43. Venganza.

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Hace un par de millones de años, la Tierra estuvo lista; una pequeña ventana al infinito fue abierta para sus criaturas más complejas.

Aquella ventana es la imaginación.

El homo sapiens comenzó a imaginar, a pensar más allá de lo conocido, lo visible y tangible; lo real. ¿Por qué? Su creciente inteligencia los llevó a comprender su mundo como nunca antes, comprendiendo algo importante:

La humanidad descubrió cuán pequeña, ignorante y frágil era, fue abrumada, aterrada por la grandeza de lo desconocido.

Alzando la mirada al cielo, hacia el infinito desde nuestra pequeña mota de polvo en el universo, el hombre primitivo buscó una respuesta, inventó una cura para su dolor, cada vez que la vista fija al suelo presionaba sus corazones hablando de lo inevitable y conocido.

La primera verdad irrefutable para la humanidad siempre ha sido la muerte. La muerte viene, y no importa cuánto tarde; llegará.

Miles de historias fueron creadas en consuelo. Lo divino es el mejor invento de la humanidad. Brindó consuelo a los mortales, espantando a la muerte de sus corazones, abriendo espacio para el júbilo, el amor y otros privilegios... Aunque fuera temporalmente.

Algunos, aferrados a la racionalidad, defendemos una verdad por sobre nuestro propio bienestar.

"Sólo la muerte no se va..."

Obstinado, dolido, destruido. Así lo sentía Luke. Fantasmas, reencarnación; «estupideces», luchaba consigo mismo, negándose a ceder a la desesperada petición de su corazón roto.

«Quiero creer que me equivoqué, que aún puedo redimirme. Que ellos estarán bien en algún hermoso lugar, aunque sea lejos de mí... Que podré disculparme algún día, en otra vida, por no haber podido salvarlos...»

«Los quiero de regreso. Darles un abrazo. Por favor... por favor, sólo un abrazo». Hubiese rogado, siquiera en sus pensamientos, pero se obstinaba sin saber qué postura lo rompía menos tortuosamente.

Su racionalidad consolaba ciertos puntos, pero golpeaba duro en otros.

«El alma, la reencarnación no existe; tras la muerte no hay absolutamente nada. No hay pactos, maldiciones ni nada sobre mí, sólo infortunio... Infortunio que me arrebató a mi amado. La mitad de mi corazón murió con él... Y, sin misterios, mi propia negligencia arruinó lo que me quedaba. No ayudé a mi hijo a tiempo, su mente enfermó, y...»

Inhaló hondo. Entrando a la sala del hospital se paró al pie de la camilla. La enfermera salió tras acomodar al muchacho boca arriba nuevamente, revisando las sondas y máquinas que lo mantenían con vida.

El dispositivo en la nuca de JK, similar al "supresor de instintos" que Übermensch solía usar para controlar a las personas décadas atrás, era el que, como una mala burla del destino, reactivaba se cerebro cada vez que este se rendía y desconectaba voluntariamente.

«Está muriendo», el padre cerró los ojos con pesar. Todo indicaba que su hijo, incluso su cuerpo inconsciente, ya no quería vivir. Aún así se sentó a su lado como cada día para estrechar su mano, acariciar su mejilla, y hablarle... ¿De qué? El torpe padre no sabía qué decir, terminando por relatar a detalle sus quehaceres en la planta nuclear.

Su humanito era igual que él, de todos modos. Si algo podía estimular su cerebro y sus sentidos era escuchar de isótopos radiactivos, números y gente incompetente haciendo un trabajo deficiente. «Nos entendemos en las mismas críticas ácidas», alcanzó a reír débilmente.

El trocito de corazón que le quedaba a Luke estaba ahí, tendido en la camilla, alejándose tan lenta y dolorosamente de la vida que las horas pasaron volando para su padre una vez más.

ÜbermenschDonde viven las historias. Descúbrelo ahora