42. Pasado; mi presente.

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Hora 30. Día 20 del viajero del tiempo en el futuro.

El núcleo de la nave se apagó con precisión, era hora de dormir, al menos para el Adia y sus Evis. Los dos humanos de la nave hacía un par de horas que dormían.

Vy se distraía viendo una serie televisiva en su habitación, observando la proyección y escuchando en su mente, evitando así fastidiar a JK.

El Adia estaba tenso sin saber por qué. Miraba al humano cada tanto, percibiéndolo... ¿diferente? Su rostro de labios pálidos y respiración intensa a pesar de estar dormido eran mala señal. No sabía de qué; pero una mal señal.

Pronto dejó la serie de lado, acomodándose cerca del rostro de su humanito para acariciar su mejilla. ¿Estaba mal despertarlo por una simple corazonada? Causar angustia por... ¿nada? «No. Él merece estar feliz y tranquilo. Estará bien; todo estará bien».

Sabía que la situación no era tal.

Cerró los ojos. Decidió aventurarse a curiosear donde hacía tiempo no se asomaba: la señal de radio, su ventana al pasado remoto donde el cuerpo de JK, vacío como un triste frasco, aún respiraba en la sala del hospital, rodeado de máquinas y fantasmal blanco en cada rincón.

Todo estaba bien con él ¿cierto?

«¿A quién engaño? Está en coma, claro que no está bien; su alma debería estar allá», apretó los dientes. Le dolía ver aquella fracción de su amado, el que descansaba pálido, entubado, acomodado de costado por un montón de cojines para evitar los hematomas que pasar tanto tiempo acostado provocaba en su espalda.

A Vy causaba ganas de llorar. Si lo que esperaba de aquel vistazo era hallar consuelo y calma, fue un pésimo error. Se llevó un respingo; alguien, antes inmóvil e imperceptible en la habitación del hospital, se movió de su asiento. Era Loretta.

La chica veía el pequeño dron fijamente, con sus ojos rojos, empapados de dolor y rabia. Sus redondas mejillas irritadas y profundas ojeras grises eran testigos fieles de horas de llanto. Estaba rota, desesperada, extrañando a dos importantes trozos de su corazón: a su primo el "conejitu"; y a su padre, Yunki, quien también seguía en coma.

—No se puede terminar así —la dama sacudió la cabeza en negación, secando las lágrimas de sus mejillas con brusquedad.

Daban las 11:00 PM en el hospital central de Übermensch, México. Una enfermera se asomó en la habitación; el horario de visitas terminaba, era hora de limpiar a los pacientes.

—Lo siento, ya me voy —Loretta recuperó el temple en un pestañeo.

Se puso de pie con una cínica sonrisa, tomó su abrigo y, en un sutil movimiento mientras acomodaba su ropa y la enfermera entraba con su carrito de utensilios, tomó el dron de la mesita junto a la cabecera de la camilla.

«Espera, no ¡No!», Vy se espantó sin poder hacer nada. Loretta escondió el dron en su chaqueta, caminó a paso acelerado y firme por el pasillo. Aunque el Adia podía ver la escena completa sin importar si la cámara era cubierta por la tela, su campo de visión estaba limitado a la posición del dron; su visión del pasado se iba con ella por el pasillo, lejos de JK, hacia los portales de salida.

—Vy. Me escuchas ¿Cierto, Vy? —seria, fría, Loretta habló con la vista fija en el panel del portal ante ella, digitando el código que llevaba anotado en la palma de su mano. Al alien se le helaron las entrañas ¿Por qué le hablaba?

¿Y a dónde iba? ¿Dónde lo llevaba? lejos de su humanito.

«El observatorio...», atónito, Vy reconocía aquel lugar con sólo oír los pasos sobre el metal. No obstante, Loretta no estaba interesada en mirar las estrellas con el telescopio, sino que salió al desierto a paso acelerado, poniéndose su larga chaqueta negra con cuello de piel. Vapor escapaba de su boca a causa del frío.

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