-Capítulo 9: "Sólo corre"-

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Se quedó parado unos segundos bajo el umbral de su puerta, y solo cuando verificó que ninguna de sus esperanzas tenía fundamentos, comenzó a caminar.

—Ten cariño —escuchó como su madre le hablaba a su hermano pequeño.

—Buenas noches —dijo Fran apenas se sentó.

—Hola —sonrió Nicolás, de tan sólo siete años.

El adolescente esbozó una mueca, similar a una sonrisa. No podía dejar de pensar en lo que dirían sus padres sobre su detención.

Al terminar de comer, los Sárter pasaron a los sillones para tomar una taza de alguna sustancia caliente y charlar, al igual que todas las noches.

— ¿Un poco de café? —le ofreció su madre.

Cuando escuchó la oferta no pudo evitar soltar una risa. Los recuerdos de ese día acababan de invadirlo.

—No, ma. Gracias.

—Yo me voy a dormir —comunicó el más pequeño de la casa luego de lanzar un bostezo.

A Franco lo invadió el pánico: lo único que lo separaba del infierno era su hermanito.

—Enano, quédate un rato —le rogó con la mirada.

—Lo siento, Franny. Tengo que levantarme temprano mañana —el niño puso una cara triste. Se recompuso rápido y partió rumbo a su cuarto.

Un silencio se instaló.

— ¿Cómo te va en la escuela? —comentó Joaquín —. Ya vas a terminar tu primera semana; ¿hiciste amigos?

—Sí —respondió escuetamente.

— ¿Qué sucede? —interrogó su madre, frunciendo el ceño.

—Me castigaron —susurró.

La cara de sus padres era un poema. Muchos sentimientos pasaron por los ojos de ambos. La decepción era la más presente.

— ¿En tu primera semana? —gruñó el hombre, que había optado por dejar su café a un lado.

—Sí. En mi defensa, la profesora es muy exigente.

— ¿Y por qué te castigó?

—Porque llegué tarde a clase —mintió. Si llegase a decir la verdad, sus padres le quitarían su celular por tiempo indefinido. Y no podía permitir eso.

No ahora.

— ¡Franco!

—Lo siento, mamá. No volverá a pasar.

—Más te vale —farfulló el señor Sárter.

—Tengan, firmen esto —sacó la hoja toda arrugada del bolsillo de su campera.

Tras conseguir lo que necesitaba, se retiró en silencio hasta su habitación para intentar descansar.

Avanzada la madrugada, Fran se levantó a causa de unos gritos.

Eran sus padres.

Estaban discutiendo sobre él.

— ¡Te dije que no debíamos cambiarlo de instituto! —decía su padre.

—Pero mira lo feliz que está. Sólo es un castigo —respondía su madre, la cual nunca callaba lo que pensaba.

Siguieron intercambiando opiniones de forma no muy decente, aunque comenzaron a descender el volumen por lo que Franco no pudo continuar escuchando.

— ¡Estoy cansada! ¡Siempre me mientes!

— ¿Qué tengo que ver yo con el estorbo de tu hijo? —habló Joaquín, con un fuerte tono de voz.

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