13. Mi Alma Hermosa.

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El día anterior fue nefasto y, según Vy, las cosas parecían estar predestinadas a empeorar hasta volverlo loco o romperle el corazón: porque JK era un idiota, uno que sufría constante tormento sin él saber cómo ayudarlo... uno, que lastimaba a sus seres queridos a propósito, para alejarlos y hundirse cada vez más loco y solitario. Uno... lejano, en tiempo y espacio, al que había perdido incluso antes de conocerlo. Inalcanzable.

JK era un idiota. Uno, al que Vy no podía evitar amar, ya sin importarle dónde, cuándo ni cómo el sentimiento surgió.

Aceptar, y recordar qué los unía, parecían ser las formas correctas de llevar su relación. En la pequeña cabaña en los Alpes, donde el humano se ahogaba en diversas emociones reprimidas, su alma fue consolada sin necesidad de palabras. La energía dorada del Adia, su tacto y compañía, ponían en orden su necia "voluntad de poder", aplacando su tormento.

El tiempo era insignificante, y la materia, el cuerpo, sólo un recipiente; bajo el control de la tercera fracción que los convertía en seres vivos.

Sus almas.

— ¿Te sientes mejor? —Vy musitó. Con la misma gentileza que habló en su presente, el humano lo percibió vibrar sobre su pecho.

JK seguía recostado boca arriba en el sofá, tras haber rozado un ataque de pánico por la supuesta desaparición de su gato. Permaneció ahí... extasiado por la caricia que inició en su mejilla, deslizándose sobre su nariz, quijada y cuello. Con los ojos cerrados, su compañero se percibía nítido sobre su piel; Vy estaba sentado junto al sofá, con el rostro y ambos brazos sobre su pecho. Aunque, la verdad, el Adia sólo estaba el borde de su cama, podía oír los latidos del contrario, su respiración, y sonreír al recibir una caricia en su cabello.

— Perfecto —contestó el astrónomo. Parecía perderse en su propia estrella, deseando permanecer así hasta el último de sus días.

 Parecía perderse en su propia estrella, deseando permanecer así hasta el último de sus días

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Llegadas las 15 horas, ambos se sumían en sus asuntos sin soltar del todo la comunicación.

El astrónomo luchaba contra su férrea introversión, mentalizándose para ser un buen invitado en la reunión de su hermana y no causar problemas. Su meta; limitarse a sonreír como un "amigable y mudo hipócrita", y no recibir ningún puñetazo. «Puedo. Puedo con eso», asintió mil veces. Su temor, de pronto, era otro.

«Ay, no... Con todo lo que me he ablandado, espero no romper a llorar por cualquier cosa. ¿Hay alguna forma en que pueda mantenerme firme, insensible, y que no implique ser un imbécil insoportable? Agh ¡Jamás tuve temple para poner en práctica la filosofía estoicista! Soy un lunático extremista».

Indudablemente, lo era. Se estaba ahogando, ansioso, en la habitación, pensando en mil posibles escenarios, adelantándose a las conversaciones para decidir qué debería contestar. Porque no, no podía realmente fingir ser mudo, eso también sería una forma de burla, y no quería decepcionar a Vy.

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