Capítulo 84. Doler

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Besar a Vega, solo fue un error, entorpece mis planes. Porque no quería sufrir en mi despedida.

Segundo a segundo esto se me hace pesado, porque el enamoramiento me hace creer que hay esperanzas de que podamos estar juntos, cuando la verdad es que de aquí no salgo como llego.

Corro al campo de batalla, invoco mi Takapé y en medio de mi lucha, solo puedo pensar en la suavidad de los labios de la chica, su aroma a nerolí y almizcle me recuerda a cuánto me inspira para escribir, su fortaleza, su piel suave... sus cabellos largos y sedosos, sus pecas, sus hermosas pecas.

Entre gotas y Viudas negras, no dejo de pensar en ella. De tanto en tanto volteó a ver a que esté bien, y por su puesto que lo está. Es fuerte, poderosa, determinada.

Ella tiene su arma en una mano, y en la otra una especie de varas hechas de electricidad.  Sin dudar destruye a los enemigos, sus manos se manchan de sangre y brea, pero ni se inmuta por los salpicones que van a su rostro.

—Voy por MalaVision —avisa.

—¡No! —digo, pero ella ya invocó un espíritu y salió en dirección a la torre.

Dudo por un segundo, pero recuerdo que yo vengo por Franco. Ahora debo concentrarme.

Logro esquivar las bolas de fuego que se me vienen encima, invoco a Mbakagua y a Jaguarete para que me ayuden, cuando aparecen en escena todo se me hace que se mueve en cámara lenta. Veo a los estudiantes, gritando al unísono mi nombre, a Franco cortando cabezas como si esos chicos no importaran.

Tras él está Edara, quien también ataca a los chicos con cadenas, atandolos para que el imbécil de Asturia tenga su venganza. Más hombres y mujeres luchando del lado de Franco.

Yo estoy concentrado viendo la escena y dejo a mis espíritus que se ocupen de los distractores. Mis amigos están en la lucha, los dejo de ver porque este es el momento que mi mente ha visto una y otra vez, este día  al que quería llegar, al que anhelaba mi corazón.

Giro mi Takapé e introduzco en el pecho de la viuda negra que intenta atacarme. Cuando retiro mi arma esta se hace polvo.

Veo los restos de lo alguna vez fue el salón principal, solo queda el piso en mosaico y la pared lateral, ni las esculturas de Oro se salvaron. Los Rebeldes está  amontonados, luchando contra sus atacantes.

Liderados por Monica, Rebeca y la hermana de Gerardo. Ella intentan minimizar los ataques de Franco y proteger a los nuevos, desde aquí distingo a Sara.

También puedo ver a Danae, Harvie y un par que no reconozco quienes están observando todo el show con la boca abierta. Ellos no me importan.

Con agilidad corro entre los escombros, voy hasta dónde los imbéciles atacan a mis soldados. Franco estaba a punto de cortar la cabeza a Monica cuando alcanzo llegar y golpear su arma con mi Takapé.

El pánico en sus ojos me confirma que estoy con el verdadero hijo de puta.

No puedo ocultar mi sonrisa, cuando lo tengo frente a mi, Edara intenta arrojarse una de sus cadenas encantadas, pero Mirena aparece a mi lado y al tocarla la convierte en una enorme serpiente, esto hace que ella lo arroje y grite.

—¡Tía! —digo—. Me gustaban más las bienvenidas que dabas antes... cuando fingias que no eras una rastrera... ¿te rugian mucho las tripas por el hambre de poder? No contestes... es evidente que sí.

Franco me arroja una bola de fuego rojo, pero lo detengo con la mano.

Él no dice nada solo me ataca con su arma, la cual esquivo. Apoyo la punta de mi Takapé en el suelo, y me impulso para girar y dar una patada al desgraciado, este cae al suelo. Intentan ayudarlo, pero mis soldados se apresuran y crean una barrera entre sus aliado, Franco y yo.

Asturia se pone de pie, suelta su arma, sonríe, que hijo de puta.

Se saca el saco, la camisa, queda con el torso desnudo y me muestra sus tatuajes, la marca de los 7, y de la Diosa Luna.

—No te va a ser fácil matarme —dice abriendo los brazos, presumiendo su colección de tatuajes.

Mis ojos se fijan en el collar que lleva  y hago caso omiso a sus palabras.

Arrojo mi Takape, remango mis mangas, de reojo veo a Monica dirigiendo el ataque para que nadie pueda interrumpirnos.

—Franco... —digo —crees que eso te va a ser suficiente? ¿De verdad?

—Siempre tan soberbio —dice con rabia.

Abre las palmas de sus manos y aunque no me lo esperaba, no me sorprendería ver lo que pasa a continuación.

De su espalda salen dos pares de brazos, pero puntiagudos, como si fueran hechas de piedra, su tamaño se duplicó y ahora tengo a un monstruo delante de mí. Lo miro con asco, pero sin inmutarme por su horrible apariencia.

—¿Te salió mal el experimento de ciencias? —pregunto levantando una ceja.

—Todos dicen que llevas el carácter soberbio de tu padre —dice con la voz monstruosa, una luz de una explosión de poderes ilumina su rostro, escombros vuelan por los aires, pero mi atención sólo está en el imbécil —. Pero se olvidan de que tu madre también era una perra engreída... la intocable Solei... ups, espera, yo la maté...

Solo logro reír, porque al fin lo dice en voz alta, y aunque me alteren los nervios solo me queda por recordar que yo vine a tomar venganza, y encerrar a Iracema.

—Franco... eres un desgraciado... y te lo voy hacer pagar.

Tomo de nuevo mi Takapé y voy hacia él. Me lanza una especie de espinas, las cuales rozan la piel de mi rostro y me causan heridas, mi ropa impide que entren en mi cuerpo. Me cubro el rostro con los brazos, y a penas distingo que las espinas salen de sus brazos.

—Ejapó Yvytú —invoco el viento para que las espinas no lleguen a mi y regresen a él.

Ahora él abre su boca tanto que le llega hasta la mitad del pecho y de ella salen unas especies de bolas con espinas, son pesadas, cuando impactan contra mi cuerpo hacen que caiga al suelo, y cuando estoy allí, adolorido por el impacto recibo otro que cae sobre mi estomago. Escucho correr al monstruo hacia mi, y en menos de un segundo tenia sobre mi su garra horrible sobre mi cuello.

Él, ejerce presión pero logro tomar fuerza, y lo empujo con mi Takapé. Me levanto de un salto y intento atacar de nuevo a Franco, pero algo me detiene antes de llegar a Él.

Estoy flotando en el aire. ¿Cariem? Volteo, y veo que se trata de Iracema.

La chica tiene los ojos todos negros, con esas venas pintadas al rededor y en la cara del mismo color. La chica copio la técnica de Elsa para mantenerme inmóvil.

—Eres un atrevido —dice ella— ¿Cómo crees que puedes tocar a mi papá? Y de mantenerme encerrada en ti cochina casa... te voy a tener que castigar... Gianti... y créeme que te va a doler.

Los rebeldes [Libro 4]Where stories live. Discover now