Feroz. Aullidos {Capítulo 34}

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Era otra vez lunes de la hora 7 a.m.. Elizabeth Shepherdson en algún momento el sueño la venció y se había quedado dormida, pero cuando despertó sintió algo muy pesado en su panza, notó que ella se hallaba de espalda al colchón y estirada, y su hermanastro se encontraba en posición estirado horizontal, es decir que John tenía la cabeza recostada en el abdomen de ella y la mitad de las piernas caída fuera de cama.

Hoy tenían clases e iban a llegar tarde con mal comer si seguían así.
John respiraba ligero como un bebé; era el chico que al parecer nunca roncaba como un chimpancés, o de eructar o de hacer algo asqueroso, para nada, cuando este dormía lo hacía tranquilo y si no lo hacía daba temblores a causa de sus pesadillas o gemía o movía los párpados cerrados.

Elizabeth lo contemplaba como si fuera primera vez verlo dormir; su cabello alborotado algo húmedo por la transpiración, la mueca torcida en sus labios, su expresión seria...
Pero lo que no se había percatado antes fue que no se había dado cuenta que su hermanastro tenía los dedos entrelazados con una de las manos. La chica se rubodizó, sus pieles de las manos estaban en ése preciso sudorosas de tanto estar que la tenía agarrada a ella.

No entiende a éste chico, no lo entiende. Más que lo intentaba entenderlo se hacía más difícil reconocer los sentimientos por él.

Alzó la otra mano suelta, se animó despacio acercando los dedos en su frente y mejilla, lo tocó despacito deslizando sus dedos sobre su piel...
"Es suave" pensó ella sorprenderse.
Luego de nuevo volvió a su frente y hizo lo que siempre quiso hacer en su vida; tocar su fleco de mechón que le caía a un lado, siempre quería hacer eso con un chico manipular su pelo. Cuando lo hizo se estremeció y le causó algo de cosquilleo la sensación de poder lograr tocar a alguien su pelo o la cara.
A Elizabeth le resultaba extraño hacer eso como si no fuera de este mundo, así lo sentía en serio. Tenía ganas de abrazarlo después pero eso sería demasiado. Hasta que en el momento inoportuno que lo estaba disfrutando verlo dormir, él se fue despertando y soñoliento habló sonando algo ronco:

Eu, eh ¿qué hacés?

Parecía que se dió cuenta que la chica lo había estado tocando.

Elizabeth se puso roja y no pudo dar una respuesta.

John, bostezando se enderezó sólo un poco y añadió:

— No creas que me olvidaré de esto porque te sentí tocarme aún yo estando medio dormido.

— Eso no es verdad..., Grangerford.

— Hm

— Es la costumbre pero me... gusta llamarte... así.

— ¿Ah si?

— Porque hoy en día hay miles llamado John...

— Basta, basta de inventarios, Elizabeth. Si te incomoda puedes llamarme Johnny, o... Nico, Nicolás, hasta... ¿amigo?

— Es casi tarde... —Eso de la palabra amigo la tensó. - digo para alcanzar el autobús.

— Caray, debiste samarrearme en vez de acariciarme como a un gato. —John, protestó y luego se quejó aún más no encontrando sus zapatillas.

— O debiste dormir en tú cama. —Le dijo, Elizabeth sin cuidado.

— Cállate.

Cuando John se inclinaba para buscar sin ponerse de pie se asomaba un poco de su calzoncillo en color rojo a causa de que anoche se había aflojado el cinturón y un poquito de su bragueta, Elizabeth desvió la mirada a otra parte apenada por ver dos centímetros de su línea del trasero, una linda y perfecta línea.

Feroz. AullidosWhere stories live. Discover now