46. Angst.

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Calma, tranquilidad. El silencio se instaló en el hospital psiquiátrico como nunca antes. Un tabú se cernía sobre las palabras del astrónomo de cabello blanco, las que, aunque aterradoras, se extendieron en murmullos llegando lejos, muy lejos, fuera del recinto.

El mundo sabía que 700-K, Luke, fue el responsable por la caída de Übermensch hacía ya más de 35 años. Que por sus acciones murió León Blanco, llevándose a la tumba los secretos por los que sus subordinados, un millón de personas, hubiesen matado por saber.

La misteriosa muerte de Luke justamente en la implosión entre un agujero negro y un reactor nuclear, mismo evento que dio muerte a León, causaba mala espina entre los ex-Übermensch. Sonaba a karma, olía a venganza.

Que justamente JK, su clon, estuviera desafiando a la biología y los médicos que lo examinaron por sus repentinos cambios de pigmentación, causaba escalofríos. No sólo su cabello, sino también su piel y ojos comenzaron a perder el color, convirtiéndolo en albino o, como acusaban algunos; un fantasma. Ni hablar de sus palabras, pues que estuviera encerrado en el psiquiátrico y hablara con semejante certeza sólo causaba más miedo.

Solemos llamar "loco" o "errado" a aquello que no entendemos o tememos aceptar.

Los enfermos de angst fueron quienes hallaron refugio en lo que otros creían una maldición. Ellos creyeron en las palabras de quien fue su líder, quien mantuvo al mundo en el mayor estado de paz que la humanidad haya conocido a lo largo de su existencia.

«Übermensch no nos manipulaba; nos guiaba», alcanzaban a pensar algunos en su locura, divinizando lo perdido, ahogados en la espera de él... El Schwarze Mann. Según JK, el ente negro se los llevaría a donde la verdadera evolución humana existiría y el angst dejaría sus almas en paz. Fuera o no la muerte como algunos temían, para los corazones agónicos que sufrían sin conseguir soltar la vida, tomar la mano del Schwarze Mann y confiar en la promesa de JK sonaba por mucho mejor que seguir sufriendo eternamente, como se les obligaba en el psiquiátrico.

La paz y el silencio en el recinto se debían al vertiginoso descenso en el número de pacientes. Uno a uno estos desaparecieron bajo la vista atónita de los enfermeros y psiquiatras, quienes temían volverse locos.

JK sólo reía, por lo bajo, tratando de no prestar mayor atención. Su alma había crecido, pero aún no se sentía capaz de hacer las paces con el ente negro que arruinó su vida, incluso si lo excusaba tratando de pensar que este tenía buenas razones y salvaba a las almas de un destino inevitable; no conseguía perdonarlo. Pero podía establecer una tregua en la que sus acciones dejaran de lastimarlo a él mismo.

Cuando el número de pacientes descendió a una sola cifra, el personal del hospital disputó entre sí para ser relevados de sus cargos. Querían irse. JK por otro lado, aunque actuaba con completa normalidad y hacía días que nadie siquiera lo medicaba ni trataba con él, no quería irse si no se lo pedían.

«¿A dónde iría, de todos modos?», dudaba viendo las nubes pintarse de púrpura al atardecer a través de su ventana. Solo, abrazaba sus rodillas sobre la cama en completa calma, resignación.

Al mundo le quedaba tan poco. Su familia debía estar culpándolo por la muerte de Yunki y el suicidio de Luke.

Aunque él mismo lo pidió, rogó por ello, nunca recibió una sola visita de Rebecca. Su hermana se había rendido con él o debía estar realmente ocupada con el asunto del asteroide. «Sí, eso debe ser. Salva a la humanidad, hermanita; tú lo harás».

No; no tenía a donde ir, sólo le quedaba esperar.

«Hice mi parte, supongo. Sólo quiero sentarme aquí y observar... ver el cielo caer a pedazos, la atmósfera encenderse en llamas».

ÜbermenschWhere stories live. Discover now