24♧ -《¡Sirenas!》

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Habían pasado tres semanas, según los cálculos iban llegando a San Juan, nuevamente. El rumbo de Barbossa antes era Port Royal, pero desde el acuerdo con el padre de Isis, el destino era incierto. Varias noches, Isis pudo quedarse en su camarote del barco de su padre, cuando había cambio de turnos y se escapaba de Barbossa porque los hombres del Venganza le temían a los del Sigilosa María.

Una de esas noches, el padre de Isis le cantaba mientras bailaban sobre cubierta, al ritmo de instrumentos invisibles y sólo con la voz grave de su padre. Isis recostó su cabeza en el pecho de él y lo abrazó, sintiéndose como una pequeña de nueve años otra vez. Quería atesorar cada momento que pasaba con él, antes de que la profecía se cumpliera.

- Adoro cuando cantas. – dijo Isis. – Me recuerda cuando me dormías.

- Cómo habría querido que te quedaras de esa edad. Todo era un poco más fácil. – contestó, haciéndole un mechón de cabello hacia un lado. – A penas puedo creer que ya tienes los dieciocho. Me perdí tanto de tu vida. Perdí a Inés... y quizás no me lo perdone nunca.

- Papá, no fue tu culpa.

- Isis, recuerda siempre lo que vales, ¿de acuerdo? Lo que te dije aquella noche luego de tu fiesta... mantelo presente. No eres sólo la hija de un noble, eres más que eso.

- Sí, recuerdo que por eso llevo este nombre.

- Estoy seguro de que algún día, descubrirás tu verdadero poder.

- ¿Poder? ¿A qué te refieres papá?

- Ya habrá tiempo para hablar de eso, querida. Ven.

El Capitán volvió a abrazar a su hija y le tarareó la cancioncilla de Cervantes. Pero no solo cantaba para Isis, sino atrajo a mujeres bellas; criaturas del agua, una a una.

- ¿Qué es eso? – dijo uno de los oficiales que hacía guardia, viendo por la borda hacia el agua. Una silueta se asomaba, era una mujer hermosa: cabello negro largo, un rostro angelical, semidesnuda.

- ¿Eras tú el que cantaba? – preguntó la mujer del agua.

- No. – respondió Moss, el oficial, sorprendido. – Era el Capitán.

- ¿Y tú, no cantas?

- Bueno, no tan bien como él. – se sonrojó y estaba casi hechizado por la mujer.

- Inténtalo, sé que lo harás tan bien como él.

- Bueno, hay una... pero no me juzgues, ¿vale? Recuerdo una parte.

- Te escucho. – dijo animada.

- Cuentan las estrellas que/ella vive ahora en el mar, "busco mi sitio, busco mi lugar/ busco un hechizo para enamorar/yo soy la muerte, soy la maldición/ soy tu perdición"/ y en la noche de San Juan/cantan las sirenas/melodías de un querer/ enamórate/ y en su jaula hecha de mar/ llora prisionera/es la reina sin país/la dama del mar.

- "Soy la sirena del triste mirar/ y entre mis labios muerte encontrarás/ busco tu alma para caminar/ y salir del mar" – cantó la mujer del agua, con una voz hermosa.

- No pensé que la sabrías.

- La sabemos todas. – dijo otra mujer.

- ¿Cómo? Pero... ¿qué hacen ustedes en el agua? – preguntó Moss, preocupado.

- ¿Quieres hacernos compañía? – preguntó de forma seductora la mujer que había cantado con él.

- Sería mejor que subieran.

- ¿Con quién hablas, Moss? – llegó diciendo otro oficial, Magda.

- Mira. – le señaló el oficial a su compañero, que viera por la borda.

- Oh. – se sorprendió al ver mujeres tan bellas. – Llevo tantos años sin ver a una mujer sin ropa.

- ¿Y qué esperas? – le dijo una de ellas. Cuando Moss y Magda lo notaron, había cinco.

- ¿Qué hacen en la orilla par de imbéciles? – los tomó Santos de la chaqueta y los arrastró hacia el centro del barco, al ver lo que sucedía. Moss y Magda lo veían confundidos. Esto llamó la atención de Isis y el Capitán.

- ¿Qué te pasa a ti, idiota? – le recriminó Magda.

- ¿Qué está pasando ahí? – preguntó severo el Capitán Salazar, acercándose hacia los oficiales.

- ¡Yo quiero ir con ellas! – gritó Moss, completamente hechizado. Isis se asomó con sigilo a la orilla y en cuanto notó a una de las hermosas mujeres, se alejó pues a la criatura le había mostrado otra cara.

- ¡Sirenas! – gritó Isis.

- ¿Qué? – preguntó su padre, a medida que se acercaba a la orilla también y una de ellas venía hacia Magda para tomarlo del cuello de la camisa y traerlo al mar. – ¡Magda! ¡No!

- ¡Hombre al agua! – anunció Santos, para llamar la atención de los demás oficiales que dormitaban bajo cubierta.

- ¡Toca la campana, Santos!

- ¡Aléjense de la orilla! – alertó Isis, al tiempo que otra tomaba a Moss hacia el mar.

La venganza de la diosa - PDC | Jack SparrowWhere stories live. Discover now