05♤ - 《Fiesta y sorpresas》

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El gran día había llegado. El cumpleaños número quince de Isis, y su padre no estaría ahí para celebrarlo con ella. Trataba de motivarse, pensando en que él llegaría un par de días después, y no se separaría de él, en todo ese tiempo. Caminarían por el jardín, irían de paseo con su madre, quizás viajarían a Francia, como siempre se lo había prometido, ¡tantas opciones para celebrar después! Serían días hermosos.

- Oh, mi niña. - se quejó Doña Inés, al ver que su hija seguía en la cama. - ¿Aún dormida? Hace un hermoso día afuera. Dios te ha regalado una mañana muy hermosa. - dijo, mientras abría de par en par la cortina, donde se bañó todo de luz solar y calor. - Todo está en marcha.

- Si todo está en marcha, ¿por qué me has despertado tan temprano? - protestó Isis, volviendo a poner una almohada en su rostro.

- Porque arreglarte no será tan fácil, cariño.

- ¿Acaso me estás diciendo poco agraciada? - se quitó la almohada para reprocharle con la mirada a su madre.

- No, no... eres preciosa. Pero, no es como normalmente te arreglas. Así que, ¡arriba! Que prefiero hacerlo todo con tiempo.

- Me carga la... - murmuró.

- ¡Isis!

- Ya voy - rezongó, un tanto malhumorada y esperó a que saliera su madre de la habitación, para poder volver a dormir. Mas no lo logró, debido a que las mucamas llegaron al instante, para recoger la ropa de cama, prepararle su baño, colocar su vestido nuevo de día en el perchero, y todo lo que necesitaría para esa celebración tan importante.

Para el atardecer, Isis ya estaba cambiada con el peinado adecuado para el baile en su honor, sólo le faltaba ponerse el vestido que su padre le había comprado en Aragón, que según decía, era lo que la alta sociedad estaba usando allá. Uno muy bello, color rosa pálido con blanco, de un escote bastante pronunciado, que cuando lo vio en su cuerpo, se enorgulleció de lo bien que lucía. Estaba feliz de celebrar esa edad, pero era casi seguro que días después vendría el aviso de su compromiso con alguien de sociedad, para volverse una aburrida ama de casa, con hijos y no más viajes en barco, ni literatura sobre el mar.

- Te ves tan hermosa. - comentó su madre, llorosa y casi sin aire cuando la vio salir de su habitación. - A tu padre le habría encantado verte así.

- Creo que me lo volveré a poner el día que venga. - se conmovió Isis.

- Vamos, se hace tarde. No queremos que los invitados hablen mal de nosotras.

Isis subió al carruaje con ayuda de José, el cochero. Seguida por su madre, que iría sentada al frente y Juana al lado de la señora. La joven, se preguntaba si conocería a alguien nuevo que la convenciera lo suficiente como para aceptarlo de marido. ¿Existía acaso el ser que fuera perfecto para ella? Quizás era mucho pedir a alguien que la dejase estudiar con amplitud los mitos del mar, mientras viajaban de puerto en puerto, correr por las playas en ropa interior, vivir con la comodidad que ahora lo hacía, sin tener la obligación de comportarse "como una señorita", ¿sería posible?

Llegaron al salón de banquetes de la Marina Real. Fernando las esperaba para apear frente a la entrada. La primera en hacerlo fue Juana, después Doña Inés y por último Isis, de quien Fernando había quedado impresionado por lo bella que estaba esa noche. Era la doncella más hermosa en el reino entero. Se sentía afortunado de estar tomando su mano, en aquel momento especial.

- Señorita Salazar, permitidme deciros que luce bellísima esta noche. - dijo Fernando, formalmente, sonriendo.

- Me sorprende esa galantería, Don Fernando. - se sonrojó, Isis. - Os agradezco vuestras palabras. Si he de admitir, vuestra merced luce parecido al Adonis.

Fernando bajó su mirada, con las mejillas hinchadas y agradeció. Sin duda, el muchacho era apuesto: ojos verdes, cabello rubio amarrado en una coleta baja, hacia atrás; cuerpo construido por los entrenamientos militares y el esfuerzo que conlleva el estar en los navíos, su barbilla delineada, sonrisa pareja y blanca. Aquella noche, era de las pocas ocasiones donde iba vestido con el traje de gala militar. Ambos compartieron la timidez del momento que fue interrumpida por un tercero, que venía notablemente emocionado.

- ¡Isis! - corrió hacia ella, su otro viejo amigo.

- ¡Santos! - lo encerró entre sus brazos.

- Válgame, a este paso la niña llegará despeinada al salón. - murmuró Lucía con hartazgo. Doña Inés parecía encantada por ver a los muchachos halagando a su hija, pensando que uno de ellos podría ser su yerno en poco tiempo.

- Oye, estás hermosa. - continuó Santos, besando su mano.

- Te lo agradezco. Creo que ustedes dos han acordado para lucir igual de apuestos esta noche, ¿cierto? ¡Véanse! Muchas jovencitas querrán bailar con ustedes. - insinuó Isis con una sonrisa amplia. Ambos amigos se miraron entre sí y rieron forzadamente. - Ahora, si me disculpan, debo entrar. Hay mucha gente esperándome allí dentro.

Los dos jóvenes se hicieron a un lado y dejaron que Isis pasara. Cuando ella estuvo a punto de ingresar, Fernando se adelantó para interrumpirla.

- ¿Me deja escoltarla, señorita Salazar?

- Oh, por favor. Para mí sería un gran honor ir de su mano, teniente de Torres. - aceptó la joven y puso su mano sobre la de Fernando.

Entraron al salón, con una mano sobrepuesta en la otra, música de fondo y mucha gente alrededor. Isis sonreía y hacía pequeñas reverencias con su cabeza a los invitados que ella conocía. Por ahora, no se sorprendía de alguien nuevo en la fiesta. Y justo antes de llegar al final del salón, donde se encontraba la mesa principal, se asomaba la figura de un hombre alto, fornido, moreno, de facciones toscas y sonriente: el Capitán Salazar.

Isis aún no daba fe de lo que veían sus ojos. Tuvo que parpadear varias veces, hasta que lo creyó y corrió hacia su padre, sin importarle su comportamiento "adecuado", y fue recibida con un efusivo abrazo por parte de él. Inmediatamente, compartieron el primer baile.

- Creí que no vendrías. - dijo Isis, aún llena de emoción.

- Todo salió antes de lo esperado y me alegra que haya sido así. - respondió el Capitán con una sonrisa llena de ternura.

- No sabes lo feliz que me has hecho.

- Te ves tan hermosa.

- Gracias, padre.

El segundo baile, lo compartió con Santos, quien no pudo decir mayor cosa mientras bailaban. Sólo apreciaba la belleza de Isis y sonreía con un eterno rubor en sus mejillas.

La venganza de la diosa - PDC | Jack SparrowWhere stories live. Discover now