24. Mal Padre.

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La casa en las Galápagos solía ser un círculo sin divisiones internas, salvo por el pequeño cubículo con el retrete, hasta que los años en los que Yunki, portador del "cromosoma de la eterna juventud" era vigilado de continuo como un gran tesoro, o más bien mascota de la humanidad; terminaron. Tres décadas tras la caída de Übermensch, la instalación que le robaba la privacidad se adaptó hasta convertirse en una de las viviendas más envidiables del mundo; la habitación y el baño en el segundo piso, pertenecientes a la pareja, disfrutan de la mitad de cúpula de paneles de cristal inteligente que cubre la casa, capaz de enseñarles el cielo y oscurecer a voluntad. Tras los paneles divisorios, la sala de estar, cocina y comedor ostentan en alto el mismo cielo cristalino; la segunda mitad de la cúpula.

Disfrutar de una perfecta iluminación, una sala de estar con sofás modulares en semicírculo, y un proyector de última generación debían ser lujos suficientes para calmar los ánimos. Pastelillos e infusión de melisa y pasiflora aguardaban en la mesita; perfecta limpieza alcanzaba hasta los más blancos rincones gracias a Jung, y la apacible melodía Clair de Lune, de Claude Debussy, interpretada por un pianista con siglos de experiencia, llenaba el ambiente.

Pero ahí estaba Luke, rondando como león despeinado y manchado de sangre en su jaula, demacrado por falta de sueño, lágrimas y niveles de estrés que empujarían a cualquiera a la demencia. Sus pasos acelerados y manos inquietas delataban la tensión en sus músculos catatónicos. Jung se veía complicado, comiendo su sandwich de atún trataba de decidir cómo manejar la situación mientras Sam, quien estaba muy ocupado en el hospital psiquiátrico, llegaba.

Jin... Jin no ayudaba, sólo estaba ahí de metiche. Yunki aguantaba la risa y sus comentarios desubicados, sin apartarse del piano; callarse era lo mejor que el "esquizofrénico Nº1" podía hacer.

— ¡Les digo que lo vi! —Luke se colmaba de frustración que oscurecía sus ojos en rabia— Vi a esa cosa sostenerle el brazo, tirando para que no se cortara ¡Le rompió la muñeca para que soltara el cuchillo! ¿no entienden?

— Mmh —Jung "trataba" de sonreír. Luke no quiso aceptar la infusión, mucho menos podía ofrecerle un calmante— Ay, Lukie, acabas de tener una experiencia traumática, entiendo que te confundas, pero debes...

— Tranquilízate, Luke —Sam llegó justo a tiempo. Entró por la puerta principal y dejó su bolso y bata blanca en un sofá. Su tono de voz, profundo y familiar, regresaban el alma a Jung, pero sólo logró elevar la guardia de Luke.

Trinquiliziti lik —remedó el astrónomo asqueado— ¿Tan rápido fuiste con el chisme? Es lo único que haces con el puto comunicador, loco de mierda —encaró a Yunki, volteando encolerizado hacia él.

— Sólo tratamos de ayudarlos —aclaró Sam sosteniéndole el brazo, mas fue apartado de un manotazo— Luke, sabes que...

— ¡Lamento no ser psiquiatra, chicos! —espetó sardónico— Pero ¿Que me tranquilice? ¡Joder, qué buena idea, no se me había ocurrido! sólo que, esperen ¡Oh! claro —razonó en perfecta inocencia antes de bufar estrechándose el pecho, deseando arrancarse la gran espina que sentía lo atravesaba— ¡Es que no puedo! ¿Son tarados?— la pregunta seria sacó una risacontenida a Yunki. Jung dedicó a su esposo una mirada fulminante que lo hizo callar— ¡No ha sido uno de sus hijos el que casi se abre la aorta ante sus ojos! ¡No se han manchado de su sangre! ¿Y qué putas saben de gastarse la vida esperando que alguien regrese? ¡Sin saber qué mierda le pasó!

— ¡Basta! No me obligues... —Sam dio un paso al frente, acorralándolo ante la mesita al centro. Luke flaqueó bajando la mirada. Mordiéndose la lengua, su mentón tembló; sabía que sus amigos hacían lo que podían y encararlos como si algo fuese su culpa estaba mal.

ÜbermenschDonde viven las historias. Descúbrelo ahora