—Pero y mi hermano, ¿dónde está? ¿Qué paso con él? —André bajó la mirada, su semblante se tornó apesadumbrado. Natalie comprendió el mensaje; no pronunció palabra, se perdió en aquel hermoso recuerdo.

—Lamento eso en verdad —confesó la rubia con un dejo de arrepentimiento.

—No te preocupes, al menos sé que vivieron felices y ahora están en un lugar mejor. —Sonrió la joven aprendiz; estaba más calmada, incluso sus ojos mieles eran lúcidos, llenos de alegría.

—Natalie, yo...

—No te lamentes, en serio me siento mejor, y ahora con ese recuerdo me siento con un motivo.

—Está bien. —Le sonrió con cierto pesar—. Ahora quiero que te calmes, despeja tu mente, visualiza hacia dónde quieres ir.

La joven, decidida, se puso de pie, cerrando los ojos, memorizó el espejo en su habitación. Esta vez lo recordaba más claro que antes, contemplando su reflejo en él. Extendió sus manos en dirección al lago; el agua empezó agitarse, un par de destellos de luz surgieron de la superficie, luego volvió la calma, sólo se sacudía por el correr de la cascada.

—Tienes que mantener siempre presente este portal y hacia dónde va para que tú lo atravieses —le susurró André al oído.

La rubia se quitó el chaleco de cuero que llevaba puesto y lo lanzó al agua; éste se sumergió.

—¿Qué haces? —le preguntó Natalie asustada al oír el chapoteo del agua, percatándose de la prenda que se hundía.

—Cálmate, recuerda —le repitió su mentora ubicada a su lado, dedicándole una severa pero amable mirada—. Confía en ti misma. —El agua se precipitó un poco pero luego volvió a serenarse. El fondo estaba oscuro, no cristalino como se acostumbraba—. Cuando estés lista deja de extender las manos y únicamente ten en mente hacia dónde conduce este portal —dicho esto, Natalie se relajó, dejó de extender sus temblorosas manos—. Cuando escuches el chapoteo lánzate al agua. Recuerda que el portal sólo tendrá unos minutos para cerrarse.

André esperó a que su aprendiz se concentrara; hasta que fue oportuno, sin pensarlo dos veces, se lanzó al lago, desapareciendo. Natalie al escuchar el chapoteo, a pesar de querer abrir los ojos para husmear, no dejó de tener en mente lo que le pidió, así que resolvió relajarse por unos segundos para luego lanzarse.

Fue como pasar por una cascada de agua tibia, caminando. Dio un par de pasos y cuando abrió los ojos quedó pasmada al darse cuenta de dónde estaba; arribó a su habitación con la ropa seca, lo había logrado.

—Todo es cuestión de concentración —habló André, sonriente a su lado mientras se ponía de nuevo su chaleco que estaba botado en el suelo. La chica quedó estupefacta, no sabía cómo reaccionar—. Ya luego podrás hacer portales que duren más tiempo, también portales múltiples e incluso como tu padre, pero esos son más complicados, aunque sé que tú podrás.

Natalie sin previo aviso se le lanzó para abrazarla fuerte, quedó dichosa por conseguir lo que por meses le costó tanto.

—¡Gracias, gracias, gracias! —elogió, eufórica, dando pequeños brincos de emoción.

—Ayúdame —le susurró André con cautela que obligó a Natalie dejar de estrecharla, apartándose unos pasos.

—Cualquier cosa que pidas, solo dime —le aseguro, elevando un poco la barbilla, más que orgullosa por serle de ayuda.

—Necesito que crees un portal a este lugar. —Posó la mano en su sien, despejando la zona de su ondulado cabello. La aludida sin evitarlo cerró los ojos.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora