Capítulo 31. Para nada.

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Camino por los pasillos con las manos en los bolsillos, escucho los cuchicheos de los estudiantes, algunos corriendo con sus maletas de un lugar a otro, mientras el resto solo recorre o se para en un lugar esperando órdenes.

La noticia de que Jose está desaparecida lo manejan muy pocos docentes, y entre los estudiantes solo lo sabemos aquellos que estamos en la Ínter app.

—Gerardo —me llama Hisa en un hilo de susurro.

—¿Qué pasa Gianti? Sabes que no podemos hablar.

—Sí, solo quiero que mires a las 12 en punto.

Al decir eso, pasa de largo y va junto a Rebeca, quien la recibe con un abrazo fugaz.

Obedezco y veo a Iracema mirando a través de la ventana, su uniforme está impecable, su larga cabellera le lleva hasta la cintura y su cuerpo está tan bien definido debido a los ejercicios que se ha pasado haciendo desde que Luriel se fue del internado.

Es roja verla fuera de su uniforme de entrenamiento, y más, quita, pensando.

Esta es mi oportunidad de increpar a la princesa guerrera.

—Es raro ver a la niña de oro y miel lejos de las salas de entrenamiento —digo.

Ella voltea a verme, está seria, su expresión está muy lejos de aquella figura calida y amable que solía irradiar Iracema.

—Gerardo —dice casi en un tono militar—. ¿Te puedo ayudar en algo?

—No lo creo —lanzo mi veneno—. Yo solo quería admirar la figura que el consejo ha guardado... ni en clases ya te veía.

—¿A caso te preocupa mi bien estar? —pregunta seria.

—Para nada... al fin y al cabo eres una Asturia... solo que no sé si eres tan rata como tu padre.

Iracema da un paso hacia mi, su cabeza está en lo alto, sus manos hacia atrás, estoy seguro que si decidiera atacarme en este preciso momento me voy a arrepentir de mis palabras.

—¿Me estás provocando, Gerardo? —su voz suena a poder, no lo voy a negar, me da miedo.

—Para nada, princesa guerrera, pero seamos realistas, desde que el Cario no está, tu figura se ha reducido a una bonita estampilla, un apellido pretencioso y un... papel que da pena.

>>Ya no tienes amigos, otra vez, tu nombre está en cada rebelde y opositor del "Gobierno" de tu padre. Hay muchas dudas con respecto a ustedes.

Iracema solo calla, me observa firme, su cabello se mueve con la brisa que ingresa por las ventanas  y sus ojos marrones resaltan por la luz del sol que golpea su rostro.

—¿Cómo se siente, Gerardo, rogar por atención? A Luriel lo odiabas por ser un Gianti, y a mi por ser una figura importante. Es evidente que ruedas por un poco de gloria.

Le sonrío, porque su veneno es real, ya no es la chica pacífica ni tonta que caminaba y tropezaba como tonta.

—¡Auch! —digo exagerando mis movimientos —. Pero yo también te metí el dedo en la llaga al hablar de Luriel. Pero déjame decirte, Asturia, que a pesar de que odie el hecho de qué el sea el justiciero... estoy de su lado. Y puedes ir corriendo junto a papá a contarle. Pero prefiero apoyar a Luriel que a un traidor como tu padre.

—Hablas como si tuvieras pruebas.

—Tú también las tienes frente a tus ojos, pero estas eligiendo no ver.

Al decir eso, me dispongo a retirarme, pero luego volteo antes de hacerlo y miro a la chica quien me pone todo el odio en sus ojos.

—Cuando puedas pregunta por Josefina... y quiero que recuerdes que cualquier respuesta que te den... es mentira.

>>Espero, de todo corazón que te des cuenta, Iracema, que te están mintiendo. Y el verdadero enemigo corre por tu sangre.

Invoco un chip del tamaño de un arroz, y le doy una palmada en el hombro a Iracema. Cuando hago eso, introduzco el chip en ella. Está tan concentrada en odiarme  que ni cuenta se dió.

—¿No te da envidia? —me grita—. Qué el pase su exilio a solas con Yara.

Una risilla burlona se escapa de mi, volteo hacia ella su sigo caminando marcha atrás mientras la miro.

—Ay, Iracema, en verdad eliges la ceguera... ¿Yara y Luriel?

Río, vuelvo a mi ruta y dejo ese veneno recorrer el ser de la princesa guerrera.

Me alejo del escenario, saco del bolsillo un pequeño auricular y me lo pongo. Lo presiono una vez y escucho el sonido del inicio del chat, los pitidos me indican que hay 3 personas conectadas. Como por audio no tengo idea quiénes son, solo lanzo la info.

—Objetivo, listo —digo.

—¿Tan rápido? —pregunta Rebeca.

—Por supuesto. Y sabremos qué movimientos haga la chica.

—Excelente —escucho decir a Rodrigo—. El geolocaluzador ya está activo

—Qué eficiencia —dice Rebeca.

—¿Creen que en algún momento ella sepa más cosas? —pregunta Rodrigo—. Al punto de que su padre confíe secretos a ella.

—No... —digo.

—No, pero quizás escuche algo importante —agrega Rebeca— y esas oportunidades no las podemos perder.

—¿Próximo objetivo? —pregunta Hisa en el momento en que escucho que se une al Interapp

—Tú tío Santos... —dice Rodrigo—. Chicos, los dejo, cuídense y cuídense sus pertenecían que no se los quiten. Pero en caso de que en 48 horas no sabemos nada de ustedes, no se preocupen que vamos a encontrar la manera de hacerles llegar celulares.

—Bien —Digo algo preocupado al ver que más adelante están con unos detectores que pasan a los estudiantes uno por uno—. Por qué creo que va a tocar tirar lo que tenemos puestos. Hablamos luego.

Me quito el auricular, me acerco a un basurero y arrojo el aparato, no sin antes aplastarlo con mi mano.

Hago un gesto a Rebeca cuando esta me ve a lo lejos, ella de inmediato corre la voz y también arroja sus auricular.

—¡Miserable hijo de puta, Franco! —mascullo mientras veo como nuestros aliados destruyen sus aparatos de comunicación... esto  no me gusta para nada.

Los rebeldes [Libro 4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora