Capítulo 55. Frustración

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Me levanto de la cama, guardo el dispositivo entre la costura de mi mochila y me preparo para salir de la habitación.

—¡Hisa! —me llama Rebeca, volteo y le ofrezco la mirada más venenosa que se pueda.

—No me vas a detener.

Abro la puerta y cuando hago eso veo a Gerardo quien se apoya en mi marco, intentando respirar, está agitado, es evidente que vino corriendo.

—No me vas a detener —digo, lo aparto y comienzo a caminar en el pasillo.

—Espera, por favor —implora Gerardo—. Ya nos advirtieron, si te acercas pueden dejarnos rastros de transmutación.

Niego y me río a la vez, como si eso podría detenerme, a parte ya me hice una protección ayer  justamente porque sentía el ambiente denso.

En días llegan los estudiantes nuevos  y es evidente que van a hacer esto de querer manipular a todos. Pero no voy a dejar que se salga con la suya.

—Hisa, es peligroso —insiste Gerardo.

—Mi amor —llama Rebeca pero yo continuo caminando.

Llego al salón de entrenamientos, y allí está, la perra con Ndusú y
Nain. Los destellos de luz entre ataque y ataque me hace tenerle más rabia.

Piso el suelo de la pista de entrenamiento, y esto obliga a los 3  parar sus movimientos, Iracema queda en el medio y me ofrece una sonrisa desafiante.

—¿Vas a entrenar con uniforme de gala? —pregunta mirándome de arriba abajo.

—Voy a trapear el suelo contigo —le digo y sonrío. Aunque por dentro esté muerta de incertidumbre.

Iracema ríe por lo alto y se tapa la boca, en un gesto elegante y ruin a la vez. Se pone derecha, luego da unos pasos al frente, supongo esperando a que yo retroceda, pero imito su gesto.

—Hisa —vuelve a llamar Rebeca.

—Haz caso a tu novia, Pato.

El asco se me subió desde los pies hasta la cabeza. De inmediato corro hasta ella, brindándole un golpe en la cara con mi puño cerrado.

Iracema se lleva la mano al rostro, sus suaves cabellos tapan si expresión así que cuando veo que está sonriendo me lleno de más enojo e impotencia.

Ndusu y Nain intentan venir a ayudar, pero Gerardo y Rebeca se ponen a mi lado. Iracema voltea y les hace un gesto para que no intervengan.

—¿Qué carajos te pasa? —pregunta.

—Tienes el descaro de preguntar —la indignación me sacude—. Si no fuera porque hay magia de protección en este lugar, juro que te hacia lo mismo que le hiciste a Vega y a Zunú.

Iracema pasa la lengua en el interior de su mejilla causando que su piel se eleve, y genere una imagen de alguien deseosa de matar.

—¿Ya murieron tus amiguitos? —pregunta con una risita y eso hace que vaya directo a ella.

Invoco mi arma, pero en cuestión de segundos me lo quita, Rompe, y empuja al suelo. Me propina un golpe en el rostro, y cuando estaba por darme otro  alguien la aparta.

Veo a Irama sosteniendo a Iracema del brazo y esta forcejear para soltarse.

—¡Suéltame! —grita a la bruja y esta la sostiene con más fuerza.

—Te estoy haciendo un favor —le responde Irama—. Más vale que dejes a la chica.

—¡Quién vino en busca de la paliza fue la estúpida Gianti!

—¡Claro, ni un motivo seguro tiene!

Iracema mira desafiante a Irama y al fin consigue que la suelte, ambas quedan frente a frente con la expresión de asco una de la otra.

—No te metas Irama.

La bruja ríe, en lo que Gerardo y Rebeca ayudan a que me ponga de pie. Irama se acerca a la princesa guerrera y con la voz baja le habla:

—Es lo que  más deseo, pero tú padre me hizo tu niñera. Y si quieres que tu querido papi, siga en su puesto, vas a tener que cuidar lo que hagas. Hoy es la reunión de consejo ¿Sabes lo escandaloso que está siendo tu comportamiento?

—¿Reunión de consejo? —pregunta Gerardo con malicia.

Y al fin veo el miedo en los ojos de la princesa guerrera. De inmediato se acerca a Gerardo y lo apunta con un dedo.

—Ni se te ocurra hacer nada, idiota —amenaza.

—¿Hacer, qué? —pregunta nuestro editor— ¿Qué podría hacer yo? De malo, si la que atacó a Vega y Zunú fuiste tú ¿No?

—Eres un... —Iracema intenta golpearlo, pero Nain e Irama la detienen.

—¿Qué hiciste qué? —pregunta Irama

—Lo que debía hacer. ¿Es la guerra, no? —dice con prepotencia—. ¡Y le rezo a los dioses para que sus almas hayan llegado ya al tapekue! —me dice a mi y hace una venía.

La rabia se transforma en lagrimas, grito y ella solo sonríe. Cuando está por irse, Irama la vuelve a atajar.

—Sí eso llega a saber el consejo...

—Yo me encargaré que no les importe —responde Iracema—. Ellos deben entender que al fin y al cabo son fugitivos ¿No?

—Ere una tonta —le grito—. Ciega, estúpida y egoísta, tú castillo se va a caer  y el asesino de tu padre va a pagar.

—¡Dónde están las pruebas de que mi padre es un asesino? —me vuelve a gritar —. No veo ninguna, pero veo todas las de tu hermano.

—Él no mató a los nuestros, el mató a enemigos.

—Un asesino, al fin y al cabo —responde con frialdad.

—Basta, Hisa —pide Irama—. Deja a la princesa guerrera en paz.

Siento el peso en mi pecho, la impotencia, el dolor, la rabia y el asco de escuchar una y otra vez mentiras y argumentos de mierda. Odio con todo mi ser a Iracema, y necesito volverme tan fuerte como ella para darle una probada de miedo.

—Tranquila —me susurra Gerardo—. Tengo una idea.

Seco mis lágrimas y miro a Iracema, pero esta vez con una sonrisa.

—Sí mandaste al Tepekue a  Zunú y a Vega, espero que se encuentren con tu hermana y tu madre... —digo—. Ah, no esperaba. Tu madre es un alma en pena ¿Ya la visitaste Ira? O te escondiste en los brazos de papi para evitar saber la verdad.

>>Un día, un miserable día, te voy a ver destruida, y espero que sea pronto.

—¡perra pretenciosa! —me dice.

—¡Iracema! —llama Irama—. ¡Basta! No vas a ganar nada generando más rivalidad con los Gianti.

—¿Con los Gianti? —pregunta divertida —. Si Santos y Angatupyry y Thalia están de nuestro lado, los únicos Giantis que están en mi contra o están de luto, son miserables o traidores.

—¡Hija de...! —grito de impotencia.

—Vamos, y dejemos a los desconsolados llorar en su desgracia. —pide a sus secuaces.

Ella se retira, no sin antes guiñarme un ojo. Irama niega nos ofrece una mirada compasiva que dura milésimas de segundos y se retira del salón. Yo caigo de rodillas en ese instante.

—Hisa... —Rebeca me toma el rostro con ternura—. Nos vamos a vengar, lo juro, pero este no era el momento.

—Es una perra, desgraciada, esa no es la Iracema que yo conocí. Estoy llena de frustración y odio—digo mientras lloro.

—Y no esta siendo manipulada —asegura Gerardo —. El chip rastreador que tiene me indica si hay magia o rastros de transmutación... no hay nada.

—¿Cuál es tu idea? —pregunto sorbiendo.

—Preparen sus manos, y tinta de genipa... porque va a salir un artículo impreso, sobre nuestro querido jefe del consejo.

Los rebeldes [Libro 4]Where stories live. Discover now