Un desastre llamado Valentina...

De GraceVdy

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Un escritor difícil y una editora novata, unidos por un libro que esconde un secreto, protagonizarán un inesp... Mais

Anuncio importante
Prólogo
Antes de leer
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce 🔞
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince 🔞
Capítulos Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve 🔞
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta y uno
Capítulo Treinta y dos
Capítulo Treinta y tres
Capítulo Treinta y cuarto (Parte I)
Capítulo Treinta y cuatro (Parte II)
Capítulo Treinta y Cinco
Capítulo Treinta y Seis
Capítulo Treinta y Siete
Capítulo Treinta y ocho
Capítulo Treinta y Nueve
Capítulo Cuarenta
Capítulo Extra

Capítulo Veintitrés

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De GraceVdy



El capítulo está extensoooo, pido perdón, intantaré que ya no estén tan largos.  De ante mano gracias por votar y comentar. Las voy a estar leyendo 😊 si comentan mucho vuelvo más rápido para actualizar. 

Sandra escuchaba con atención a la doctora que hablaba frente a nosotras, con una actitud tan diligente que tomaba apuntes como si se tratase de una clase. De los nervios y la timidez que expresaba antes de entrar al consultorio, parecía no quedar nada, se mostraba segura, curiosa y sobre todo dispuesta a saciar cada una de sus dudas.

Jazmín era el nombre de la amable mujer que nos atendía. Su cabello castaño oscuro caía por su pulcra bata blanca, aparentaba menos edad que mamá, pero en definitiva pasaba los cincuenta. Fue la doctora de cabecera de la señora Ángela, la mamá de Sandy, confiaba mucho en ella por eso acudimos a su consultorio.

—Tengo otra pregunta —dijo Sandy dejando su libreta púrpura a un lado—. ¿En caso de que me decida por las píldoras, en cuanto tiempo tendrían eficacia? Es decir ¿Cuánto tiempo tendría que esperar para tener sexo sin protección?

—Depende del momento que comiences a usarla, si lo haces con tu período...

Dejé de escuchar a la doctora para concentrarme en Sandra, no podía creer que estuviera actuando con tanta madurez, no cuando conocía bien la manera en la que se comportaba. Dos días atrás se había aparecido en mi oficina, se notaba tan nerviosa que tuve que llevarla a otro lado para que hablara conmigo. El sitio escogido fue la cafetería o la sala de juntas como Lau y yo solíamos llamarla. Después de largos titubeos y gestos que denotaban su temor, Sandra tomó valor para hablar al fin. El motivo de su visita era simple: estaba planeando tener sexo y necesitaba información antes de hacerlo, por ello, acudió a mí, no quería ir sola al ginecólogo por primera vez, quería apoyo y según sus palabras, era su única opción.

Era algo que no podía pedirle a Manu con quién se llevaba mejor, tampoco a una de sus amigas porque morían de vergüenza y de Constanza ni hablar. La única persona que le quedaba era yo. Y ahí estaba dos días después, a su lado, en una consulta ginecológica que se había extendido más de la cuenta, a causa de las preguntas.

Laura me escribió un mensaje que no había podido leer, me urgía saber de la reunión que tuvo temprano, con el corrector de la editorial. Santiago se estaba comportando imposible con su libro, convencerlo de ceder a los cambios propuesto por nuestro equipo parecía imposible.

La doctora se puso de pie y se alejó del escritorio, el ruido de su silla me hizo volver a ese sitio. Sandy respiró profundo y ladeó el rostro para verme, tras su máscara de seriedad había mucho nerviosismo.

—¿Estás segura que vas hacerlo?

—No, pero necesitaba estar informada —respondió pensativa—, de verdad quiero agradecerte que estés aquí. Sé que esto puede traerte problemas con Santiago y, aun así, corriste el riesgo.

Le sonreí sujetando sus manos a la vez. Sandra tenía razón, estaba corriendo riesgos con Santi, las cosas estaban bien entre los dos, las últimas cuatro semanas juntos habían sido muy buenas. Desde la última pelea las cosas se volvieron un poco más serias, era como si el vínculo entre ambos se hubiese fortalecido, aunque aún no fuese precisamente profundo.

Aunque era consciente de que estaba arriesgando nuestra naciente estabilidad, no pude negarme a acompañarla, fue fácil hacerlo al recordar lo que era tener su edad y ese montón de dudas que causaban temor.

—Anotaré el nombre de las píldoras, recuerda que lo más importante es que no olvides tomarlas —informó Jazmín al volver.

Sandy se despidió tantas veces de la doctora, que salir fue difícil, cuando abrí la puerta y la dejé pasar primero, noté como la tensión había desaparecido. Estaba sonriente, relajada, como si se hubiera quitado un peso de encima. Había dado unos cuantos pasos cuando se detuvo, volteó sin esa expresión de tranquilidad que tenía solo segundos antes, y se llevó las manos al pecho.

—Sandra, muévete. ¿Qué te pasa?

Sandy fue incapaz de hablar, levantó la mano y señaló justo al final del pasillo por dónde Santiago caminaba a peso lento, distraído con su teléfono.

—Es Santiago, nos descubrió. ¿Qué hace aquí? ¡Maldita sea! Valentina, reacciona, está a unos pasos

—Bajo la presión del momento recordé nuestra charla la noche anterior, acerca de los análisis físicos que debía hacerse como partes de los requerimientos del club previo a las competencias—¡Valen!

—Tranquila, yo me encargo —respondí intentando controlar mis propios nervios.

Mi novio se acercaba a pasos rápidos, llevaba su elegante saco colgado en el antebrazo y el ceño fruncido como de costumbre. Fijó la vista en las dos mostrándose muy confundido. Sandra en lugar de mantener la calma se escondió tras mi espalda. Sonreí al tenerlo de frente, como si nada pasara, con todo el gusto que me daba verlo.

—¡Santi!

—¿Qué haces aquí? —preguntó después del breve beso que depositó en mis labios—. ¿Me estaban buscando? —cuestionó con la mirada puesta en su hermana.

Tenía la excusa perfecta, estaba a punto de decirla, pero la puerta del consultorio del que acabábamos de salir fue abierta. Cerré los ojos al escuchar unos tacones acercarse, y contuve el aire cuando oí la voz de la doctora.

—Dejaste la receta de las píldoras.

—Gracias —respondí, arrebatándole el papel de las manos, antes que se lo diera a Sandra —. Soy tan distraída.

La doctora se fue después de sonreírnos y de habernos metido en semejante problema. El agarre de Sandy sobre mi brazo se hizo fuerte, la vi y me señaló con los labios a Santiago, que hacía el intento de leer la receta.

—¿Eso es tuyo? —apuntó el papel —¿Estaban dentro del consultorio?

Su rostro estaba cada vez más serio y mi lengua más entumid. No podía responder porque no dejaba de preguntar.

—Valentina —susurró Sandy casi llorando tras mi espalda.

—Si, es mío —dije al fin—. Lo dejé olvidado, estaba con la doctora, Sandy me acompañaba.

Sentí como Sandra respiró al fin, sin embargo, mi alivio no llegaba. Santiago extendió la mano pidiéndome la receta, con una mirada autoritaria resplandeciendo en sus ojos.

—¿Estás enferma?

Solté el papel sin querer hacerlo, presa del temor. Santi se ajustó los lentes y frunció aún más el ceño. Los dedos de Sandy se enterraban en mi piel, aumentando la sensación de temor que me invadía.

—¿Píldoras anticonceptivas?

Al oír esa pregunta y no un reclamo por el nombre de Sandra que se leía en la receta suspiré. Las manos me temblaban, mi cuerpo entero lo hacía.

—Sí, píldoras.

—¿Vienes por píldoras con mi hermana?

—¡No! No es así —titubeé—, tuve que venir al médico y le pedí que me acompañara. Santi, creo que debemos tener esta conversación en otro momento.

Estábamos en medio de un pasillo concurrido, era un centro médico de distintas especialidades, había pacientes esperando ser atendidos muy cerca de nosotros.

Con una expresión que no pude descifrar, asintió. Levantó el brazo mostrándome el camino hacia el elevador, pese a la tensión di pasos tímidos con Sandra sujeta de mi mano. Santiago la miraba fijamente, estaba siendo demasiado evidente, se notaba temerosa, callada y aferrada a mí.

—¿Te hicieron los análisis? —pregunté, mientras esperaba el ascensor.

—¿Por qué tuviste que venir? ¿Qué pasó?

Sandra apretó mi mano, él lo notó. Estaba segura que no iba a salir fácil de esa. Santi era listo, intuitivo y me sabía leer demasiado bien. La desesperación obligó a mi cerebro a fabricar una rápida mentira que no tardó en salir de mis labios.

—Tuve un retraso, me puse un poco nerviosa y decidí venir al médico. Le pedí a Sandy que me acompañara y eso hacemos aquí —respondí tan rápido que dudé que me hubiera entendido.

El elevador se abrió y entramos los tres al mismo tiempo, casi tropezando.

—¿Un retraso? —preguntó, estaba pálido—. Creo que cancelaré el electrocardiograma que Jorge quería que me hiciera, si no sufrí un infarto en este momento, supongo que mi corazón este bien —agregó después de verme asentir.

Contuve la carcajada que se me atravesó en la garganta, después de escucharlo, Sandy no fue tan prudente, se reía apoyando el rostro en mi brazo.

—¿Pero ¿cómo, si tú y yo...?

Se quedó callado al ser consciente de la presencia de su hermana, que aún no dejaba de ver de forma extraña.

—Los condones se rompen —habló Sandy al fin—. Eso fue lo que dijo la doctora, pero no está embarazada no te preocupes, si lo estuviera no estaría aquí la habría lanzado por las escaleras por haberse embarazado, no quiero sobrinos, no me gustan los niños. Por eso prefiero a Manu él no puede embarazarse.

Aprovechando que Santiago nos daba la espalda, le torcí los ojos a la misma vez que movía el brazo para alejarme de ella.

—Tengo que actuar con normalidad, se va a dar cuenta —susurró a mi oído—. Eres mi cuñada favorita.

—¡Sandra, deja de ser tan agresiva! ¿Por qué no me lo dijiste? Ayer hablamos en la noche —reclamó dirigiéndose a mí.

—No quería preocuparte, estás estresado con lo del nuevo centro comercial. Tampoco era para tanto, solo tenía unos días de retraso.

—Se lo dijiste a mi hermanita.

—No quería ver al médico sola y Manuel que es mi único amigo no era una opción.

—Valentina, tú no te comunicas, te lo he dicho tantas veces y no le tomas importancia al asunto, esto era algo que yo debía saber...

Tuve que soportar un largo sermón que prosiguió hasta que salimos de ese sitio, había pasado del susto al enojo en cuestión de minutos. Su interminable regaño acabó hasta que llegamos al estacionamiento y se reunió con su chófer. Raúl se encargaría de llevar el carro de Sandra, en el que habíamos llegado, hasta su casa, y don enojado nos llevaría a nosotras.

—¿Puedes cambiar esa cara? —pedí tras subir al carro—. Haces que me sienta muy mal, prometo no volver a callarme algo así.

—Solo deja que me pase el susto.

Abrió una botella y se tomó toda el agua de golpe. En cuanto terminó con poco tacto sacó la corbata de su cuello, ajustó el cinturón de seguridad para después encender el auto. Ninguno de los tres dijo algo de nuevo. Sandra se encontraba pensativa, yo preocupada por mi mentira, y él parecía furioso. Entró al estacionamiento de una farmacia, se estacionó aún en silencio y solo extendiendo la mano, pidiendo la receta que sostenía.

—Compra dos cajas —dijo Sandy—. La doctora dijo que era mejor que las tuviera así, siempre listo el repuesto cuando se acabe la primera —agregó, al ver la forma en la que la miraba su hermano.

La tensión desapareció con el ruido del portazo que acertó Santi al salir.

—Tenemos demasiada mala suerte. Valen, lo siento, no sé cómo arreglar esto, no quería meterte en problemas.

—No puedes arreglar nada, pero vamos hacer un trato tú y yo.

—¿Trato?

—Sí —respondí quitándome el cinturón para voltear hacia atrás—. Cuando Santi quiera quedarse conmigo, no llamarás haciendo tus dramas, tampoco le enviarás mensajes.

—Valentina, estás abusando.

—Le acabo de decir a tu hermano que creí estar embarazada. Estoy en graves problemas por cubrirte ¿Y estoy abusando?

—Eras mi cuñada favorita —murmuró.

Nuestra conversación se dio por terminada cuando Santi volvió al auto, puse atrás la bolsa de la farmacia a propósito, para que Sandra tomara sus píldoras. Condujo directo a una cafetería que estaba en una zona comercial de la ciudad, ahí esperaban a Sandra sus amigos. Y a mí me llevó hasta la editorial donde lo único que me esperaba era trabajo.

—¿Quieres que envíe a Raúl por ti o prefieres que llegue yo por ti a tu departamento?

—¿Ah, es que sigue en pie lo de la cena? Pensé que los planes habían cambiado —solté irónica.

Esa noche teníamos la cena con mamá que tanto habíamos pospuesto. Valeria estaba tan emocionada con la boda de mi hermana, que me había dejado plantada varias veces por estar ocupada en los preparativos.

—No deberías juntarte con Sandra, estás comportándote igual a ella —suspiró, después de apagar el motor—. Valentina, promete que intentarás hablar más conmigo, siempre te guardas cosas, lo he notado y respetado, es tu forma de ser, pero esto era información importante, en lugar de llamar a Sandy debiste llamarme a mí. El problema era de ambos, no solo tuyo.

—Lo siento, no quería preocuparte.

—Pero es que debías preocuparme, no callártelo. La magnitud de esto... —verlo respirar hondo me sentó mal, el pobre aún estaba asustado—. Si algo así vuelve a ocurrir quiero ser la primera persona en saberlo. ¿Está bien?

—Lo prometo, no volveré a hacerlo.

—Sandra es más lista que nosotros, pudo haber ofrecido a acompañarte para escuchar información que le interesa ¿Le hizo preguntas a la doctora?

—No, estuvo callada todo el tiempo —mentí descaradamente.

—Nos vemos en la noche.

Nos despedimos con un corto beso, en el que seguí percibiendo su enojo, no me arrepentía de haber ayudado a Sandy, pero esperaba que al menos hubiera valido la pena.

Las cosas en la editorial se encontraban complicadas, haber hecho bien mi trabajo provocaba que Rodrigo me confiara más responsabilidades. Anita sonrió con falsedad cuando pasé a su lado, me apuntó el reloj y alzó las cejas al verme encoger los hombros. Estar dando buenos resultados al menos me permitía llegar tarde, no tenían nada que reclamarme.

La edición de Eva no era todo lo que tenía encima. La firma que organicé un mes atrás, había sido un éxito, por ello estaba de nuevo trabajando en un nuevo evento, una expo de literatura en la que iban a participar cuatro de nuestros autores.

Mientras Lau estudiaba para su examen, en un rincón de mi oficina, me encargaba de hacer el presupuesto que íbamos a necesitar para movilizar a los autores. Estaba tan concentrada en la pantalla de mi computadora, que no me di cuenta en el momento en el que salió Laura. Al percatarme que se me estaba haciendo tarde, dejé todo para poder prepararme a tiempo, no quería empeorar las cosas con Santi, hacerlo esperar sería un error que no iba a cometer.

Mientras me maquillaba me atormentaba pensando en cómo podrían salir las cosas con mamá. Con papá el almuerzo que compartimos fue peculiar, un tanto incómodo al principio por sus bromas, sin embargo, luego hubo una conversación fluida y un ambiente agradable. Lamentablemente, Valeria era complicada, por eso temía que esa cena fuese un desastre.

Mi teléfono sonó cuando me probaba otro vestido. ¡Santiago y su maldita puntualidad que siempre me hacía quedar mal! Salí de mi departamento con los zapatos en las manos apresurada por las insistentes llamadas de Santi. Me puse los tacones en el elevador, imaginando su cara de pocos amigos, puesto tenía ocho minutos de retraso, para él eso era más de lo que podía esperar.

Salí manteniendo una fingida calma, y sonreí al verlo, poco a poco la expresión de enojo en su rostro cambió. La sonrisa no tardó en aparecer en sus labios después de mirarme de la forma tan intimidante propia de él. Parecía más animado, notablemente menos tenso, aunque me daba la impresión que seguía molesto. Preferí no tocar el tema del supuesto retraso, evité el asunto hablando sin parar del restaurante que mi madre había elegido para cenar.

Cuando llegamos las cosas entre los dos se sentían menos incómodas y más naturales. Me ofreció su mano después de besar mi mejilla, sonreír era tan fácil con detalles así simples. El anfitrión nos guio hasta la mesa donde ya nos esperaba mamá. La cara de Valeria al ver al hombre que llevaba al lado, no pudo ser más obvia, se levantó de la silla con una sonrisa enorme en los labios.

—Valen, mi amor, mi princesa —me abrazó eufórica—. ¿De dónde sacaste un hombre así? —susurró a mi oído.

Quise pellizcarla para que cerrara la boca, estaba alimentando el ego de Santiago que por esa sonrisita que se dibujaba en sus labios, deduje que la había escuchado. Sentía no conocer a la mujer que tenía sentada frente a mí en esa mesa, desbordaba simpatía, tan amable y encantadora que parecía ser otra, estaba fascinada con Santiago, los ojos le brillaron cuando él comenzó a hablar de su tema favorito: trabajo.

—¿Por qué no me habías dicho que tenías un novio así? —preguntó, en voz baja cuando Santi se alejó para responder una llamada—. ¡Dios mío! Es elegante, guapísimo.

—Creo que porque me dijiste que seguro me engañaba con otra y por eso faltó a la cena.

—Y si la tiene lo perdonas. La suerte no va a tocar tu puerta dos veces, cuando le cuente a tu hermana no lo va a poder creer.

—Ay, no mamá, no hagas un circo de esto. Ya imagino a Vanessa queriendo conocerlo, olvídalo y compórtate.

—Lo llevaste primero con tu papá ¿No te importa darle una buena impresión?

—¡Mamá!

Solo cubrí mi rostro deseando que todo terminara rápido, mantener la compostura me resultaba difícil. Cuando mi novio volvió a la mesa intenté relajarme, tuvieron que pasar varios minutos para que sucediera. Santi estaba más encantador esa noche, hasta que nos vimos a los ojos entendí que, intentaba que yo no me sintiera tan incómoda como me mostraba.

—Deberíamos hacernos una foto juntos.

Era una pésima idea, sin embargo, no pude negarme a su petición. Santiago se encargó de pedirle al mesero que capturara aquel momento amargo en el que sonreí solo porque lo tenía abrazándome.

—Envíale la foto que nos acabamos de tomar a tu hermana —pidió cuando caminábamos hacia la salida.

Tomé su teléfono y la borré, para luego fingir que si la había enviado. Valeria y la tecnología no se llevaban muy bien, estaba segura que no iba a ser descubierta. Se despidió de manera afectuosa, repitiéndole a Santi el gusto que le había dado conocerlo, me hizo prometer que iría a verla a su casa y finalmente subió a su auto.

El camino de regreso a mi departamento me pareció más corto que de costumbre. Las calles estaban semi vacías a causa de la suave brisa que caía aquella noche, bostecé como acto reflejo después de ver a Santi, estaba cansado, su día había comenzado demasiado temprano.

—¿Subirás conmigo? —pregunté cuando detuvo el auto.

—Me encantaría, pero tengo miedo de quedarme dormido. Le prometí a Sandy llegar a dormir a casa, no sé cómo lo hace, fastidia tanto que termino accediendo a lo que pide.

—Por ella no te preocupes, no se enojará contigo si no cumples tu promesa, tiene planes con sus amigas.

Fue fácil convencerlo, le escribí un mensaje a Sandy apenas cerré la puerta del carro, necesitaba recordarle nuestro trato.

—He tenido un día demasiado largo —murmuró caminando a mi lado—. Con la sorpresa que me llevé en el consultorio y la pelea entre papá y Sebastián, tuve suficiente para una semana.

—De verdad lo siento, solo no quise preocuparte. Prometí no volver a callarme algo así, quita esa cara —pedí casi arrepentida de haber ayudado a Sandy.

—¿Como terminó todo lo de tu retraso? —cuestionó tenso.

—Ya no existe, debieron ser los nervios. Estoy menstruando.

Detuvo sus pasos repentinamente obligándome a imitarlo.

—Creo que cambié de idea, no me quedaré esta noche.

—Que horrible tu sentido del humor —lo empujé al escuchar su carcajada, solo había dado unos cuantos pasos cuando ya lo tenía justo tras de mí, abrazándome por la espalda.

Estaba acostumbrada al calor que me proporcionaba su cuerpo, disfrutaba demasiado de esas pequeñas muestras de afectos que, aunque eran constantes no dejaban de estremecerme. Sandy llamó en el justo momento que nos dábamos un beso en medio del pasillo. Mi novio se disculpó con un gesto antes de darme la espalda para responder, aproveché ese momento a solas para revisar mi teléfono, tenía curiosidad de la respuesta de Sandy después del mensaje que envié.

Los mensajes de Manu, no me dejaron leer el resto. Me recordaba la misión que me había encomendado unos días atrás él y su novio. Los hermanos Sada me habían tomado como una especie de intermediaria, entre sus peticiones y la aprobación de Santiago.

—Sandra me llamó para decirme buenas noches —dijo con un ligero tono de asombro—, creo que ya está madurando, le dije que me iba a quedar contigo y nos deseó dulces sueños.

Me sentí algo culpable por mentirle, aunque me parecía chistoso que un tipo tan listo como él, cayera en los dramas de su hermanita. La confianza que emergía a pasos rápidos entre los dos, era mutua, apenas cruzamos la puerta de mi departamento, comenzó a quitarse la ropa, verlo medio desnudo me dificultaba un poco enfocar mis energías en la petición de Sebas y Manu, tuve que distraerme con una taza de café, antes de acercarme a él.

—¿Valen, lo terminaste? —gritó como si estuviéramos lejos.

Asentí, viéndolo sin parpadear, siendo obvia con toda claridad. Me mostraba el libro que me había regalado tiempo atrás, dijo algo, pero no pude escucharlo con claridad. La imagen de él recostado en mi cama sin camisa, atrajo toda mi atención. Polly fue la única capaz de sacarme de esa burbuja, saltó a la cama en busca de las caricias de Santi que tanto le gustaban, y que no tardaron en llegar.

—¿Ya pensaste en lo del fin de semana?

Fui directo al grano, sin saber cómo tocar ese tema, asintió sin quitarle su total atención a Polly que ronroneaba sin parar.

—¿Qué decidiste?

—No iré, tengo muchas cosas pendientes y, no estoy muy a favor en hacer cosas a la espalda de mi papá, cuando se entere de la "reunión" de Sebastián, se va armar otra pelea entre los dos.

—¿No podrías dejar tus cosas pendientes para después? Es fin de semana y el cumpleaños de tu hermano.

—Lo invitaré a cenar cuando regrese —respondió sin mucho ánimo.

Me encerré en el baño para enviarle un mensaje a Manuel, me hacía sentir mal no poder ayudarle a mi amigo, pero no tenía idea de cómo convencer a Santi. Sebastián quería tener un fin de semana con Manu y un par de amigos en la casa de campo de su familia, había incluido en sus planes a Santiago, sin contar que declinaría la invitación.

Manu: Solo pídeselo.

Decía el mensaje que recibí de Manuel. Cuando salí del baño Santi tenía un libro rojo en las manos, me sonrió palmeando el colchón, invitándome a recostarme a su lado.

—Sandy irá con Sebas, incluso invitó a sus mejores amigas —comenté sin darme por vencida.

—Ni siquiera es seguro que papá viaje en esos días y ellos ya trazaron sus planes.

—Santi, es tu hermano. ¡Es su cumpleaños!

—Puede celebrarlo como lo hace siempre, con sus fiestas fuera de control y lejos de casa.

—Quiere algo más tranquilo —le expliqué, estaba buscando otro argumento válido con el cual seguir insistiendo, pero sus brazos atrayéndome hacia su cuerpo y sus labios buscando los míos, bloquearon mi mente.

Con una mano aferrada a mi cintura, y la otra en mi cuello, me besaba con una mesura poco común entre nosotros, sentí incluso que fue dulce, cuando frotó su nariz con la mía, sonrió viéndome a los ojos y fue entonces que descubrí que Santi había cambiado su forma de mirarme. En la calidez del momento encontré el valor para hablar.

—Me gustaría ir y pasar un fin de semana contigo, lejos de tu novia y tu amante.

La sonrisa se convirtió en risa al oírme, me abrazó y besó mi pelo tan divertido como si yo hubiera hecho una broma. En realidad, si sentía que el Prime era su novia, y el ciclismo su amante.

—Iremos entonces, pero tendré que trabajar más en estos días.

—¿Así de fácil? —susurré incrédula.

—Eres la única que no se da cuenta que hago todo lo que me pidas.

—¿Debería sentirme especial? —cuestioné en tono de broma.

—La más especial —respondió con una seriedad que hizo de aquel momento más intimidante.

***

—¿Ya te dije que estás muy guapa hoy?

Santiago había amanecido muy simpático esa mañana, hacerme sonrojar parecía ser su propósito. Su mano se deslizó desde mi rodilla hasta la cara interna de mis muslos.

—¡Santi, basta! —grité al mismo tiempo que cerraba las piernas— ¿Qué tenía tu café? Estás insoportable.

Me estaba quejando falsamente, en realidad me sacaba sonrisas verlo así tan juguetón, y chistoso. Retiró la mano de mi pierna cuando le apunté el camino despejado. Llevábamos tres horas dentro del

Jeep blanco que utilizaba únicamente para ese tipo de viajes, a pesar de que no salimos a la hora acordada, estaba de un humor esplendido. Ni siquiera se molestó con sus hermanos por no esperarnos, para que viajáramos todo juntos.

—¿Crees que Polly se sienta tranquila en tu casa? Tengo miedo de que escape o algo así.

—Constanza prometió cuidarla, confía en ella.

—¿Por qué estás tan contento hoy?

Ladeó el rostro y me apuntó acelerando mi corazón casi de inmediato. Quise creer que verme lo ponía de buen humor. Habían sido días largos, llenos de trabajo y nada de tiempo juntos, pensé que por eso lo encontraba más atractivo esa mañana, con su sonrisa a flor de piel, sus brazos descubiertos y esos lentes de sol que le daban un aspecto de chico malo que me encantaba.

—¿Puedo darte un beso, Valen? —Despegué la vista del camino para verlo a él, conocía esa sonrisita maliciosa pintada en sus labios. Asentí esperando que soltara un comentario con doble sentido, como lo hacía siempre que me pedía un beso, pero no lo hizo, acerco su rostro al mío y besó mi frente rápidamente—. ¿Por qué me ves así? ¿Esperabas otra cosa?

Golpeé suavemente con el puño su hombro, al verlo reírse de mí. Estuve a punto de decirle cuanto había extrañado verlo reírse así, pero tontamente no quería mostrarme tan obvia frente a él. Me distraje viendo el camino, sorprendiéndome con la amplitud de la propiedad a la que estábamos entrando, las bardas de madera pintadas de blanco cercaban más terreno del que podía apreciar desde el asiento del copiloto. Los frondosos árboles al lado del camino de entrada, limitaban la visibilidad de toda la extensión del lugar.

Santiago me apuntó a Sandy que movía los brazos, sonriente, desde el porche que precedía la inmensa casa. La casa de campo de la que tanto me habló Manuel resultó ser más espectacular de lo que imaginé. De repente un chico alto y de cabello oscuro se acercó a Sandy por la espalda, susurró algo y la guio hasta el interior de la casa.

El buen humor de Santi despareció al instante, apagó el auto y apoyó la cabeza en el manubrio murmurando frases que no entendí.

—¿Qué hace ese tipo aquí? ¿Como Sebastián permitió que Sandra lo invitará?

Entendí que el "tipo" era Fernando, el chico que, según Santiago, quería acostarse con su hermana, y no estaba tan equivocado.

—No tengo idea pero que su presencia no cambie tu humor, seguro Sebastián tomó precauciones, es igual de posesivo que tú con Sandy.

Negó una y otra vez, hasta que vio algo que llamó su atención. Manuel y Sebas caminaban tomados de la mano por el césped verde.

—Si papá se entera de esto, si alguien le dice lo que está pasando aquí, se va a infartar.

—No se va a enterar. ¿Podemos bajar?

—Sebastián no se mide, conoce a Papá, sabe lo que piensa respecto a su relación con Manuel y lo trae a dormir aquí.

—¿Tiene algo de malo que duerma con su novio en esta casa?

—No, Valentina, sabes que no pienso así, pero papá es diferente. Esto es como una falta de respeto para él.

—Es igual que yo me quedé contigo. ¿También es una falta de respeto para él que yo duerma contigo aquí? —enfaticé—, olvida a tu papá y disfrutemos de un fin de semana tranquilos.

—Estoy siendo desleal —murmuró cabizbajo.

—Estás siendo leal con tu hermano, que es lo justo. Santi, tu papá no está actuando bien.

—Lo sé, Valen, pero no me entenderías. Le debo mucho, confía en mí y... Tienes razón —dijo segundos después.

La fachada rústica de la casa me pareció lo más bonito, hasta que cruzamos la puerta y vi el interior. Era simplemente hermosa, con acabados similares a la fachada y una decoración tan cálida propia de una casa de descanso.

Santi apretó mi cintura para llamar mi atención, me señaló con la barbilla la amplia escalera de madera que llevaba a la segunda planta. Mientras subíamos me informó que nos quedaríamos en su cuarto, que era la habitación principal de la casa. Me explicó que, sus padres se lo habían cedido a él desde que era un adolescente, simplemente porque era él que más tiempo pasaba en esa residencia.

—Me encanta —aseguré al salir al balcón—, deberíamos quedarnos una semana. Santi —le llamé al verlo con los brazos cruzados y el rostro serio.

—Podemos volver en otra ocasión, pero quedarnos por más días ahora es imposible.

—Solo era una broma, cambia esa cara en serio.

—¿Dónde se quedará Sandra? Voy a encerrar con seguro por la noche y dormiré con la llave bajo mi almohada.

Lo llamé con un sutil movimiento de manos que lo atrajo rápido hacia mí, rodeé su cuello con mis brazos para acortar cualquier distancia entre nosotros. Lo insté a besarme y así lo hizo, con la pasión reprimida por los días alejados y aquella necesidad siempre tan perceptible en ambos.

Después de dejar nuestras cosas en el cuarto, bajamos para saludar a sus hermanos. La tensión fue palpable cuando apretó la mano de Fernando, tensión que sólo se disipó cuando Sebastián alejó a Santiago para hablar a solas con él.

Estaba entretenida escuchando la conversación de Sandy y sus amigas cuando Manu se sentó a mi lado, besé su mejilla tenía días de no verlo tan seguido como antes.

—Lo lograste —susurró viendo a Santi.

—Pero me costó trabajo.

—Valen, jamás habríamos podido convencer a Santiago de venir si no fuera por ti. Sebastián dice que debe sentirse sucio traicionando a Saúl.

—Supongo que le cuesta trabajo llevarle la contraria —respondí, siguiendo con la vista a los dos amigos de Sebas que había invitado.

—Estoy seguro que así es, ha cambiado tanto, es otro sujeto gracias a ti.

Hice un gesto de exageración, que hizo reír a mi amigo, me oponía a creer esa afirmación, aunque contradictoriamente deseaba que aquello fuera cierto. Quería tener el poder para lograr un cambio positivo en Santi, aunque no lo aceptara en voz alta ni para mí.

Después de esa charla con Sebas, noté a Santiago más tranquilo, insistía en llevarme a dar una vuelta por el sitio, ignorando mi petición de dormir un poco. Al final terminó ganando y convenciéndome incluso hasta de cambiarme mi bonito y ligero vestido veraniego por algo más cómodo para caminar largas distancias.

—¿Por qué no invitamos al resto?

—Porque quiero estar solo contigo —contestó despreocupado—. No quiero ponerme de mal humor viendo al tal Fernando ese detrás de mi hermana, y tampoco se me apetece compartir con los amigos de Sebastián.

—Eres tan asocial.

—Por eso nos llevamos bien —afirmó con una sonrisa pícara al mismo tiempo que tomaba mi mano.

A medio camino dos hombres que trabajaban en el lugar salieron a nuestro encuentro, me detuve al ver las bicicletas que empujaban despacio, y negué mirando a Santiago.

—Dijimos dos días libres de tus adicciones.

—Tendría que alejarme también de ti entonces.

Idiotizada por sus coqueteos acepté con facilidad la bicicleta que me ofrecían, al ver su sonrisa diabólica pensé que los jueguitos mentales estaban de vuelta. No sabía si quería intimidarme, o verdaderamente pensaba en mi como una adicción.

—Tengo años de no subir a una.

—Lo que bien se aprende nunca se olvida, solo asegúrate de sostener bien el manubrio, si te cansas yo te llevo.

—Obvio no me voy a cansar —repliqué al instante, caí en su juego, me estaba retando y sin insistir mucho había aceptado.

Subí con dudas y pedaleé despacio para no cansarme tan rápido, a pesar de eso sentía que el aire me faltaba tras largos metros recorridos; en cambio, Santi luciendo tan fresco como una lechuga, me mostraba los límites de la propiedad. Fueron más de treinta minutos pedaleando, con varios descansos que lo obligué a tomar. Solo sentí alivio al ver de nuevo la casa, no estábamos tan lejos, aunque a mí me parecía que sí.

—¿Una carrera hasta la casa? —propuso deteniendo la bicicleta.

—Una carrera entre los dos no sería justa, simplemente porque tú eres profesional en este asunto.

—Te daré ventaja —ofreció sonriente—, mucha ventaja, lo prometo.

—Paso.

—¿Tienes miedo de perder? —me provocó.

—Obvio no.

—Si ganas te dejaré tomar el control absoluto de lo que pase en nuestro cuarto esta noche.

La propuesta hecha con ese tonito de voz sugerente, que me provocaba apretar las piernas, si me interesó. Una de las tantas cosas que había aprendido de Santi era lo del asunto del control, nunca lo tenía del todo yo, incluso desnuda sobre él, guiaba la forma en la que me movía. Le encantaba llevar las riendas todo el tiempo, hacerlo ceder era difícil, y aunque me gustaba mucho su ritmo, hacer las cosas de vez en cuando al mío, me parecía apetecible.

—¿Totalmente el control? —cuestione incrédula.

—Puedes amarrarme las manos si quieres.

—Me gusta tu imaginación divertida —respondí alzando una ceja—. Acepto, pero me tendrás que dar mucha ventaja.

—Saldré cuando estés a tres metros de la casa. Eso es mucha ventaja.

—¿Tienes sogas allá arriba? Con que se supone que ataré tus manos —me burlé.

—Me gusta tu seguridad, pero te recuerdo que si yo gano también tengo derecho a un premio.

—¿Cuál? —pregunté con la boca seca, esa sonrisa en sus labios me ponía ansiosa.

—Ya lo verás. ¿Aceptas mi reto?

—Hecho.

Respiré hondo y me acomodé mucho mejor en el asiento. Santiago me indicó cuando salir y puse todo de mi parte para agilizar mis piernas. Jamás había pedaleado tan rápido, miraba la casa tan cerca que sentía estar a punto de ganar, quería ver hacia atrás, sin embargo, tenía miedo de caerme, además, estaba casi segura que Santiago no me iba a alcanzar. Moría de sed, no obstante, no podía bajar el ritmo, continúe pedaleando cada vez más próxima a llegar. La victoria era mía, tuve esa certeza hasta que percibí como pasó a mi lado, en cuestión de segundos Santiago me rebasó y hasta me esperó ya abajo de su bicicleta.

—¿Estás lista para mí, preciosa?

—Santi —repliqué agitada—, cuando sonríes así, no sé que está pasando por tu cabeza.

La expectativa con respecto a lo que pasaría en la noche, no me dejó relajarme por el resto del día. Que Santi desapareciera para buscar algo en el pueblo más cercano, tampoco ayudó con mi situación. Aunque regresó a tiempo para prepararse para la cena, me sentía nerviosa por los planes que tejió para ambos.

Bajamos juntos y tomados de la mano para cenar con todos como Sebas lo había pedido. Santiago aprovechó cada oportunidad para jugar con mi mente, con sus típicos coqueteos que estaban siendo más audaces, con las miradas lujuriosas que me ofrecía sin que nadie se diera cuenta. Ajena a todo lo que me rodeaba hasta el apetito se me había cerrado.

Por otro lado, Sandy reía sonrojada con Fernando, Manu y Sebastián hablaban con sus amigos de sus planes de alcohol después de la cena, y Santiago tocaba mis piernas descaradamente bajo la mesa.

Cerré ambas al percibir el calor de la palma de sus manos en medio de mis muslos, negué viéndolo directamente a los ojos, no podía hacerme eso, ponerme así de caliente frente a todas esas personas. Simuló decir algo a mi oído solo para aprovechar la situación y dejar un beso en mi cuello, corto pero cargado de una intensidad que me puso los vellos de punta.

Con una leve presión en uno de mis muslos me instó a abrirlos, negué de nuevo como si fuese capaz de no caer en la tentación de sus manos tocándome a su antojo. Segundos después mi cuerpo dio un pequeño salto sobre la silla al sentir como arrastraba los dedos hasta colarlos dentro de mi ropa interior.

Haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad, lo obligué a sacar la mano de mi falda. Sandra y su risa descontrolada provocaron que apartase la atención de mí por un momento, sentí alivio, pero no por mucho tiempo al notar la forma tan confrontativa con la que miraba a Fernando.

Después de cenar todos salieron al jardín para tomar algo al aire libre y relajarse un poco, todos menos nosotros. No nos importó ser obvios y escaparnos a la habitación en la primera oportunidad que se nos presentó.

No había sido consciente de lo excitada que estaba, hasta que Santiago me acorraló en el pasillo, a pocos pasos de la puerta. Tenía la respiración acelerada mientras lo observaba a escasos centímetros de distancia. Nuestros labios no tardaron en unirse en un beso descontrolado. Me encontraba ardiendo, pude percibir la humedad escurrirse incluso por mis muslos mientras él presionaba su cuerpo con ahínco contra el mío. Sonrió con satisfacción al oírme gemir cuando sus manos comenzaron a masajear mis pechos. Santi lo había hecho de nuevo, estimuló tanto a mi mente con sus coqueteos que la hipersensibilidad era la consecuencia.

—Lo que más me gusta de ganar es la recompensa —afirmó contra mis labios, su aliento rozó mi piel y en respuesta me ericé—. Entra al cuarto y quítate la ropa, Valen.

—No, espera.

—Ahora, Valen.

Pese a mi nerviosismo hice lo que me pidió. Caminé hasta la puerta, ignorando las punzadas entre mis piernas, podía sentir la ropa interior pesada por la necesidad de esa zona que ansiaba con ser tocada. Tras quitarme los zapatos, me deshice de la falda, proseguí desatando el nudo en mi espalda para sacarme la camisa que cayó al piso en un susurro. La antelación del momento mantuvo mi estómago tenso, mientras me desnudaba, miraba cada cierto tiempo la puerta entreabierta, aguardando que Santiago la cruzara.

Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al sentirme expuesta, me encontraba desnuda en medio de la estancia con el corazón a punto de salirse de mi pecho. Solo un par de segundos después, el ruido de unos pasos pesados me llevó a sobresaltarme. Santi se adentró a la habitación, cerrando la puerta tras él.

—No sé lo que está pasando por tu mente sucia, pero.

—No hay peros, tú perdiste, yo puedo hacer lo que quiera.

Me resultó sumamente intimidante tenerlo frente a frente. Santiago estaba completamente vestido, observándome de pies a cabeza. Estaba a punto de protestar por aquello, sin embargo, verlo sacar lo que parecía un pequeño empaque de caramelos, captó toda mi atención.

—¿Por qué saliste? ¿Qué estabas buscando?

—Nos compré algo.

No comprendí lo que dijo hasta que me mostró los Halls negros que sostenía en la mano derecha. Fruncí el ceño al verlo rasgar el empaque, con absoluta paciencia y sobre todo mucha diversión por mi reacción. No tenía idea de lo que quería hacer con ellos.

—¿Caramelos de menta?

En lugar de acabar con mis dudas su brazo cercó mi cintura y me atrajo hacia él en un movimiento tan firme, que reboté contra su pecho. Mis curvas suaves aplastándose sobre su cuerpo firme, bajó la cabeza y me comió la boca con poca delicadeza, acariciándome con su lengua, tan lentamente que mis pechos se pusieron en punta por la excitación.

Me vi obligada a caminar hacia atrás cuando comenzó a moverse, aferrada a su cuello me esforcé por no romper el contacto exquisito de nuestras bocas, hasta que Santi me empujó suavemente sobre la cama. Le miré sin ocultar mi curiosidad, con el peso de mi cuerpo apoyado sobre mis codos, mientras él se quitaba la camisa con un rápido movimiento.

—¿Necesitaré sogas para que dejes quietas tus manos?

—Depende, ¿qué vas a hacerme?

—Valen, si tengo las sogas que te ofrecí para atarme.

—Las dejaré quietas —le prometí con prisa.

No entendía el porqué, pero verlo meterse un simple caramelo a la boca me pareció excitante. Su cuerpo cubrió el mío en un movimiento que me tomó desprevenida, en lugar de besarme los labios como esperé, apoyó los labios en mi cuello, causándome una sobre exaltación irrefrenable, al percibir el cambio de temperatura en mi piel a causa de su aliento ahora heladísimo.

Pase de cien a mil en segundos, con algo tan simple como el pase de su lengua por la curva de mi cuello, la caricia húmeda y pesada envío vibraciones a mis partes más sensibles. Fue excitante sentirlo sobre mí, casi vestido por completo y lamiéndome con habilidad. Mi necesidad de tocarlo me llevó a pasar las manos por sus brazos desnudos, mientras su lengua avanzaba hasta llegar al valle de mis pechos. Jadeé desesperada por el escalofrió delicioso que desembocó entre mis muslos, quería continuara besándome y justo Santi hizo lo contrario. Se reincorporó, hasta quedar de rodillas entre mis piernas sobre el colchón, haciéndome sentir insegura por su mirada.

—No te cubras, Valentina —pidió, en cuanto notó mi intención de tomar la sábana—. Es como un castigo que me prives de verte.

Encontraba estimulante escuchar su voz en ese tipo de momentos, se sentía como una caricia intima y sensual que aumentaba la excitación a la que me veía sujeta con él. El ruido del empaque de otro caramelo llenó el repentino silencio. Santiago se lo metió a la boca de nuevo, y sin mediar otra palabra, se inclinó, encerrando uno de mis pezones entre sus labios. La sensación fue tan intensa que me deshice en segundos. Gemí, gemí alto y claro, en respuesta a todo lo que estaba sintiendo. La humedad se había concentrado entre mis piernas, por la satisfacción que encontré en aquella caricia.

De manera natural Santiago deslizó su cuerpo, besándome apenas superficialmente mi piel en el proceso. Alargué los brazos para poder seguir tocándolo, sabía lo que venía, sin embargo, no esperé la descarga de placer apabullante que experimenté en cuanto Santiago rozó el caramelo helado sobre mis pliegues.

Me envolvió una satisfacción intensa al sentir su boca sobre esa zona caliente. Su aliento chocaba con la humedad que desbordaba mientras me besaba ahora con un nuevo caramelo entre los labios. Y como la idiota que era de vez en cuando, hasta ese momento comprendí que eran ellos los causantes de aquella deliciosa sensación que me recorría de pies a cabeza.

Me entregué por completo al gozo de sentir sus lamidas heladas y húmedas, abrí aún más las piernas, instada por sus hombros que buscaron un mejor acomodo, y cerré los ojos disfrutando de un placer escandaloso que solo crecía. Santiago gimió, un sonido largo y ronco que cortó la respiración y entonces pensé que no había nada mejor en el mundo que escucharlo así de excitado, saboreándome con deleite en medio de los temblores de mi cuerpo.

Ardía, cada parte de mi cuerpo ardía por él. Lo necesitaba de una manera carnal que sobre pasaba mis propios límites. Mis dedos entre su pelo lo obligaron a permanecer con la cara entre mis piernas, lamiéndome de arriba abajo, con el ruido de mis gemidos resonando en la habitación. Los calambres comenzaron a ser más intensos y cuando sentí como las piernas me temblaban tuve la certeza que no podía soportarlo más. Le apreté la cabeza con los muslos, gimiendo sin una pizca de decoro. Me vi obligada sujetarme de algo para contener los repentinos temblores, la sábana se arrugó entre mis manos y Santiago, me pasó la lengua helada en el punto en donde muchas de mis terminaciones nerviosas se concentraban.

La respuesta de mi cuerpo fue tan intensa que tuve que apretar los labios para moderar los sonidos que salían de estos. Perdí el dominio de lo que hacía y solo me dejé llevar, enfrentando lo mejor que podía cada oleada de placer que me recorría. En medio del calor del momento abrí la boca para respirar, el aire se me escapaba, me hallada intoxicada por tanta satisfacción. Santiago me había hecho terminar con su boca varias veces, ninguna comparada a aquel momento en el que aún me encontraba suspendida.

—¿Alguien nos puede escuchar? —Mi voz sonó débil, pese a haber reunido todas mis fuerzas para hablar.

—No te preocupes por eso —gemí de nuevo, por que su voz se sentía como el tacto de sus dedos entre mis piernas—. ¿Las tomaste?

—¿Qué?

—Las píldoras, Valen —me recordó, un poco ansioso. Abrí los ojos y asentí mientras me lamía los labios, disfrutando de tener a un hombro como él sobre mí, con la barbilla húmeda por mi placer—. Quiero sentirte sin un condón de por medio.

Me contraje con tanta fuerza que apreté los muslos y él lo notó, Santiago se sonrió complacido, el cabrón arrogante estaba disfrutando verme tan caliente por su culpa. Con la poca fuerza que me quedaba levanté los brazos para poder llegar a la cremallera de su pantalón, la cual deslicé hacia abajo con facilidad, el botón costó más trabajo, pero cuando al fin pude tocarlo por encima del bóxer mi esfuerzo se vio recompensado. Santiago evitó que lo tocara moviéndose con facilidad. Me llevé las manos a la cara cubriéndome con impotencia puesto recomponerme estaba siendo imposible. Me encontraba en un estado similar a la ebriedad, con los sentidos adormecidos por la excitación.

El susurro que hizo su ropa al caer al piso me obligó a espabilarme, le observé desnudo por completo, con una gloria erección de cima húmeda colgando entre las piernas, y mis pensamientos se vieron de nuevo nublados por la lujuria. Su peso sobre el colchón aumentó la tensión en mi vientre bajo, le miré a los ojos, conteniendo el aliento mientras él se dejaba caer sobre mí, el roce superficial de nuestros sexos me provocó tanto placer que le apreté los hombros con fuerza.

—¿Quieres hacerlo así? —Odiaba que se escuchara tan controlando, mientras mi voz no salía por más esfuerzo que hiciera.

—Sí.

Observé el movimiento de su brazo cuando llevó la mano entre los dos, se rozó contra mí con insistencia, volviéndome loca por la antelación de un placer que moría por experimentar. Eché la cabeza hacia atrás y Santi aprovechó para besarme el cuello, marcándolo con besos intensos que aletargaron mis sentidos. Cuando menos lo esperé, lo sentí deslizarse dentro de mí, lentamente, esparciendo una deliciosa sensación provocada por la fricción piel con piel.

—Ummm, Valen —que salió de sus labios, me llevó a arquear la espalda. Apreté los costados de su cadera con los ojos cerrados y la respiración tan agitada como si hubiera corrido un maratón. Tal vez era la humedad en la que se deslizaba o la sensibilidad postorgásmica, la que provocó que disfrutara tanto de aquel momento—. Estás tan apretada, que tendré que hacerlo lento.

—Ay, mierda, voy a morir.

Las incoherencias que salieron de mi boca lo hicieron reír, una corta risa que alimentó mi satisfacción, puesto lo encontré hermoso con los labios curvados mientras mecía las caderas entre mis muslos. Me derretía por dentro al sentirlo sin ninguna barrera entre los dos. Sus brazos se tensaron y su peso casi por completo cayó sobre mí, estaba tan llena que aquello se volvió exquisitamente doloroso, pensé que nada podía ser mejor, sin embargo, Santiago me demostró que estaba equivocada solo unos segundos después, cuando bajó la mirada y su rostro adquirió una expresión de crudo deleite al ver mi cuerpo desnudo bajo el suyo.

Se descontroló de inmediato, enterrándose en mí con más fuerza, y sin la tónica lenta que había usado. Entrelacé mis tobillos en su espalda, desesperada por sentirlo todo, mientras balanceaba las caderas para salir a su encuentro, tan sobrexcitada que no me importó dejar marcar de mis uñas en sus hombros.

—Tú mandas —susurró con la voz entrecortada y a mi mente le costó trabajo reaccionar.

Santiago me sujetó con fuerza por las caderas y rodó sin romper el contacto que manteníamos, ayudándome acomodarme sobre él en medio de sus jadeos y mis gemidos. Mi corazón rebotó con intensidad y mi entrepierna se contrajo con entusiasmo ante las nuevas circunstancias. Verlo debajo de mí, respirando rápido y despeinado fue satisfactorio.

Tras apoyar las manos en su pecho comencé a moverme, primero lentamente, haciendo círculos con mis caderas, y luego más rápido, balanceándome de atrás hacia adelante, guiada por el ritmo de sus manos. Lo de tú mandas era una mentira. Santi echó la cabeza hacia atrás gimiendo con los ojos cerrados y yo nunca me sentí tan excitada. Me incliné sobre él, mis pechos rozándose con su torso, mi lengua deslizándose por su cuello, solo para escucharlo gemir con más intensidad.

La tensión previa a un orgasmo me atacó de nuevo, instándome a continuar sin detenerme hasta obtener lo que buscaba. Santiago levantó la espalda y enterró la cara entre mis pechos, lamiendo ambos mientras con el brazo derecho enroscado en mi cintura se encargaba de hacerme rebotar sobre él cada vez más rápido. Lo sentí ensancharse dentro de mí y lo escuché jadear como si el aire le faltara. Su agarre se hizo más fuerte y el placer brotó líquido entre ambos, caliente, denso y apabullante.

***

Jamás dormí tan bien como en aquella noche, en la que mi cuerpo experimentó tanto placer. Me encontré tan agotada que dormí con profundidad, pegada a Santiago que también cayó rendido a mitad de la madrugada. Lamentablemente la satisfacción por el deseado descanso me duró poco. Un teléfono sonando a las seis treinta de la mañana fue el encargado de despertarme. Le di la espalda a Santi cuando intentó despertarme, tenía planeado dormir hasta tarde. Él sabía mi regla del domingo, despertar antes de las diez lo consideraba un crimen.

Por ello no entendía porque insistía tanto, descubrí la razón hasta que me levantó de la cama cargándome entre sus brazos. Saúl Sada había adelantado su fecha de llegada del viaje de negocios en el que estaba. Constanza los puso en alerta para que regresara cuanto antes a la ciudad, había que distraerlo para que no se le ocurriera averiguar dónde estaban el resto de sus hijos.

El agua cayendo sobre mi cuerpo fue lo que me terminó de despejar. Aquella fue la primera vez que nos duchábamos juntos y no lo pude disfrutar a causa de la prisa. Hizo que me vistiera en cinco minutos mientras él se encargaba de guardar nuestras cosas. Me sacó de una forma tan apresurada de la habitación que estaba segura que había olvidado algo.

Sebastián que apareció en el pasillo con cara de susto, nos acompañó hasta donde estaba el jeep. Le comentó a Santiago que sólo esperaría que despertaran sus amigos y Sandy para dejar la casa. Era de locos la forma en la que se comportaban todos con el señor intolerante.

El camino que nos tomó tres horas y media lo hizo en menos tiempo, condujo con tanta velocidad que tuve miedo, dejó el jeep en medio camino y le lanzó las llaves al chofer que parecía estar esperándonos.

—Llegan a tiempo —dijo Constanza desde la puerta principal de la casa.

—Buenos días —saludé adormilada.

—Valentina, te ves cansada.

—Nunca despierto a esta hora un domingo —respondí.

—Vengan y coman algo —ordenó tomando mi mano para guiarme a la cocina—. Santi, tienes que ir al aeropuerto, pidió expresamente que fueras por él, por Valen no te preocupe, después de comer puede subir a dormir mientras llegas.

—Me parece un grandioso plan —murmuré entre bostezos.

—Está bien, prometo no tardar —informó, viéndome a mí, asentí con los ojos cerrados, casi dormida—, iré a cambiarme.

—Date prisa —respondió Constanza— ¿Valen, que se te antoja desayunar?

—Leche caliente.

—Ven —dijo Santi en voz baja mientras me ofrecía su mano.

La risa fuerte que me provocó su broma idiota fue lo único que me despejó por completo, mordí su hombro cuando me abrazó muerto de risa, y luego se alejó para ir a cambiarse. La voz de Constanza dejó de sonar de repente, miré hacia atrás donde su mirada estaba fija, sorprendiéndome al ver a Saúl en el umbral de la puerta de la cocina.

—¡Buenos días! —dijo sonriente—. Valentina, que placer verte.

Respondí con dificultad, poniéndome nerviosa por su presencia, caminó con elegancia y determinación hacia mí. Estampó un beso en mi mejilla y se sentó a mi lado frente a la barra de la cocina. Constanza estaba congelada por los nervios y yo solo observaba al elegante hombre sentado cerca de mí.

—Veo que tu presencia en esta casa es cada vez es más recurrente y me alegra mucho —sonrió—. Creo que ha llegado la hora que hablemos ¿Quieres acompañarme a mi despacho?

—Sí —respondí, sin tener idea de en lo que me estaba metiendo.

*** 

Después de este capítulo no verán igual los Halls negros. Nos leemos el sábado, si se puede mañana, pero no prometo nada. Les dejo una foto de Valentina para las nuevas lectoras. 

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