QUINCE

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Alexandra

El trabajo, el trabajo siemore había sido mi mayor escape de mis problemas era mi forma de escapar de todo lo que me rodeaba me enfocaba tanto en el que lo demás no importaba. Necesitaba despejar mi mente de lo que había ocurrido con Alessandro, fui débil y completamente estúpida por haberme dejado hacer lo que pasó con él, pero no podía negar que me había gustado pero el choque emocional que tenía en ese momento me dejó perdida en mi mente y pensando en lo ocurrido, maldita sea, me deje engatusar tan fácil con su sola presencia y con su sola mirada que hacía que mis piernas se pusieran nerviosas y mi cerebro no pensara del todo.

Cuando se había ido no dude en comenzar a llorar y regañarme a mi misma por haber hecho lo que pasó, estaba molesta conmigo misma porque lo había disfrutado como nunca había disfrutado el sexo con alguien. Había estado solo con algunos hombres que me habían complacido, si, pero no tanto como lo había hecho Alessandro, ese hombre me había dejado agotada además de que me había dejado con las piernas y la intimidad adolorida, eso jamás había pasado con los hombres con los que estaba.

Mientras miraba como la renovación de la oficina de Antoine cobraba más forma, en al menos dos días eso estaría completamente lista y así podría volver a casa, desde el momento que comencé a trabajar para el señor Torricelli me había tomado el propósito de terminar el trabajo lo antes posible para no estar más en Sicilia y así volver a mi vida y que Ronaldo terminará su trabajo con mayor calma, me sentía orgullosa de lo que estaba logrando con mi trabajo y no podía esperar para que el señor Torricelli lo viera y me diera el visto bueno. Tomé de mi termo que tenía café mientras mi vista seguía en el tableta donde el asistente que había mando Julián me mandaba fotos de los nuevos sofás que serían de la nueva oficina, me gustaba mirar hasta el mismo detalle que tenía cada lugar que hacía una renovación.

El sonido de mi teléfono vibrando me llamó la atención, era un mensaje de Ignacio:

"Hola, tengo día libre y pensé que te gustaría ir a comer algo delicioso... Digo, si quieres"

Sonreí ante la caballerosidad que Ignacio me mostraba por completo, era tan atento y tan amable que no me lo creía. Dejé mi tableta y termo en la mesa en la que estaba sentada y no dude ni un segundo en responder.

"Me encantaría comer contigo"

"Genial iré por ti en una hora"

Luego de eso no pude evitar sonreír, era tan lindo que jamás me cansaría de decirlo. Volví a mi trabajo pero no duro mucho cuando la puerta de la oficina del señor Torricelli se abrió dejando ver a Elana, era Elena Herrera la que estaba ahí parada en la puerta pero ¿Qué hacía aquí? Ella al verme por un momento se le borro la sonrisa que tenía en la cara. Yo estaba en la oficina del padre de Alessandro porque él me había daos completa libertad para estar ahí y hacer mi trabajo además de que él no podía estar ya que algunas cosas estaban tiradas además de que los muebles nuevos estaba en plástico aún, pero al ver ahí a Elena sentía que mi corazón se salía por un momento y no sabía que hacer.

-Perdón, pensé que Alessandro estaba aquí-. Dijo ella con una sonrisa.

Aclare mi garganta y sonreí de vuelta.

-No, amm no se donde encuentro el señor Torricelli, hijo claro-.

Elena se adentro a la oficina mirando todo con detalle sin entender que estaba pasando hasta que llegó hasta el escritorio en el que estaba sentada mirando la tableta.

-¿Y tu eres?-. Pregunto con curiosidad.

-Soy... Alexandra-.

-¿Solo Alexandra a secas?-.

Me puse de pie de mi silla estirando mi mano para hacer más formal el saludo, tal vez Elena no me recordaba porque Lucía completamente diferente a como estaba hoy en día pero tal vez me podría recordar por mi apellido ya que todos me decía Scott jamás me decían por el apellido de mi mamá, Allen.

-Perdón, soy Alexandra Allen un gusto señorita...-.

-Elena Herrera, un gusto-.

Ambas nos sonreímos mutuamente sin decirnos nada pero yo por dentro me estaba muriendo de nervios de rabia de solo verla ahí para saludandome como si nada, era obvio había hecho unos cambios en mi y era claro que Elena Herrera no me reconocería para nada, de seguro ella pensaba que yo aún seguiría siendo la misma gorda, de gafas de gota, braquets y que usaba ropa dos tallas mucho más grande que ella además de seguro ella pensaría que yo estaría viviendo en un departamento feo, sucio, lleno de gatos o de peses, que no hacia nada de mi vida más que comer porquerías y siendo la misma antisocial de siempre, me daban unas ganas de decirle ¿No recuerdas verdad? Y ver su cara al darse cuenta de que aquella chica a la que le tiraba bolitas de papel con slaivs, empujaba al modo diciendo que ese era mi lugar se había vuelto una mujer completamente deseable y que su novio de años se había acostado con la chica fea del instituto, pero no podía hacer eso tendría que ser más inteligente para poder vengarme de ella.

-¿Ese es Gucci?-. Pregunto mirando mi abrigo blanco que estaba en el perchero aún lado de mi asiento.

Ese abrigo me lo había prestado Julieta hoy en la mañana antes de que ella se fuera compras con Ronaldo, querían tener su tiempo de hermanos así que no dude en pedirle el abrigo, a mi no me alcanzaría el dinero para poder comprarme un Gucci. Pero Elena era una fanática de las marcas, en el instituto siempre presumía de todas las marcas que su ropa era al igual que sus autos.

-Si, así es-. Sonreí con orgullo.

-Pues un día deberíamos ir de compras-. Sino emocionada-. Ten mi número, me caíste muy bien por ese Gucci-.

De su bolso Louis Vuitton saco un postti y una pluma para comenzar apuntar su nombre y número, no puedo creer que esa zorra mal parida no me reconociera del todo. Al terminar me entrego el papel y yo solo le sonreí de vuelta cuando me dijo que esperaba mi llamada cuando salió solo pude rodar mis ojos por completo, aun seguía siendo la misma insoportable de siempre.

Estaba feliz e incluso emocionada de estar con Ignacio en un lugar tan hermoso y tan elegante como en lugar en el que estábamos, la vista del mar era hermoso junto con la ligera brisa que este desprendía, el canto de las gaviotas era un toque rústico para mí. Ignacio lucia tan guapo con esa ropa casual, camisa blanca, pantalones de mezclilla mientras que yo vestía un vestido color caqui pegado a mi cuerpo y  zapatillas del mismo color.

-Es un lugar hermoso Nacho, gracias-. Agradecí la invitación.

-No agradezcas lo hago con gusto-.

Ambos sonreímos haciendo un pequeño brindis mientras platicamos de cualquier tema que se nos cruzaba por la mente.

-Vaya vaya, esto si que es una sorpresa encantadora- 

El corazón se me paralizó cuando vi a Alessandro Torricelli parado ahí en nuestra mesa con una sonrisa de oreja a oreja y yo sin poder creer que estuviera ahí parado mirándome como si deseara torturarme y de solo pensar lo que pasó entre él y yo la piel se ponía de gallina no por el miedo sino de sólo recordar el placer que me provocó cuando estuvimos juntos.

-¡Alexandra! Que coincidencia-.

Y apareció Elena, no puede ser esto posible me quería morir.

Quédate Conmigo +18Where stories live. Discover now