47. Día Cero; Impacto Inminente.

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Afecto, esperanza, alegría y todo espacio para convertir aquel reencuentro en una grata ocasión, se hallaba roto. Cuando JK volvió a la sala a paso lento, ambos clones se miraron con el pecho apretado. Él sinceramente estaba asustado, cauteloso, sus grandes ojos húmedos no soltaron ni una lágrima al toparse con el semblante duro de su hermana.

Al igual que él, Rebecca se percibía diferente. Nada relacionado con sus casi nueve meses de embarazo; la mujer de bata blanca, sin las estrellitas que ambos amaban, no era blanda sino inamovible. A pesar del dulce apodo que usaba con su hermano, este no podía hallar refugio en su mirada... Lo juzgaba. Lo odiaba casi tanto como lo amaba, estaba seguro. Ella estaba ahí por razones de fuerza mayor.

—No deberías venir sola —habló el menor bajando la mirada. Rondó por la sala hasta apoyarse en la pared, tamborileando los dedos en la madera a su espalda—, cerraron el psiquiátrico y dejaron un loco suelto.

«El loco que, aunque te esperó, nunca fuiste a visitar», JK resintió, mordió sus labios y forzó algo parecido a una sonrisa para no flaquear. Lo afectaba por tantos motivos que prefirió sacudir la cabeza y callar arrepentido.

—Ay, JK... —la dama inhaló complicada, jamás esperó que su hermano dijera algo por su ausencia ¿Cuán blando se había vuelto?

¿Podía confiar en su propio hermano? ¿Estaba calificado para cumplir con lo que necesitaba de él? La mayor frunció el ceño; no tenía tiempo ni opciones.

—Somos genios —concluyó parca, seria—. Pero al igual que la tuya, mi genialidad limita donde comienzan mis sentimientos. No te visité porque estoy demasiado ocupada, y la verdad no sé qué hacer contigo... Lo lamento, pero la prioridad en este momento no es el corazón de nadie.

—Es la humanidad —acató asintiendo veloz, tragando sus lágrimas para entrar en razón. El asunto era serio. Un ruidoso mensaje de texto en su comunicador hizo a Rebecca rodar los ojos; era un recordatorio de alguien imposible de ignorar.

—Loretta no te visitó más porque le bloquearon el acceso al psiquiátrico —agregó de mala gana, obedeciendo al mensaje de su amiga—. Golpeó a los doctores... Está loca y no nos llevamos bien —admitió a regañadientes—, pero es una de las dementes más inteligentes y fuertes que conozco; es apta para lo que sea, y la necesito.

—Entonces todo está listo —supuso JK, buscando paz en ello—, ustedes seis estarán a salvo en la base lunar. Está bien por mí, entiendo que tiene un límite de capacidad.

—JK, yo...

—Está bien, Rebecca —insistió viéndola a los ojos. Las emociones torpes y dormidas cosquilleaban en las entrañas de ambos—. Está bien si muero aquí, en la Tierra. No será tu culpa, de todos modos; un esquizofrénico no es apto para una misión tan importante, estás haciendo lo correcto y me... me enorgullece enormemente saber que mi hermana es tan fuerte.

—Tú... Tú hallaste el asteroide, y te lo negué. Oculté todo —admitió tragando en seco, con la mirada en el piso.

Su conciencia, aunque gritara estar haciendo lo correcto, susurraba haber sido injusta y causado daño a al chiquillo que crió. Su corazón estaba roto de decepción por las acciones de ambos, pero resistía enfocada en una prioridad más grande que no sólo era "asegurar la supervivencia de la humanidad", sino un detalle, quizá, algo egoísta.

Las pequeñas patadas en su vientre le recordaban que aunque el futuro sería cruel con ellas, no estaba permitido soltar la esperanza.

Su hija debía nacer. Debía vivir.

—Está bien —él habló—, yo...

—Conseguí extender la capacidad de la base —ella interrumpió. Su hermano aguardó frío de espanto.

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