20♤ - 《Esperanzas》

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Así pasaron dos meses, tres, seis luego de aquel anuncio de Fernando y no hubo un solo día en que Isis no fuera al muelle a ver si de casualidad aquel imponente barco se asomaba por el horizonte. A veces creía verlo, pero cuanto más se acercaban esos barcos, más se desmentía y surgía el dolor en su pecho.

La gente comenzaba a murmurar que Isis Salazar se estaba volviendo loca, puesto que la veían sonreír al mar y al rato otra vez se encontraba triste. Caminaba sola por la playa hasta el atardecer, regresaba a su casa sin decir nada, su mirada perdida y las ojeras siempre presentes en su rostro. Algunos días iba a preguntar a la Marina Real, pero nunca le tenían noticias.

- Señorita Salazar, le recomiendo que ya no venga. - dijo uno de los comodoros. - Ha pasado un año, su padre ya hubiese vuelto. Y si no él, pues algún tripulante del Sigilosa María. Se hace más daño viniendo y guardando falsas esperanzas. Por más que venga semana a semana, no tendrá noticias diferentes.

- ¿Han ido a buscarlos?

- Claro que sí, pero no hay rastro de ellos. - respondió el Comodoro con voz condescendiente. - Hemos hecho lo que está en nuestras manos, pero no hemos tenido los resultados que a usted le gustaría escuchar.

- Quizás no han buscado bien.

- Vaya con su madre, señorita Salazar. Ella la necesita, y usted necesita descansar de todo esto.

- Ojalá fuera hombre... ojalá pudiera tomar un barco e irme a buscarlo y hacer el trabajo que ustedes no han podido. - sorbió su nariz y se secó las lágrimas. - Dígale a su jefe, que esperaba más de ustedes y ya me doy cuenta de que todos son unos inútiles. - dijo llena de ira, dio media vuelta y salió de la Marina.

- ¡Señorita Isis! ¡Señorita, espere! ¡No! - la llamaba el comodoro, pero ella salió corriendo.

Fue nuevamente a la playa. Se sentó en la arena y comenzó a llorar amargamente. Tomaba puñados de arena y la comprimía en su palma hasta que empezaba a desbordarse por los huecos de sus pliegues. Gritaba y golpeaba el suelo, se negaba a aceptar la idea de que su padre y su prometido habían muerto. No podía ser así.

Fernando la encontró casi al anochecer, yacía en la arena. Corrió hacia ella, en cuanto la vio. Un hombre del pueblo le avisó que la muchacha loca que era su amiga parecía estar inconsciente en la playa y si no se la llevaba él, entonces los del manicomio la encerrarían.

- Isis, respóndeme. ¿Estás bien? - le dijo, con urgencia. La joven se encontraba con sus ojos abiertos, pero no decía nada. Parecía ida. - Vamos, no me obligues a llevarte con un médico. Te encerrarán, porque dicen que estás loca.

- Ya no quiero vivir, Fernando. - contestó, con un hilo de voz.

- No digas eso. Tu madre te necesita. Yo también te necesito.

- A mi madre ya no le importo.

- No, no... claro que le importas.

- Solo se mantiene en su habitación, llorando todo el día. No se preocupa si regreso a casa, si comí, si duermo bien.

- Vamos, Isis... eres fuerte.

- Me cansé de ser fuerte... solo quiero quedarme aquí. Así no tengo que volver cada día, con una nueva ilusión de ver regresar a mi padre y a Santos.

- Isis, no te des por vencida.

- Déjame sola, Fernando.

- No, no te dejaré. Te hice la promesa de estar contigo en todo momento y la voy a cumplir, ¿vale? Vamos a tu casa, debes comer, tomar un baño y descansar.

- ¿Por qué haces esto?

- Porque eres mi amiga de toda la vida, porque quiero ayudarte a estar bien, porque eres importante para mí, y porque... te amo, Isis.

- ¿Me amas?

- Sí, Isis... - suspiró. - Pero no es momento de hablar de eso. Vamos a tu casa, ayúdame a levantarte.

- Fernando, ¿por qué...? - dijo y empezó a llorar.

- ¿Por qué lloras? - preguntó el joven, enternecido.

- Porque eres un estúpido.

- Sí, lo soy. - sonrió. - ¿Nos vamos?

- Está bien. - con ayuda de Fernando, se puse de pie y caminaron lentamente a la casa de Isis.

La venganza de la diosa - PDC | Jack SparrowWhere stories live. Discover now