41♧ -《El juicio》

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Se sentó en el suelo, al fondo de su celda justo en el centro para no ser alcanzada ni por los presos de la izquierda, ni los de la derecha. Le aturdía que no se callaban y seguían lanzando comentarios indignantes. Trataba de ver por los barrotes hacia donde habían llevado a Jack, pero estaba fuera del ángulo de su vista. Al atardecer, llegó un guardia a verla.

- ¿Señorita Salazar? – llamó, mientras abría e Isis se ponía de pie a prisa.

- ¿Salazar? – preguntó uno de los reos de la celda a su izquierda. – ¿Eres acaso, hija del Capitán Salazar? – y un silencio inundó las celdas próximas.

- ¿Cómo es posible? – dijo otro, con sus ojos muy abiertos. Las miradas de los demás, ya no eran lascivas, ahora eran de miedo o sorpresa. Le gustaba que su apellido tuviera cierto poder sobre los piratas. Sonrió orgullosa y no dijo nada, sólo mantenía su postura altanera, como haciéndoles saber que estarían perdidos.

- ¡Hey! – gritaron al fondo. Era Jack. – ¡Yo vengo con ella! ¿Qué hay de mí?

- ¡Cállate, Sparrow! – contestó el guardia. – A ti, te espera la horca.

- No, pero... ¡había un trato! ¡Espera!

Isis vio con pesar hacia donde estaba Jack y sintió algo pesado en su pecho. No quería traicionar a Jack. El guardia llevó a Isis por casi toda la Marina, hasta llegar a una sala grande que reconoció como una sala de juicios. Le indicaron que se sentara en la silla de los acusados.

Había muchísima gente: personas de la provincia, abogados, hombres con pelucas ridículas, uniformados y entre los que se encontraban sentados, estaba Fernando. Sonrió un poco nerviosa cuando lo encontró. Sentía mucho frío en los pies y las manos. Le hicieron quitarse el sombrero tricornio y su cabello se soltó en dos cortinas onduladas negras sobre su rostro y hombros, trató de arreglárselo un poco, pero los grilletes eran pesados y fue casi imposible, solo estaba haciendo el ridículo.

Tragó saliva y dejó su cabello en paz. Sentía tantas miradas en ella, no sabía hacia dónde fijar sus ojos, pero había una en específico que no se le despegaba. Era fría y escrutiñadora: un hombre blanco de rostro atractivo, no mayor de treinta y cinco años, gesto indiferente, ojos celestes, boca pequeña, estatura baja, vestido de manera fina y maneras elegantes. Su mirada era bastante penetrante, hacía que Isis se sintiera intimidada, por instinto de protección se arregló un poco el abrigo, era como si él pudiera ver hasta debajo de su ropa. Ese hombre, era Lord Cutler Beckett.

- ¡Todos de pie para recibir al juez Carraway! – anunció uno de los miembros de la corte. Isis dudó si ella también debía ponerse de pie, pero lo hizo. Se veía un hombre sabio y anciano. Se sentó y todos le siguieron. Los verdaderos nervios comenzaban para Isis.

- Audiencia de la señorita Isis Salazar y Álvarez. – comenzó el juez. – Señorita Salazar, bienvenida a Port Royal. – saludó el hombre, amablemente. Isis sólo sonrió.

- Compórtate como una dama, compórtate como una dama, por favor. – murmuraba para sí, Fernando.

- ¿Cuáles son los cargos? – siguió el juez.

- Los cargos de la Señorita Isis Salazar son: piratería, intento de asesinato, traición a la Corona Inglesa y traición a la Corona Española. – dijo un magistrado. Ahora entendía por qué la llevaban tan custodiada, la creían una pirata y asesina. Solo abrió mucho sus ojos al escuchar los diferentes cargos.

- ¿Cómo se declara la acusada?

- Ino... – dijo con un hilo de voz, carraspeó para aclararse. – Inocente, su señoría. – respondió fuerte y las personas del pueblo que estaban presentes empezaban a abuchearla.

- Señorita Salazar, se le capturó en la Isla de Tortuga tras la huida de un barco pirata, además, se le encontró con uno, ¿niega este hecho? – preguntó un fiscal.

- No, pero...

- ¿Cómo puede declararse inocente si la vieron varias personas, en compañía de piratas? ¿Viajó usted en barcos piratas?

- Sí, señor.

- ¿Atacó usted a un barco de la Marina Real de Inglaterra?

- Yo no...

- Su señoría, el pleno la declara culpable.

- ¡Yo estaba en busca de mi padre, el Capitán Armando Salazar! – interrumpió Isis, poniéndose de pie y Fernando arrugó los ojos, creyendo todo perdido.

- ¿Su padre era el Capitán Armando Salazar? – preguntó el hombre que no le quitaba la mirada desde que subió al banquillo. La sala entera guardó silencio.

- Sí, señor.

- Hable sobre eso.

- Pero milord... – Rogaba el fiscal. Beckett sólo levantó una mano hacia él y le indicó a Isis que continuara.

- Me embarqué para buscar a mi padre. Pedí apoyo a la Marina Real de Cádiz y no quisieron escucharme. Mi padre tenía buena reputación con su Majestad el Rey Felipe V, así que haciendo caso de un ofrecimiento que nos había hecho tras la supuesta muerte de mi padre, acudí a su ayuda. El Rey me obsequió un barco, el Princesa del Mar. Pero naufragamos en el Atlántico. Fui rescatada por piratas cuando estaba a punto de morir. Tuve que hacer trato con ellos, porque era eso o morir ahogada.

- ¿No pensó en buscar a alguien de la Marina Real de estas islas?

- Con todo respeto señor, estaba moribunda, no sabía donde estaba exactamente. Habría sido un suicidio pedirles a los piratas que me llevaran ante la Marina Real.

- ¿Buscó al Capitán de ese barco que naufragó?

- Sí, señor. Incansablemente. Pero nadie respondía a mis gritos. Así que tomé el uniforme de uno de los oficiales muertos, me subí a un tablón y remé. Luego, sólo caí desfallecida. Me di por muerta y desperté en un barco pirata.

- Es curioso que no le hayan hecho daño esos piratas, viéndola con uniforme de oficial. ¿Conocía usted a estos piratas?

- No, señor.

- ¿Y encontró al Capitán Armando Salazar? – preguntó Beckett con curiosidad. Isis vio de reojo a Fernando, quien negó levemente con su cabeza.

- No, señor.

- Podría explicarme, ¿cómo es que uno de los guardias dice que usted ordenó un disparo hacia una de nuestras naves?

- Estaba bajo órdenes del Capitán Barbossa, señor.

- ¿Ya era parte de la tripulación?

- De forma obligada, lo hice por supervivencia. Por eso hui en cuanto pude hacia la isla. – hubo una pausa larga donde todos se veían las caras. – Soy inocente. Las circunstancias me obligaron a recurrir a la ayuda de piratas. Pueden hablar con el Rey Felipe V, no soy una pirata. – dijo con cierto pesar.

- Su señoría. – continuó Beckett. – No encuentro pruebas que inculpen a la señorita Isis Salazar. Su relato me parece consistente.

- Pero, señor... no hemos hecho un juicio formal. – reclamó el juez.

- Libérela inmediatamente. – ordenó y luego volteó a Isis, asintiendo con su cabeza.

Isis sonrió de verdadera alegría, podría correr a abrazar a Beckett en ese momento. Estaba salvada de morir, por lo menos en ese momento. Pero faltaba Jack, ¿qué iba a ocurrir con él?

La venganza de la diosa - PDC | Jack SparrowWhere stories live. Discover now