Cuarto Círculo.

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Cuarto Círculo.

Esta ocasión Kardia debia atravesar el círculo de la avaricia, donde estaban encerradas las almas de los avariciosos, algunos siendo aplastados por toneladas de monedas, otros ahogándose en lagos de oro hirviendo, algunos tratando de tocar esas riquezas pero sin acercarse a ellas y otros más, parecían cuerpos tan delgados como unas varas, enfrente suyo había banquetes de comida que se veía deliciosa, aun él sintió hambre, sin embargo, no estaba tan loco como para tocar eso, porque una vez que los cuerpos demacrados trataban de tocarlos, se convertían en oro.

Esas criaturas parecía que pudieron sentirlo y le vieron con unos ojos blancos, perdidos en la locura, su boca babeando, cayendo gotas gruesas de salivs en el suelo, de nueva cuenta, esos seres tratarían de devorarlo pensó Kardia, retrocediendo unos pasos.

Debía atravesar ese banquete para llegar a donde estaba la entrada al quinto círculo y sin mas inició su camino, debía llegar con esa centella, usarla para recuperar su vida, sólo así podría proteger a Degel, solo en eso podía pensar, en la seguridad de su amado, de su omega.

Cortó algunos de los cuerpos de esas criaturas hambrientas, que no podían comer oro, viendo entonces, como de alguna manera comenzaban a pelear entre ellos mismos, ignorándolo, recordando que algunos eran los avaros que acaparaban la riqueza, otros los que despilfarraron cuanto llegaba a sus manos.

De alguna forma haciendo mucho más fácil para el ingresar al quinto círculo, donde estaban encerrados aquellos que sufrieron de ira y pereza, esa zona era un pantano de aguas turbias y espesas, las que si tocaba no le dejarían escapar, como arenas movedizas o mares de lodo maloliente.

En esas aguas del río Estigia, si es que eso podía llamarse así, había cientos de fieras peleando entre ellas, arrancándose enormes pedazos de carne y piel, peleando incansablemente, sin prestarle atención a nada más.

Ni a las almas furiosas que deambulaban peleando entre sí, ni aquellas sumidas en la pereza que solo estaban recostadas en las bestias o medio sumergidas en esas aguas, no había paso alguno, ni siquiera dónde pisar que no fueran los lomos de las criaturas.

Por lo que Kardia comenzó a moverse de una a otra, apenas esquivando sus fauces y de vez en cuando, cayendo sobre los perezosos sumergidos en el agua espesa del Estigia, sumergiendolos en este, para poder seguir avanzando.

Sin saber que era peor, aquellas almas que se mataban entre si, o esas que no hacian nada, deteniendose de pronto en una de esas bestias, observando una figura que le parecio conocida, era otro santo de Escorpion, pero este tenía cabello negro.

El que luchaba sin detenerse, buscando la gloria o la muerte, haciéndole pensar en sí mismo, en la forma en que quiso morir en una batalla, a causa de la furia que sentía por estar enfermo, en cambio, despreciando el amor que Degel le tenía, la posibilidad de morir en cama a su lado.

Diciendose que eso lo hacía por Degel, pero podía comprender la verdad, eso lo hacía por él mismo, él no pensaba que esa muerte fuera digna de su fuerza o de sus técnicas y al rechazarlo como lo hizo, también desprecio su afecto.

El santo de escorpión, que vestía una armadura morada, parecida a una surplice, quien quiso iniciar la guerra mucho antes de lo que era debido, le observó furioso, usando la misma mirada que él tenía en sus batallas.

-¡Qué haces aquí!

Parecía que gritaba, aunque sonaba mucho más como una pregunta, la que no supo si debía responder, mirándole de pies a cabeza, preguntándose si le evitaría pasar porque era su deber, o simplemente porque deseaba pelear con alguien que le diera batalla.

-Tengo menos de veinticuatro horas para poder llegar al último círculo, no te interpongas en mi camino.

Ese santo del escorpión estaba allí como castigo de los dioses, quien por un momento sería llevado al círculo de los herejes, pero su furia e ira eran mucho mayores, por lo cual, le dejaron quedarse en ese sitio para pelear hasta el fin de los tiempos.

El Cáliz de Hera.Место, где живут истории. Откройте их для себя