Capítulo 41

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Hizo falta dos personas para levantarme del suelo. Mi cuerpo se negaba a reaccionar; solamente quería quedarme doblada, con las rodillas pegadas en el pecho, como cuando te duele la tripa e intentas calmar el dolor con esa postura. La ingenua de mí pensaba que eso podía calmar el incesante dolor que sentía, pero este dolor me quemaba más que cualquiera físico.

Samantha me abrazó durante horas mientras yo lloraba desconsoladamente sin poder parar.

—¡Haz que pare! —Le suplicaba a Samantha. Estaba completamente rota. No podía quitarme de la cabeza lo sucedido, y la repulsión y la decepción que sentía, estaba haciendo que se me fuese la cabeza.

Pero lo peor es que no podía dejar de pensar en él, y en la manera en la que se había convertido en mi vida, por mucho que hubiese tenido que sortear mil baches, haber conseguido entrar en su corazón infranqueable, me hacía la persona más feliz del mundo.

Y cada sonrisa suya; cada vez que me rodeaba con sus brazos; cada vez que rozaba su boca con la mía, todo eso... todo eso me daba vida.

Y ahora estoy muerta.

No muerta literalmente, pero como si lo estuviese. Mi corazón late débilmente, negándose a acelerar su ritmo, porque el único que conseguía que verdaderamente latiese ya no está, le he echado de mi vida.

Y haber tomado esta decisión me tortura cada noche. Me crea pesadillas y una angustia que me araña por dentro.

Ya no me quedan lágrimas que soltar. No al menos cuando él no está cerca.

Intentó hablar conmigo. Estuvo durante horas en mi puerta, gritando mi nombre mientras lloraba pidiéndome que volviese a él; pero yo no podía hacerle frente.

Cada vez que le miro me recuerda de lo que ha sido capaz. A la primera de cambio se tiró en los brazos de otra. Y no de cualquier otra, si no la persona que sabía que más me dolería.

Y no puedo perdonarle.

Intenté ir a clase al día siguiente. Vagaba por los pasillos como un fantasma con cuentas pendientes, viendo todo negro y sin expresión en mi cara. Si intentaba decir algo me ponía a llorar.

Tuve que salirme de cálculo porque sólo con verle entrar y que sus ojos verdes conectaran con los míos, provocó que no me entrase el aire por los pulmones.

No quise volver y estuve metida en mi cama el resto del día. Y el siguiente. Y el siguiente.

Realmente doy lástima.

Estoy totalmente destruida.

Y le odio por ello aún más.

—Eva, por favor tienes que comer, ¡joder! —Exclama Anne en su decimoquinto intento de que me lleve algo a la boca. Su cara esta roja del enfado y Samantha se pellizca el punte de la nariz.

—No puedo verte así —Dice Samantha—. ¿Te das cuenta de que te estás autodestruyendo por un simple tío?

Yo sigo sin decir palabra.

—Eva, por favor, dinos algo. Llevas días sin articular palabra —Me pide Anne.

—Y lleva alimentándose durante cuatro días de pan y agua. ¡Mírale la cara está enferma! —Sam alza la voz y suelta un suspiro.

Vuelvo a pegar mi mejilla a la almohada y cierro los ojos.

No me apetece que estén haciendo de niñera. No me apetece estar con nadie.

El Internado Where stories live. Discover now