, aunque era muy agradable, en momentos como este comenzaba a darle demasiado sueño, así que recargando sus piernas en la mesa enfrente suyo, donde observaba a los dos alfas entrenando por ahí, comenzó a quedarse dormido.

Sus ojos se cerraron, pero se sentía demasiado seguro en ese momento, nada le preocupaba, mucho menos la presencia del dios del trueno, ni sus dudas respecto a Poseidon, un dios, al que ya no pensaba obedecer.

Por el cual sentía hasta cierto punto desagrado, cuya lealtad nunca había poseído, esa muchacha, aunque era amable, no los protegió, pero sería lo mismo si hubieran utilizado el cuerpo del joven Solo, al que vio una única vez en esa mansión gigantesca

Era un muchacho guapo, era lo unico que podria decir de él, que fuera amable, porque no le gusto la forma en que les observaba desde la ventana de uno de los cuartos más altos, sin embargo, no importaban sus presentimientos, Julian Solo, no fue el envase de Poseidon, asi que con eso estaba satisfecho.

Hablando de Poseidón, nadie había visto su cuerpo en miles de años, se decía que este había sido destruido durante una de las guerras y lo único que había de ese dios era su espíritu, un ser incorpóreo que utilizaba a los herederos de la familia Solo para su propios intereses.

Así que podrían ser las olas que pisaba cuando era tan solo un muchacho, la espuma, el mar mismo, una noción que le pareció demasiado divertida, demasiado absurda, porque era obvio que eso era una mentira.

Kasa comenzaba a quedarse dormido, con los brazos cruzados delante de su pecho, escuchando a lo lejos los movimientos del apuesto toro del santuario y del kraken, cómo se enfrentaban tratando de pulir sus técnicas, aprendiendo de su aliado, preparándose para la guerra que se avecinaba.

En su mente, un mar comenzaba a dibujarse, un hermoso mar azul en una playa de arena brillante, suave, muy parecida a la de su viejo pueblo, donde pasaba horas caminando entre las olas que mojaban sus tobillos, iluminado por la luz de la luna.

Pero en ese sueño no era un niño, sino un adulto que veía a su alrededor con asombro, porque siempre le habían gustado los atardeceres, sintiendo de pronto los brazos de alguien rodeando su cintura, una persona amable, a la que no le tenía miedo.

-Kasa...

Susurraron en su oído, un hombre de cabello rosa, vestido como un pescador, con ropa sencilla, demasiado gastada, quien le miraba atento con algunos dulces en una cajita de madera, los que conseguía de una tierra lejana, únicamente para él.

-Has vuelto...

Pronunció alegre, rodeando el cuello de Io con ambos brazos, acercándose a su cuerpo para besarle, iniciando el sus caricias, sosteniéndolo entonces de las mejillas, para besar su frente, obligándolo a agacharse un poco, ya que era un hombre un poco bajo.

-No sabes como te he extrañado...

Le dijo alegre, tomándolo de las manos para llevarlo al interior de una cabaña, un lugar pequeño donde vivían juntos, alejados del pueblo, pues este le tenía miedo a su color de piel, considerándolo alguna clase de espíritu o ser de extraña fortuna.

El Cáliz de Hera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora