Feroz. Aullidos [Capítulo 3]

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Elizabeth Shepherdson
En el tribunal.

Subí las escaleras largas al sitio en que me citaron, los nervios debía tragarmelo si no quería desmayarme.

Había salido del albergue ansiosa desde muy temprano apenas salió el sol. No quiero esperar, debo saber a dónde me van a enviar a estudiar está vez. Tengo 29, no he terminado la secundaria porque repetía y repetía de grado, u no sé, unas cuatro veces tal vez.

Papá siempre me dice que estudiar es por el futuro, un futuro que todos los jóvenes construimos. Pero cuando dejé la secundaria halla en mi barrio, él se decepcionó lo bastante como para evitar hablarme. Yo le había dicho por teléfono, en ese tiempo, que no había nacido para estudiar, había nacido para dibujar obras de artes y nada más. Claro que Guille no lo toleró. En ese entonces vivía con mi madrina Rosana Pérez y ella me ayudó a llegar conocer un taller gratuito en la cuidad Capital Federal. Luego de aquello me uní y me concentré más en conseguir la meta de un sueño para que mis pinturas llegarán ser exhibidas en un concurso para novatos pintores. Así es, sueño en pequeño.

Una vez dentro del tribunal, un guardia me dijo que subiera las escaleras hasta el 3piso, luego me fuera por un pasillo largo y al final de éste doblada a la izquierda, a la tercera puerta golpeada y esperada. A así fue como lo hice, esperé, esperé y esperé unos nueve minutos más o menos, hasta que las puertas de maderas dobles se abrieron. Los nervios se me subieron a la cabeza, un anciano vestido formalmente elegante me invitó a pasar, presente adentro me encontré con una mesa larguísima de madera color rojizo, dónde otra mujer anciana esperaba sentada detrás de ella.

Miré luego a mi costado y noté un escritorio pequeño en un rincón cerca de la ventana, allí se hallaba un hombre joven con anteojos de patas escribiendo en una máquina de escribir.
Volví la mirada al frente y observé como el hombre anciano daba la vuelta a la mesa larga y se dirigió a sentarse un tanto movimiento lento al lado de la compañera.

— Venga por favor, no temas... puedes sentarte. —Habló la mujer anciana, poniéndose los anteojos.

Sólo veía dos asientos frente a la mesa demasiado larga, sillas giratorias que se separaban de dos metros de distancias. ¿Y para que será la otra silla?

— No tienes que temer. —Me aseguró el anciano ni bien yo tomé asiento. - Srta. Shepherdson, sólo le haremos unas preguntas para no tener dudas...

— ¿Dudas de qué? —Pregunté, molestandome.

— Hace algún tiempo a tú padre le debíamos un favor. —Habló, la anciana interviniendo a su compañero antes de que admitiera palabras. - Guillermo Gallardo Shepherdson quiere lo mejor para vos. Y se aseguró de que fuera así.

— ¿De qué están hablando? —No entendía nada,y me estaban poniendo nerviosa.

Los dos ancianos se cruzaron miradas y luego regresaron sus ojos a mi dirección.

Pero yo agrege seria:

— ¿Pero quieres son ustedes?

— Antiguos fiscales. —Contestó nuevamente la anciana. - Ahora nos dedicamos a encargarnos de los papeleríos de los archivadores. Me disculpo, srta. Shepherdson por no presentarnos. Él es mi antiguo colega Bernardo López, yo soy Margarita Flores, y aquel joven que se encuentra por allá es Martínez, asistente y letrado.

— Mi profesor... me avisó que preguntara por... una carta o documento, algo así creo que... mi padre dejó a mi nombre.

— Es la carta que hemos poseído durante años, ¿de esa hablás? —Dijo el señor, Bernardo con mirada inocente y confusión.

Feroz. AullidosWhere stories live. Discover now