Capitulo 67

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Atajé mis libros en el aire con una habilidad que nunca había existido en mí jamás. Sin pensar lo increíbles que estaban mis reflejos últimamente, corrí como pude hacia el aula de Biología. No llegaba tarde, pero siempre intentaba ir más temprano de lo normal para poder hablar con Christopher. Está bien, para besarlo más que nada. Era una mocosa calenturienta, nadie podía culparme por eso si alguna vez habían visto a Christopher y a su sonrisa. Nadie podía hacerlo, estaba en las reglas de la vida. Las reglas de los padrinos mágicos. Estaba en las reglas del universo.

Giré a la derecha y vi el aula de Biología. Su puerta abierta me indicaba que tal vez no llegaba tan tarde para una sesión de besos. Aunque después de lo que Christopher había hecho ayer, teníamos que hacer extremadamente cuidadosos. La mitad de las chicas del colegio habían corrido a preguntarme qué había entre Christopher y yo, y mi respuesta siempre había sido la misma: "Sólo es mi compañero de Biología, no tengo ni la más mínima idea de por qué me besó, probablemente una apuesta con sus hermanos." Aunque la verdad era que la parte de la apuesta era cierta. Ver a Erick y a Joel vestidos de sirvientas toda la tarde, había valido la pena a pesar de los insoportables gritos que Tris me había dado por la noche apenas puse un pie en el departamento. Estaba furiosa, y la verdad era que no sabía por qué, y ella tampoco. Había estado poniendo excusas para gritarme toda la noche. Hasta había sacado temas de cuando estábamos en el orfanato. La cuestión, era que algo más molestaba a Tris, y tenía que ver con Johann. Pero ninguno de los dos me quería hablar de ello. Y Tris se desquitaba conmigo por eso.

Entré al aula haciendo malabares con mis libros, evitando que se cayeran. Mis ojos se desviaron de inmediato al último lugar del salón de clases que siempre ocupábamos Christopher y yo. Él se encontraba de lo más distraído en su lápiz. Lo veía como si contuviera el más grande secreto de todos los tiempos. Estaba tan concentrado, que tenía esa cara que siempre ponía: las cejas fruncidas, sus ojos achicados, la nariz algo fruncida y sus labios convertidos en una línea recta. Me hizo sonreír y estabilizarme de repente. Sus ojos dejaron de observar al lápiz entre sus dedos y se levantaron, buscando a la persona que lo observaba, que era yo, obviamente. Su cara se relajo cuando su mirada se posó en mí, y sus labios dejaron de estar rectos para deslumbrar esa hermosa sonrisa que me enamoraba cada día un poco más.

No esperé ni dos segundos. Prácticamente corrí por el pasillo que llevaba a nuestra mesa. Mis ojos no tenían lugar para otra cosa que no fuera Christopher. No sabía qué me estaba pasando últimamente, a los dos. Tal vez estábamos en la etapa de luna de miel, esa en la que las dos personas no podían vivir separadas una de la otra, y la verdad, era que no desaprovechaba ninguna de todas las posibilidades que tenía de tener a Christopher cerca. Aunque fuera unos centímetros, o a un pasillo de distancia, ninguno de los dos las desperdiciaba. Era estúpido, sí. Pero así éramos nosotros, y no quería que cambiara.

Una extraña fuerza de gravedad, detuvo mi camino hacia el amor de mi vida, y me atrajo a una de las sillas que se encontraban en el aula. Al principio, pensé que había estado tan embobada mirando a Christopher, que me había tropezado con mis propios pies, y parecía una teoría bastante buena y refutable, por el simple hecho de que era una de las personas más torpes que jamás había conocido. Pero luego, cuando me volteé a mi derecha, pude ver a una furiosa Tris que tenía sus ojos achicados. Abrí la boca con sorpresa y fruncí mis cejas.

- ¿Pero qué...? - Le pregunté. Ella me interrumpió arrebatando mis libros de mis brazos y apoyándolos con fuerza en la mesa frente a nosotras.

- Hoy vas a sentarte conmigo. - Me ordenó con voz dura mientras posaba sus brazos sobre la mesa y miraba al frente sin hacerme caso. Me volteé para observar a Christopher, que parecía igual de confundido que yo. Me encogí de hombros y negué con la cabeza, indicándole que no había manera de que nos sentemos juntos hoy. Él suspiró y vi cómo bajaban sus hombros mientras se estrellaba contra la silla con fastidio y cruzaba sus brazos, completamente enojado. A mí tampoco me hacía gracia toda esta situación, y la Tris paranoica y chillona comenzaba a molestar al duendecillo de la furia que llevaba dormido dentro de mí un largo tiempo. Todos debían confiar en mí cuando decía que ninguno de ellos quería despertarlo. Porque una vez despierto... No había vuelta atrás.

Christopher Where stories live. Discover now