Feroz. Aullidos [Capítulo 2]

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John Grangerford

Había sido una larga noche luego de que salí del club, había hecho mi noche a mi gusto, tocando en el escenario las clásicas canciones de que una vez fueron mis éxitos en la década por los 2000. Los públicos que asisten en las noches de fines de semana son tranquilos, algunos que otros fans me reconocen y aún así se acercan sólo por saludar.
Ya no son iguales que te pedían eufórica mente una foto o u autógrafo, o insistían invitarte una bebida sólo para hablar naturalmente. Ahora quieres se acercan es nada más para felicitarme.
Claro, pasaron los años y ahora he llegado los treinta, el sabor ya no sabe igual, la vida ya la ves con otros ojos, y las ganas de salir a bailar..., bueno, los microbios ya están haciendo de las suyas con mi cuerpo, impidiendo que tenga voluntad de divertirme.

De la salida del club por la puerta trasera, caminé por lo largo de la callejuela hasta salir del callejón y encontrarme con la avenida principal. No tenía coche, mamá se lo quedó para castigarme..., mi viejo amigo Impala verdoso mate como te extraño.

Una vez que decidí caminar por el centro de la calle, porque ni un vehículo lo veía venir, levanté la vista un momento hacia arriba para contemplar la luna casi llena, estaba radiante con su brillo blanco.

Por lo pronto antes de girar a la otra calle me sentí observado, alguien o algo me estaba viendo desde lejos, entre los contenedores de basuras. Paré el avance por unos instantes para mirar a ése lado, no lo veía, pero lo sentía. Me estaba acechando...

Seguí mi camino, crucé la cuadra completa y pasé la avenida principal vacía, luego camino unos metros adelante y me dirijo al subterráneo. Deprisa bajo las escaleras, atravieso el molinete y continuó hasta una de las estaciones de subtes. Allí me quedo parado esperando que apareciera el último subte que me llevaría a mi barrio donde vivo.

Todavía lo sentía, sentía ser observado, en alguna parte pero estaba ahí con esos ojos...
Sabía que se escondía detrás de esas columnas. Apenas había un par, es decir cuatros personas más esperando distraídos con sus teléfonos en las manos.

Ése alguien o cosa lo sentía tan cerca que... podía oír con mis oídos biónico sus latidos acelerados, esos latidos no son normales al de un ser humano. ¡Rayos! Me produce..., me tensó toda la espina dorsal.

Para fingir que no estaba nervioso comencé a tararear una melodía de un lento de una de mis canciones escritas en el tiempo de mi adolescencia.

Poco rato el subte con su brillo de luz delantero fue deteniéndose lentamente. Se abrieron las puertas y sin mirar a ningún lado ni a nadie entré en el vagón, no busqué asiento enseguida porque quería quedarme expectante de pie mirando por la ventana, atento, a ver si lo veía fuese lo que me estuvo persiguiendo. Ya, lo único que vi fue una sombra deslizarse escapando entre los moniletes y dirigiéndose a las escaleras arriba.

En momentos decidí sentarme al asiento junto a la puerta quedándome pensando lo extraño que fue... eso. No era la primera vez que lo sentía, parece un ella.

Antes de llegar a la estación que debía bajar, sonó mi teléfono con un rintong de mensaje. Lo leí, y lo releí no entendiendo nada. Decía que me citaban en el tribunal para darme un comunicado importante parte de encargo de mi segundo padre.
¿Qué querrá ése hombre, caray?
No hemos tenido mucha relación cercana, apenas hablamos desde que supe de su existencia cuando salía con mi madre Violeta hace un par de años atrás; somos como dos desconocidos de distintos mundos. No es que no me agrade Guillermo Gallardo Shepherdson, es sólo... que no lo siento un familiar ¿se entiende?

La cita me pedía que fuera cuanto sea, no había horario ni día, sólo que fuera pronto.

Bajé del subte con mi guitarra al hombro y subí escalera arriba para luego encontrarme con las luces de otra ciudad.

Caminé ocho cuadras en las nocturnas calles hasta llegar a la entrada de mi departamentito que tan sólo era un edificio de ladrillos rojos de seis pisos. El portero estaba allí como siempre, limpiando las porquerías que dejan los inquilinos y que no se molestan en hacerlo llegar hasta el contenedor.

Nos saludamos y hablamos unos momentos, era la costumbre para quitarnos y escapar del mal día completo que tuvimos.
Luego después subí a mi piso quinto, entré a mi habitación, dejé descansando mi guitarra colgada en la pared, fui al baño para espabilar el cuerpo roto, y al siguiente me quedé en la cocina preparando una tortilla vegetal. Una vez cenado, revisé nuevamente el teléfono y me quedé reflexionando esté extraño mensaje.

Si, creo que debo ir mañana. No pierdo nada si voy a ver que quieren los ancianos está vez.

Estaba tan motivado que no tuve las fuerzas de llegar a la cama, así que encendí la televisión y me quedé viendo una película de hombres lobos hasta quedarme dormido.

Feroz. AullidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora