Capítulo 44

5.6K 277 303
                                    

El señor Cobo se aclara la garganta.

Mis pelos se ponen de punta. Cualquier razón, por muy justificada que sea, no le va a hacer peor persona. Ni a él, ni a Samantha, ni a nadie implicado en esto.

Estoy secuestrada contra mi voluntad. Atada con cuerdas. He perdido la cuenta de cuantos días llevo sin comer. Esto definitivamente es un delito y espero que se pudra en la cárcel.

—¿Sabías que tus padres y yo éramos buenos amigos de jóvenes? Bueno, en realidad, tú padre y yo nos conocíamos de antes. Conocimos a tu madre una noche en un bar nocturno. La mirada azul de tu madre... esa sonrisa especial, dejó prendado a tu padre en un abrir y cerrar de ojos —Hace una pausa—. Tengo que admitir, que a mí también me llamó la atención. Era una chica... muy decidida. Sabía lo que quería y lo conseguía siempre.

Decide levantarse y comienza a caminar lentamente mientras sigue el relato.

—Acabamos formando un buen trío de amigos. Éramos inseparables. Tu madre era la chica de nuestros ojos, y nos tenía comiendo de la palma de su mano. Por razones que se me escapan de las manos, tú madre siempre se inclinaba a tu padre y acabaron saliendo, pero eso no quita que en los primeros meses de relación, no volviese corriendo a mi cama.

Abro los ojos e intento contener una arcada al imaginarme al señor Cobo, acostándose con mi madre.

—Pero eso no es lo importante. Al final conocí a Helena y cortamos esa cosa extraña que teníamos. Aunque he de admitir, que sigo con la espinita clavada de por qué no fui yo.

—Estás fatal de la mente. Seguro que mi madre se dio cuenta antes que el resto.

El señor Cobo esboza una pequeña sonrisa autosuficiente.

—Puede ser.

Se me hiela la sangre.

—En cualquier caso, los tres seguimos siendo amigos. Todos estuvimos estudiando para ser futuros emprendedores y ser poderosos. Éramos jóvenes y ambiciosos. No hay mejor combinación —Vuelve a sentarse enfrente de mí, cosa que agradezco porque no me gusta ni un pelo tenerle dándole vueltas alrededor mía—. Se me ocurrió una espléndida idea para montar una empresa que revolucionaría el país. Necesitaba a tus padres. No podía manejarlo todo. Teníamos que construirla desde los cimientos. Y, aunque ninguno éramos pobres, uno solo no podía permitirse todos los gastos que conlleva.

Escucho atentamente al señor Cobo. Sus pequeños ojos fríos, brillan ligeramente. Como si recordase buenos tiempos.

—Nos llevó años conseguir que nuestra pequeña empresa se pudiese mantener. Pronto conseguimos que nos comenzasen a financiar la idea. Nos iba a pedir de boca.

—¿Entonces... qué ocurrió?

—Puede... puede que siendo tan joven y ganando tanto dinero, se me subiese un poco a la cabeza. Me volví alguien competitivo; que solo pensaba en sí mismo y en su beneficio. Tomaba decisiones si el consentimiento de tus padres y según ellos lo único que hacía era perjudicar a la empresa —Suelta una carcajada amarga—. Vale, bien. Se me fue de las manos. ¡Pero me apartaron! Me tacharon. Quitaron mi nombre y decidieron arrebatarme, idea. Solo porque no me veían capaz. Solo porque me consideraban un peligro.

—¿Toda esta movida es por venganza? —Pregunto incrédula. Me estoy mareando.

—Me dijeron que era temporal. Que la empresa siempre iba ser en parte mía. Que cuando viese que lo importante no era la ambición que volviese. Pero nunca me dejaron. Tuve que ver sentado como la empresa se volvía la más poderosa del país sin mí. El nombre de tus padres por la boca de todos mientras el mío se quedo atrás. En el olvido.

El Internado Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora