36. La doceava provincia

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En lo más alto del monte Sherion, muy al norte de las gélidas tierras de Borsgav, en la entrada de una cueva, un portal se formó y varios hombres emergieron de él para arribar al Asilo de las Valquirias, un refugio secreto que el Cuartel Murder implementaba para esconderse. El último en atravesarlo fue un joven guerrero que por la frustración; preocupado hallaba la forma de realizar otro portal para regresar por donde vino, pero justo en ese momento alguien le aprisionó las manos, arruinando su huida.

—¡Voy a volver, me importa un bledo lo que me pase, no la dejaré allá sola! —gritó Alexander, exasperado, forcejeando para que lo liberaran.

A pesar de ser fuerte, de tener el físico capaz de zafarse del agarre del hombre que tras él le sujetaba los brazos hacia atrás, no pudo. Era Vladdar, aquel demacrado inmortal que, irritado, tuvo que controlarlo para evitar que cometiera una locura.

—Entiende, no podemos hacer nada por ahora.

Entre los arboles escarchados de nieve, la figura de un alto hombre de ojos de sangre apareció. Radamanto aguardaba junto con Vladdar a que saliera del portal, ya que, conociéndolo, fijo se devolvería a Wanhander. Agobiado, se sentó de golpe en la mullida nieve, pensando que sus palabras serían inútiles con el terco joven que pataleaba y gruñía tratando de soltarse.

—Te lo advierto una última vez; o dejas de patalear o te las verás conmigo —amenazó Vladdar, fastidiado de que se revolcara tanto.

—¡Tendrán que matarme pero no la dejaré! —Se sacudió, pero nada lograba—. ¡Suéltenme, mierda! La matarán, ¡¿que no entienden?!

—¡Pero qué alboroto! ¿Por qué no han vuelto a la fortaleza? —La queja de una voz femenina los hizo a buscar de dónde provenía.

Una doncella de ojos rojizos y piel nívea se acercaba; su expresión era de enfado con un ápice de preocupación.

—¡Al diablo! No soy quién para soportar esto —alegó el vampiro, indignado, soltando a Alex.

El muchacho aprovechó el momento, con apuro se aproximó a la entrada de la cueva por la que salió minutos atrás. Juntó las manos en oración; una luz tenue irradió de su palma derecha mientras que un aura oscura envolvió la otra. Las extendió hacia la entrada, sin embargo, antes de que creara la intersección, alguien se le subió encima, frustrando su segundo intento de escape.

Un tipo más alto y musculoso que él cayó de la copa de un árbol cercano, aplastándolo contra el suelo, sacándole todo el aire. Lo retuvo bocabajo para luego sentársele a la altura de su espalda. Su melena negra le tapaba un poco la cara por lo que con una mano la despejó, mandando unos mechones hacia atrás. Sus ojos azules, fulminantes, repararon en el muchacho que ahora batallaba para quitárselo de encima.

—Estoy demasiado molesto con esta mierda y no toleraré que el berrinche de un niño arruine aún más la paz en mis tierras. —Una voz imponente se propagó, provocando que algunos se sobresaltaran.

Adrián Cedélicus se abría paso por el congelado bosque, ayudando a caminar a su hermano gemelo, Patrick, quien aún no podía andar por su cuenta debido al agotamiento. El repudio en su rostro le era difícil de disuadir, tanto que sus ojos de un habitual color azul se volvieron plateados, hasta apretaba la quijada, reteniendo su instinto que afloraba con las emociones fuertes, como el odio que tenía en ese instante. Notando que Tamara se acercaba a ellos, soltó a su gemelo con asco en los brazos de la mujer, sacudiéndose las manos como si se hubiera untado de suciedad.

—Entienden la gravedad del asunto, ¿no? Me explicarán ahora mismo qué rayos pretenden antes de que les rebane la cabeza y se las entregue en bandeja de plata a Cornelius. —La advertencia de Vincent hizo que algunos lo vieran con cierto rencor.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora