34♤ -《El Rey》

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— Mi querida niña. – se levantó el rey, en cuanto Isis estuvo más cerca de él y la esperaba con los brazos abiertos.

— Majestad. – lo saludó muy emocionada. La joven hizo una reverencia y procedió a corresponder el abrazo. No podía creer ese gesto por parte del rey, esto llamó la atención de los cortesanos que se encontraban ahí. – Pensé que no me recordaría.

— ¿Cómo no hacerlo? Quedé en deuda eterna con tu padre. Cada poco venías a mi mente, pensaba en cuándo vendrías a visitarme.

— Majestad, me siento honrada con sus comentarios. – se sonrojó Isis. Algunos de los cortesanos la veían con desprecio, o confundidos, otros con benevolencia. Sin embargo, para Isis, el abrazo había sido todo lo que necesitaba para sentirse en confianza.

— Me honra más tu visita, niña mía. – le dijo tomando su mano entre las suyas, de manera paternal. – Dime, ¿en qué puedo ayudarte?

— Majestad, – carraspeó. – vengo porque... bueno, quizás sea una locura, puede que usted mismo me mande a la hoguera, y comprendo si no me apoya...

— Tranquila, dime... aún no me propones nada y ya te respondes.

— Le pido una disculpa, Majestad. Estoy un poco abochornada por la situación. – señaló con la mirada a los nobles que se encontraban juzgándola.

— Ignórales. – murmuró el rey con complicidad. – Yo lo hago siempre.

— Vine a solicitar su apoyo para... un viaje.

— ¿Es para ti?

— Sí. Aunque, bueno... es más una expedición. – murmuró. Entonces, el rey frunció el ceño. Isis sintió que ahora sí, toda la atención estaba puesta en ella.

— ¿Puedes contarme más sobre esa aventura?

— He escuchado rumores, alteza, sobre mi padre y el supuesto lugar donde naufragó. Varios han dicho que lo han visto... vivo.

— ¿Vivo? – repitió incrédulo.

— Sí.

— Pero, la Marina Real informó de un naufragio...

— Porque ya no hubo comunicación por parte de mi padre. Pero nunca enviaron a alguien para confirmar el deceso. Por eso, he venido a solicitar su apoyo, majestad. Necesito una nave y hombres, para ir en busca de mi padre.

— Vaya. – dijo sorprendido. – Pensé que cuando te ofrecí la audiencia y mi apoyo, me pedirías un vestido, una casa, organizar tu boda, no algo como esto. – soltó aire. – Es algo grande y peligroso. ¿Lo has expuesto en la Marina?

— Sí, Majestad. Y se burlaron de mí, porque no creen en lo que les digo.

— Comprendo. ¿Y tienes alguien que dirija la nave?

— No, señor. – admitió Isis, cabizbaja.

— En ese caso, no puedo autorizarlo. Necesitas a un Capitán de la Marina Real que te apoye. No desconfío de tus conocimientos sobre navegación, es más por cuestiones legales y papeles aburridos, sé que lo entiendes. – dijo con delicadeza.

— Sí, alteza.

— ¡Yo lo haré, si me permite, Majestad! – dijo una voz, desde la entrada del salón. Ella no podía creerlo. Tenía muchos sentimientos encontrados. Fernando la había seguido en todo el camino, tuvo que ser así, pues de otra manera no habría llegado a tiempo para cuando Isis estuviera en la audiencia.

— ¡Muchacho! – saludó el rey. – Me había parecido extraño no verte con Isis.

— Tuve un ligero contratiempo. – respondió Fernando, llegando al lado de Isis. El joven Capitán hizo una reverencia. – Es un honor poder saludarlo nuevamente, Majestad.

— Isis me comentaba sobre este viaje, en busca de su padre. ¿Tú lo sabías?

— Sí, majestad. Estoy en total disposición para ayudarle. – aseguró. Isis no podía dejar de verlo con incredulidad.

— Bueno, entonces, Isis no tendrías que viajar.

— Pero quiero ir, alteza. – suplicó la joven. – Quiero verlo con mis propios ojos. Si me perdona, le diré que no confío en ciertos hombres de la Marina. – respondió con amargura.

— Espero que no lo digas por tu amigo. – comentó el Rey. Isis no dijo nada. Luego de un suspiro y meditarlo por unos segundos, resolvió – Esto es muy importante para ti, ¿no es así?

— Lo es, majestad. Créame, luego de esto no volveré a pedirle nada, lo prometo.

— Eso es lo de menos, querida. Puedes venir cuando lo necesites. Siempre estaré dispuesto a escucharte.

— Se lo agradezco, majestad.

— ¡Escriba! – llamó el rey, sin dejar de ver a la pareja.

— ¿Majestad? – respondió un hombre mayor, no muy lejos de ellos.

— Necesito que redacte un documento.

— Sí, señor.

— Gracias, majestad. – le dijo Isis, con sus ojos llorosos. Sentía que la victoria estallaba dentro de ella.

— Ven aquí. – respondió el rey, besó la mano de la joven y la abrazó. – Ve con cuidado, por favor. Vayan con el escriba, él les dará lo necesario.

— Gracias, alteza. – respondió Fernando.

— Muchacho, aprecio a esta jovencita como si fuera mi propia hija. Cuídala, por favor. Tráela de regreso.

— Así será, señor.

— Enhorabuena, pueden ir. 

La venganza de la diosa - PDC | Jack SparrowWhere stories live. Discover now