Capitulo 25

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La moto paró en un café que ni siquiera sabía que existía en este pueblo. No sabía qué hacer, así que simplemente espere a que Key bajara de la moto.

Era obvio que si yo me hacía la profesional en todo esto, lo más probable era que rompiera alguno de estos tubos o la correa esa que no sabía para qué servía.

Key se bajó y quitó su casco junto con las gafas que llevaba puestas. Me miró y sonrió.

Deja de hiperventilarte estúpida ____, es sólo un chico con dientes por el amor de todos los santos.

Sus manos se dirigieron hacia mis piernas.
Epa, epa. ¿Qué estaba pasando?

- Pasa esta pierna por aquí... - tomó mi tobillo y lo deslizo a un lado de la moto. Genial, parecía una idiota inválida.

Sus manos subieron a mi cabeza liberándome del casco. Él comenzó a reír.

- ¿Qué? ¿Qué tengo? - no moví mis manos a mi cara, pero lo hubiese hecho de no ser por el terror que tenía de caerme de esta cosa.

- Es que estás roja... - No sé por qué pero estaba segura de que ahora parecía un gran tomate. - Y tu cabello... Déjame acomodarlo. - Sus dedos comenzaron a acariciar mi pelo y me quede estática ante su gesto.

Soy Clifford. Soy Clifford el gran perro rojo maldita sea.

Sus ojos se clavaron en los míos. Tenía una sonrisa hermosa y yo solo estaba con cara de estúpida, lo usual.

- Listo. ¿Entramos? - Asentí y él me ayudó a bajar de la moto con cuidado. Dejó los cascos por encima de ésta y le quitó las llaves. No le puso seguro ni nada parecido.

Es increíble la confianza que tiene este chico con la gente del pueblo. Si yo pasara por aquí y encontrara una moto sin seguro me la llevaría con todo gusto. Claro, si supiera como llevármela, por supuesto.

Abrió la puerta del café para mí e inmediatamente un rico olor a café me golpeó. Está bien, no me gustaba el café pero el olor era tan exquisito que estaba dispuesta a probarlo.

- Busca una mesa, voy a hablar un minuto con el dueño. - Asentí otra vez y me senté en la primer mesa vacía que encontré.

Para ser un café de pueblo, estaba bastante lleno. Había música ambiental como en todas partes, las paredes eran de un bonito color naranja amarillento rojizo (si es que ese color existía) y las mesas eran de madera oscura, al igual que las sillas.

En el mostrador había unas cuantas meseras y meseros recibiendo órdenes y yendo de acá para allá con bandejas. Vi a Key detrás de la barra del mostrador hablando con un viejo con bigote de italiano.

Quería reír, pero no sería justo. A mí también me crecía el bigote italiano a veces.

- Disculpa, ¿esperas a alguien? - me di vuelta recuperándome del estúpido comentario que había hecho en mi mente.

- No, emmh... Él ya está aquí.

- ¿Está en el baño? ¿Quieres ordenar por él? - Era una rubia muy bonita de ojos marrones con el delantal de mesera que tenían todas las demás que estaban atendiendo.

- No, él está allí, ya viene. - Señale con mi dedo índice hacia Key. Ella se dio vuelta hacia donde estaba apuntando y abrió sus ojos.

- No puede ser. ¿Tú vienes con Key? - No sabía si estaba bien o mal, pero asentí. - ¡QUÉ ENVIDIA! - Dios que voz más chillona tenía esta chica.

- ¿Por qué lo dices? - Ella me miro desde arriba como si estuviera loca o algo así.

- Key es per-fec-to.- Hizo énfasis en la palabra y en sus sílabas. - ¿Conoces a Johann? - asentí - Y crees que él es perfecto, ¿verdad? - asentí - Pues entonces no conoces a Key. - Me guiñó un ojo y se fue.

¿Qué mierda fue eso? ¿Es que acaso el tipo cagaba dinero y vomitaba oro? La gente de este pueblo está completamente desquiciada.

- Bien. Espero que esto te guste... - Voltee mi cabeza hacia Key que venía con dos gigantes vasos rellenos de cosas de colores con muchísima crema en la punta. Se sentó en la silla en frente mío.

- Ay Dios, ¿qué es eso? - sonreí cuando lo puso en frente de mí.

- Es mi favorito. Helado de vainilla, leche, azúcar, banana licuada, helado de crema, helado de frutilla, caramelo, hielo y por último una gran montaña de crema, porque nunca es suficiente. - Tenía la sonrisa de un nene de cuatro años y Dios, este chico sabía de comida.

- Estoy enamorada.

Mierda. Mierda, mierda, mierda, mierda.

Sabía que lo había dicho mirando al batido. Y definitivamente iba dirigido al batido. Pero no podía decir que se podía mal interpretar fácilmente. Levanté mis ojos y vi a Key viéndome con las cejas levantadas y una sonrisa de autosuficiencia.

- Del batido. Estoy enamorada, del batido. - Tenía que aclararlo, no importaba lo estúpida que sonara. Él soltó una gran carcajada y yo lo patee un poco por debajo de la mesa. - No es divertido.

- Sí lo es, no tienes idea. - Tomé la pajilla del vaso y me la puse en la boca aspirando todo lo que podía para dejar de hablar de una maldita vez. Para dejar de pasar vergüenza al menos una puta vez en mi vida. - ¿Eres muy amiga de los Vélez?

Dios, pedí una sola vez no pasar vergüenza, ¿es tan difícil?

Tomé las servilletas que había en la mesa porque, efectivamente, todo lo que había tomado se había trabado en mi garganta y lo había escupido como la mejor.

- Bien, me encanta que te encante este tema de conversación.

- Lo siento, yo... Nada. - Tragué saliva recuperándome.

- ¿Entonces vas a decírmelo o no? - ¿Se supone que esto era un planteo? Porque solo lo conozco hace un día. ¿Qué se supone que es esto? Seguro que fue Johann.

- No tengo mucha relación con ellos. Sólo con Zabdiel. Y con Christopher. Pero sólo hemos hablado como tres palabras. Es mi compañero en Biología. Si no fuera por eso, no tendría relación.

- Bien. Perfecto. - Lo había dicho para sí mismo, pero lo había escuchado.

Ya estaba cansada con todo el mundo. No entendía por qué siempre tenían la misma actitud hacia los Vélez. ¿Acaso los conocían?

- ¿Y tú los conoces? - tenía que preguntarlo. Intentar sacarle la mayor información posible. Todavía quería saber que había de extraño con ellos.

- Muy poco, la verdad. - Mis hombros decayeron, sin entusiasmo. - Pero lo suficiente para decirte que todas las personas que se acercan a ellos terminan mal.

- ¿Cómo que terminan mal? - junté las cejas.

- Si ____, mal. No conozco ningún otro tipo de mal. Mal, es mal. - Tranquilo hombre, que sólo fue una pregunta. - ¿Por qué estás tan estancada en ellos?

- Simplemente no me gusta que la gente esconda cosas. - Me encogí de hombros.

Bien, a esto de lo podía llamar ironía, o hipocresía tal vez.

Vivía ocultando cosas.

El corrió su batido de la mesa y se acercó a mí por encima de la mesa. Su nariz quedo a centímetros de la mía. Sus labios estaban curvados hacia arriba revelando una hermosa sonrisa con sus perfectos dientes de comercial de crema delantal. Sus ojos se dirigieron directo a mis labios y no pude evitar tragar saliva.

Dios ____, ni se te ocurra estornudarle en la cara.

No. Lo. Hagas.

- ¿Y qué escondes tú, ____ Brooks?


























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Nos vemos pronto ^^

Christopher Donde viven las historias. Descúbrelo ahora