𝟰𝟵 || 𝙘𝙖𝙘𝙩𝙪𝙨 𝙡𝙡𝙚𝙣𝙤 𝙙𝙚 𝙛𝙡𝙤𝙧𝙚𝙨

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Mi vida paso de estar en un bosque lleno de árboles para hablar a estar en un desierto vacío donde la única esperanza soy yo. La arena juega en mis pies y el calor me va matando lentamente, ya no hay donde ir y aunque quiera volver al bosque no puedo y tampoco quiero.

El bosque era mi lugar seguro, los árboles me brindaban oxígeno y yo decidía quedarme con la idea de que con que solo me dieran oxígeno me iban a amar para siempre. Como si respirar fuera amar, como si tan solo respirar llenará todo eso que faltante en una historia de amor.

Los árboles desaparecieron y aunque mi amor por verlos cada día crecer más y que sus hojas tengan más color no... Ya no estaban.

Uno se acostumbra al desierto cuando pasa mucho tiempo en el, a ver arena, a ver el cielo despejado todo el tiempo, a que no llueva... Acostumbrada a esa sensación de soledad.

Entre tanta arena y tanto dolor encontré una pequeña salvación, una chispa de luz que se encendía frente a mis ojos después de tanta oscuridad. Era tan fácil de ver entre tanta arena, sus colores resaltaban desde el primero momento que lo vi como una mancha acuarelada en mi visión.

Un cactus.

Me quedé a su lado un tiempo, en silencio sin saber que hacer, pero tampoco me iba a mover de ahí, por fin encontraba la compañía que buscaba.

Difícil de abrazar, difícil de tocar, difícil de sentir. Al lado del cactus era silencio, era poder estar en silencio horas enteras y sentir que eso era amor. Un amor sensillo de esos que no necesitan aventuras, no necesitan una historia movida para que funcione. Éramos el cactus y yo.

Éramos.

Abrazar pinchaba en mi corazón dejándolo adolorido, pero el cactus que un día fue verde y lleno de espinas empezó a llenarse de flores enormes. Las flores más hermosas vistas por ojo humano. Y aunque yo pensaba que iban a ser una pocas flores el cactus se llenó de estás a tal punto que abrazarlo no dolía, no pinchaba, no hacía mal. Abrazarlo era sentir el olor de las flores en la punta de la nariz mientras suaves caricias te llenaban el cuerpo de amor por el roce de los pétalos.

Sus abrazos se sentían como abrazar a un cactus lleno de flores. Sus besos se sentían como la poca agua que brindan los cactus cuando hay sed. Sus palabras a veces eran espinas directo al corazón y otras una flor de su cuerpo de regalo. Las tardes al lado suyo eran tan sencillas, no había que hablar, no había que tener una aventura, no había que hacer nada.

Pase de estar rodeada de flores y de plantas que seguramente no valían nada a tener el cactus más lindo y repleto de flores del desierto. ¿Para qué quería tanto si solo podía tener un cactus lleno de flores?

Los Miedos de Ayus Where stories live. Discover now