23. 2-T.

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Mientras Vy descansaba y el resto de la tripulación se encargaba de revisar que la baja de voltaje no hubiese afectado otros sistemas de la nave, el padre del capitán se encerró en su habitación

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Mientras Vy descansaba y el resto de la tripulación se encargaba de revisar que la baja de voltaje no hubiese afectado otros sistemas de la nave, el padre del capitán se encerró en su habitación. En su espacio cerrado de 3x3, se sentó en el borde de su solitaria cama, sintiendo la gravedad tirar de él.

Encorvado al frente, su torso resistió con los codos sobre las rodillas. Rizos castaños caían sobre el rostro, descubriendo parcialmente su cuello al deslizarse... ahí estaba; la cicatriz bajo su oreja, donde alguna vez estuvo implantado el dispositivo de control mental de Übermensch. Bajo esta, un gran número dos tatuado con algo que, dudosamente, sería tinta rojiza.

Aquel era el número dos que lo diferenciaba de sus clones gemelos, el de su código asignado; "2-T".

«¿Qué está pasando? ¿Qué he estado haciendo todo este tiempo, la verdad?», hacía mucho no se lo preguntaba. Alzando levemente la vista, era evidente. Su habitación estaba cuidadosamente decorada por él mismo, con madera y estampados florales en tonos de marrón y verde opaco. El cielo proyectaba la imagen captada por las cámaras fuera de la nave, es decir el espacio abierto pues, al simular la noche, podía dormir en horas que para el resto de la tripulación eran excesivas y descabelladas. Él lo necesitaba, él no era un Evis ni menos un Adia, era un simple humano... Un humano que fue robado del pasado, de la que era su vida, sin saber cómo ni por quién, para toparse con un futuro en el que millones eran iguales a sus seres queridos, no obstante, ninguno lo era. Uno que evitó caer en la locura aceptando el que se convirtió en su nuevo presente, y cada rincón de su habitación reflejaba aquel desesperado apego, su proceso de adaptación, tratando de ocultar y hasta olvidar la vida que le fue robada al creer, resignado por el paso de los años, que jamás la recuperaría; que seguir deseando regresar terminaría por desquiciarlo.

Hacía ya veinte años que despertó perdido en el campo de girasoles de aquella nave. Veinte "años Evis", que a causa de sus días de 36 horas equivalen a treinta años humanos. Tuvo suerte de que, a pesar de no poseer registro de nacimiento y su evidente fragilidad en el espacio, la capitana de la nave donde fue encontrado lo amparara y protegiera. Suerte; porque en Etherósfera la reproducción sexuada está prohibida, Evis y Adias son esterilizados al nacer y todo genoma debe ser revisado por el laboratorio certificado por la Reina antes de convertirse en un embrión e implantarse, ya fuese en un útero o una incubadora. Hallar a una persona sin registro, fértil y, peor; un humano sin el cromosoma que posibilita la vida en el espacio, era prueba de una grave falta a los derechos del mismo individuo pues ¿La prohibición de la Reina era abusiva? No, en absoluto, pues era lo que mantenía viva a la especie fuera de la Tierra, aseguraba que nadie naciera con fallas congénitas ni fuese limitado a las naves verdes, vulnerable como un animal.

Vulnerable, como fue declarado 2-T en su nuevo presente. La investigación en busca de responsables por su condición y origen no llegó a ninguna parte, convirténdolo en un eslabón solitario y débil en una sociedad de clones perfectos. Suerte o burla del destino, cuidar siembras no le era nuevo, por lo que aceptó su trabajo en la nave verde sin problema. «Me gustan las flores», podía decir con sinceridad cada día, buscando consuelo y algo de sentido para la que sería su nueva vida.

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