23♤ - 《Charla con Cristóbal》

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La mucama más joven comunicó la idea a sus compañeros de servicio: Lucía, don Cristóbal quien trabajaba como mayordomo, a José el cochero y Martín, el jardinero. Todos, entre emoción y confusión discutían la idea.

- Debería hablar con ella. - sugirió Lucía a don Cristóbal. - Eso no le habría gustado a la señora Inés.

- Si bien es cierto, la señorita Isis le dijo a Juana que ellos ya no estaban, ¿por qué debo insistir en ello? - respondió el mayordomo.

- No se siente correcto. - agregó José de forma tímida.

- No me veo con un vestido de la señora Inés. - comentó Juana. - Era tan elegante... no podría.

- Seamos sinceros, quizás ninguno de nosotros podría, pero seguro conocemos a alguien que sí usaría esa ropa. - continuó don Cristóbal. - Somos afortunados de vivir aquí, de tener ropa asegurada, pero otros no. La intención de la señorita Isis, no es mala. No lo vean así. Es mucho dolor para andar cargando.

- Vaya a hablar con ella. - insistió Lucía. - Pregúntele más sobre lo que piensa hacer. Juana puede ser muy desbocada. - regañó la mucama a su compañera.

- Anda, que me pareció una decisión muy apresurada. - se defendió la joven mucama.

- Iré, pero no esperen que responda mejor de lo que le dijo a Juana. - accedió don Cristóbal; se dirigió a la habitación de los señores, donde justo se escuchaba ruido del perchero y pasos de un lado a otro. - ¿Señorita Salazar? - llamó a la puerta.

- ¡Cristóbal, entre! - respondió con tono alegre.

- Gracias. - el mayordomo obedeció y observó detenidamente lo que hacía Isis, suspiró para razonar mejor sus palabras y no sonar irrespetuoso. Era un hombre de cincuenta años, aproximadamente, que conocía a la familia de Isis desde hacía muchísimo tiempo atrás. - Con todo respeto, señorita, ¿qué está haciendo?

- ¿No te dijo Juana? Pensé que venías por algunas prendas.

- Juana ha comunicado algo, sí. Pero no es por ello, por lo que he venido. Ni por la ropa.

- ¿Entonces? - preguntó Isis, deteniéndose.

- Llegamos a la conclusión de que, ninguno de nosotros podría usar la ropa de los señores. Pero sí conocemos a personas que la necesita. Mi pregunta va más allá de todo esto. - observó el volcán de ropa. - Es para usted, ¿qué hace? ¿Qué piensa hacer con su vida?

Isis lo vio en silencio por unos segundos, con varios pensamientos en su cabeza disparados como balas de cañón y sonrió como respuesta catártica.

- Eso mismo me he preguntado desde que mi madre enfermó.

- Veo que no ha tenido mucha oportunidad de expresar lo que piensa y siente al respecto.

- Quisiera decirle que no, pero es mentira. Fernando ha intentado hacerme hablar, pero no podía. Le prometo que intentaba, pero nada salía. Solo lágrimas.

- Vamos, que eso también es una forma de expresarse.

- Hoy en el cementerio tuve un despertar ante mi nueva vida. Me resigné, Cristóbal. Debo aceptar el destino que me corresponde como mujer. Incluyendo quizás, el de no hablar de mis sentimientos, porque podría parecer un exceso. - sonrió tímidamente.

- Señorita Salazar si algo la caracteriza, si me permite decirlo, es su poco aprecio por la obediencia a las normas sociales respecto a sus iguales.

- ¿Quiere sentarse, Cristóbal? - le ofreció Isis, en una mesa para dos que se encontraba frente al balcón.

- Le agradezco la cortesía. - contestó, ambos tomaron un lugar.

- Creo que nunca me había molestado en hablar con usted. Mis prioridades eran otras. Sé que usted era muy unido a mi padre.

- Casi crecí con su padre, señorita. Lo conocí bastante bien. - dijo con nostalgia. - Y reconozco el mismo dolor en su mirada que en la del Capitán, cuando perdió a su padre.

- ¿Y qué... qué hizo él?

- Bueno, ya era parte de la Armada Real así que tomó el lugar de su padre y empezó con misiones pequeñas, bucaneros en costas cercanas. Pero las circunstancias son distintas ahora. ¿Qué hará usted?

- Me casaré, Cristóbal, es lo que me queda. Y me iré a Fuerteventura. No quiero pasar más tiempo aquí. - Isis sintió nuevamente el nudo en su garganta.

- Por eso ha decidido regalar la ropa.

- ¿Qué voy a hacer con todo eso guardado? Quizás guarde algunos vestidos de mi madre. Pero es mucha carga... y no me refiero a lo material.

- La entiendo. Y si usted cree que es lo correcto, cuente con mi apoyo.

- ¿En verdad cree que a mis padres no habrían estado de acuerdo con esto?

- No es como que la ropa que usted ha usado durante toda su vida permanezca en su armario, señorita Isis.

- Me hace sentir mejor, Cristóbal. - tomó la mano del mayordomo. - Le agradezco que haya venido a hablarme.

- Es lo menos que puedo hacer por la hija de mi mejor amigo.

- Cristóbal, ¿ha escuchado usted algún rumor sobre mi padre, en el pueblo?

- Evidentemente, aún permanece el sentimiento de pérdida, a pesar del tiempo. Su padre era visto como un héroe. Era El matador del mar, si sabe qué puede representar eso aquí: esas figuras de identidad nacional, enfrentándose a peligrosas bestias, en este caso piratas... torear nunca ha sido fácil, señorita Isis. Siempre se corre el riesgo de morir atravesado por los cuernos del toro. El mar es igual de peligroso y salvaje. - reflexionó. - Esos comentarios, son los únicos que he escuchado.

La venganza de la diosa - PDC | Jack SparrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora