Capítulo 86. Sangre, fuego y venganza

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Miro a todas las direcciones, Iracema está en el suelo, acabo de tumbarla, con dificultad, pero lo logré. Realizo un hechizo usando la pluma de Carina, escribo en ni mano una grafía y con eso consigo inmovilizarla en el suelo.

Sonidos de guerra y lamentos vienen en todas las direcciones, pero no me interesa centrarme en ellas.

Franco incrementa su tamaño al ver que logré deshacerme de Iracema. Invoco las llamas de mi interior y decido que es hora de encender las lunas de mi espalda. La ropa que llevaba arriba la arranco, dejo mi torso desnudo, y las llamas comienzan a recorrer mis tatuajes en pequeñas líneas.

Los traidores parecen haberse multiplicado, porque mis soldados comienzan a flaquear y retroceder. Por lo que decido usar mis nuevos conocimientos. Aunque estos me cuesten energías. No voy a permitir que estos chicos estén en peligro.
Apoyo mi mano derecha en el suelo, el cual ya me di cuenta que es arena de cementerio, lo que no saben es que yo comencé a estudiar magia negra, así que me sirve, sus intentos de acabarme sólo son mi fortaleza.

—Anga ha Rete, eju, ha eñangareko che anguirukuerare.
(Almas y cuerpos, vengan y cuiden a mis amigos)

Del suelo emergen unas figuras de hueso, brillantes, puntiagudas, sus cabezas son de venados, jaguaretes, monos, animales salvajes que habitaban los bosques y fueron despojados de sus vidas por cazadores furtivos.

—¡Hipócrita! —grita Iracema desde el suelo —. Me acusas de usar magia prohibida y tú juegas a ser Dios.

Volteó a verla, solo me río de lo que acaba de decir, porque me parece que la hipócrita es ella y su padre.

—Dame el alma de mi madre —digo a Franco ignorando a Iracema. Me doy cuenta que él está muy alejado de su imagen humana, sus ojos son rojos y sus colmillos son gigantes—. Si lo jacer tú muerte será rápida.

—No hay manera en que tu tengas mi trofeo —responde con la voz monstuosa.

La rabia subió a mi estomago, y se que mi reacción es viseral, porque volteó con enojo hacia Ira, la miro con tanto enojo y frustración, pero logro controlarme y decir algo que le va a doler.

—Ahí tienes a tu santo Padre, Iracema... y me alegra que lo corrobores cuando ya decidiste que lo que sepas lo vas a ignorar. Lo mataré —le digo cuando él me ataca y lo esquivo —. Y cuando tenga su cabeza lo exhibiré en el viejo internado. Como recuerdo de lo que le puede pasar a un traidor de las abejas.

—No lo vas a lograr Luriel —dice ella intentando escapar.

La veulvo a ignorar. Franco intenta atacarme con su garra, y la verdad es que aunque yo haya incrementado mis poderes estoy débil, y él más poderoso, lo subestimé, creí que no se vovlería tan poderoso en poco tiempo. Supongo que las 7 marcas en su cuerpo le han dado todo lo que necesitaba para ser realmente peligroso. 

Me pongo en posición de ataque, cuando él arroja un liquido negro y vicoso, el olor es realmente asqueroso, logro esquivarlo, y menos mal, porque el suelo comenza a hundirse. De inmediato llamo a Jaguareté, llega hasta mi, subo sobre su lomo, en eso él se enciende en llamas al igual que yo. Cuando Franco me vuelve a rrojar el líquido, hacemos como una especie de llamarada que evita que nos alcance. El líquido se evapora y ahora él sonríe. Creo que cometí un error.

Mis fosas nasales comienzan a ardemer, el vapor del líquido también es veneno.

—¡Hijo de puta! —grito a penas, porque mi garganta arde, me da un ataque de tos y llevo mi brazo hasta mi nariz para intentar cubrirme. 

Franco se agranda, y vuelve a arrojar el veneno, esta vez solo lo esquivo y disminuyo la llamarada que nos proteje. Pero siemto que todo está saliendo mal. De la nada surgen unos brazos como tentáculos que rodean las piertas de Jagaureté, mi espíritu de combate tiene las 4 piernas prisioneras. Miro a todas direcciones y veo que el origen de esos brazos son los árboles muertos. 

Los rebeldes [Libro 4]Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum